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Pierre Manent: "En nombre de la urgencia sanitaria se ha implantado de facto un Estado de excepción"

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Por: Eugenie Bastie, Hace rato que salimos del régimen democrático y liberal sin darnos cuenta. Una entrevista de Pierre Manent * para Le Figaro Magazine, publicada el 24/04/2020.

LFM: La crisis en la que estamos metidos parece indicar el regreso del Estado, tras décadas teorizando su retirada. “Debemos restablecer la soberanía nacional y europea”, ha admitido el presidente Emmanuel Macron. ¿Está volviendo el concepto de Nación?

Pierre Manent: Mientras esperamos “el día después” vemos asomar el lado menos amable de nuestro Estado. En nombre de la urgencia sanitaria se ha implantado de facto un Estado de excepción, gracias al cual se ha tomado la medida más primitiva y brutal de todas: el confinamiento general bajo control policial. La rapidez, la exhaustividad, la alegría, incluso, con la que se puso en movimiento el aparato represivo, contrastan con la triste lentitud, la impericia y la indecisión de la política sanitaria. Tanto en lo que respecta las mascarillas como a los posibles tratamientos para enfrentar la crisis. Multas exorbitantes castigan las pequeñas infracciones, se nos prohíbe salir de casa sin salvoconducto. En cambio, el restablecimiento de las fronteras nacionales nos sigue pareciendo un pecado mortal. En definitiva, no creo que la gestión de la crisis pueda rehabilitar el Estado tal y como lo conocemos.

En lo que concierne a la Nación, la misma ha sido abandonada, desacreditada, deslegitimada hace dos generaciones por lo menos. Como mismo se abandonó, desacreditó y deslegitimó toda política industrial. De ese modo, renunciamos incluso, a la idea de independencia nacional. ¡Nos hemos convertido en un “eslabón inofensivo” de competencias “especializadas” en los intercambios internacionales! ¡No nos atrevamos siquiera a ralentizarlos de ninguna manera! ¿Acabamos de descubrir que dependemos de China para casi todo lo que necesitamos? ¡Pero si hemos sido nosotros mismos quienes así lo quisimos! ¿Cree usted que cuando salgamos exhaustos de la destrucción de la economía que ha provocado la crisis sanitaria, quedarán entre nosotros muchos voluntarios capaces sacarnos del hoyo en que estamos metidos hace 40 años?

LFM: La relación entre el sabio y el político, fundadora de la modernidad política se encuentra profundamente quebrantada por la crisis actual. Es como si el líder del momento quisiera escudarse tras el dictamen científico para tomar decisiones; sin embargo, cuando intenta arbitrar por sí mismo es inmediatamente criticado por la opinión pública. ¿Cómo analiza usted esta situación? ¿Han triunfados los expertos sobre los políticos o se trata del regreso de la política pura y dura dentro de un contexto incierto?

PM: Tenemos que distinguir cuando hablamos de sabios. Con frecuencia nos han enseñado a reconocer y estimar a nuestros médicos, cuidadores e investigadores, se trata de una nota positiva en esta primavera siniestra. También hemos descubierto que la política de la ciencia no es tan inocente como la pintan. La competencia no inmuniza contra la voluntad de poder. En cualquier caso, son los políticos quienes deciden porque son los últimos responsables. A ellos les toca considerar todas las variables y responder por las decisiones que toman. Aquí la reina es la política, no la ciencia.

LFM: ¿Como valora usted la reacción de la Unión Europea ante esta crisis? Concretamente, ¿cree usted que la misma evidencia la debilidad de Occidente?

La Unión Europea y las naciones que la componen son igualmente débiles. Como organización política ha llegado al límite; o persevera así dando palos de ciego o se disolverá. El orden europeo descansa sobre la hegemonía de Alemania, aceptada, incluso hasta apreciada por el conjunto europeo. Alemania está ahora mismo en el punto más estable y favorable de su existencia. Domina por su propio peso. No necesita moverse. Es más, necesita no moverse. Es lo que no acaba de comprender el presidente Macron, cuando se pasa el tiempo agobiando a los alemanes con sus peticiones incesantes de iniciativas comunes. Las naciones están de vuelta. Se trata del fin del bovarismo europeo. Ninguna aventura maravillosa nos espera ya de ese lado de la acera. Cada nación ha descubierto el carácter irreformable de su ser colectivo. Liberados por fin del sueño europeo podremos volver a reconciliarnos con nosotros mismos y tratar de reforzar nuestro ser nacional, nutriendo pacientemente nuestros recursos propios, tanto económicos, militares, morales como espirituales. Ese deseo de reencontrarnos y de fortalecernos solo será saludable si le acompaña una toma de conciencia lúcida de nuestras verdaderas debilidades. La debilidad en la nos hemos metido por nuestra propia voluntad.

LFM: ¿Le sorprende la docilidad con la que la mayoría de las democracias occidentales ha aceptado suspender nuestras libertades? ¿No significa esto que el reino de los “derechos” no resiste a la urgencia de la preservación biológica?

Nadie cuestiona que frente a la urgencia de la pandemia se impongan ciertas medidas inhabituales. Sin embargo, la fragilidad de la salud humana constituye una evidencia inevitable que no puede ser utilizada para justificar un estado de excepción permanente. Si solo entendemos al Estado como el garante del derecho y; siendo la vida es el más importante de todos ellos, entonces le estamos abriendo voluntariamente la puerta a la inquisición del Estado.

Dicho esto, la verdad es que hace ya mucho tiempo que hemos entregado al Estado la soberanía de nuestras vidas. Esta tendencia, que no es de ahora, se ha agudizado en los últimos tiempos. La espontaneidad de la palabra social ha sido sometida una censura previa, que ha excluido del debate legitimo la mayoría de los retos importantes de nuestra vida común e incluso personal. Lo mismo si hablamos de la cuestión migratoria o de la relación entre sexos. En general todo lo que concierne las cuestiones “societales” pasa por el tamiz de una ideología predominante, y es el Estado quien dicta lo que puede o no discutirse, categorizando el debate entre lo digno y lo indigno, entre lo que es noble y lo que es vil. En definitiva, todos hemos interiorizado perfectamente la obligación de mantener un discurso disciplinado, del cual no podemos librarnos sin consecuencias. Así poco a poco, hemos ido saliendo del régimen democrático liberal sin darnos cuenta. Un sistema al que impulsaban proyectos colectivos rivales, que nos inspiraban para llevar a cabo grandes obras comunes, buenas o malas, judiciosas o ruinosas, pero que justificaban la oposición que se les hacía; que se intercambiasen argumentos de forma vehemente, simplemente porque los asuntos importantes generan desacuerdos importantes. Todo eso se terminó. El mundo se ha llenado de víctimas quejonas que lloran al mismo tiempo que amenazan porque no les gusta todo ese ruido. Ven en las reglas gramaticales un ataque a la condición femenina, y en una grosería dicha el patio de una escuela, un insulto homófobo. ¿Qué podemos oponer ahora a ese Estado garante de derechos, cuando le rogamos todo el tiempo que proteja nuestra intimidad herida?

LFM: ¿Cree que los fundamentos mismos del liberalismo se han visto afectados por esta crisis? ¿Se recuperará?

Lo que se ha visto afectado son los fundamentos de la globalización que llamamos liberal, es la competencia de todos contra todos, es la idea de que el orden humano en adelante resultaría de la regulación impersonal de los flujos… Esta ideología ha utilizado ciertos temas liberales, pero el liberalismo es otra cosa que debemos preservar. Un régimen liberal organiza una competencia pacífica para definir e implementar las reglas de la vida común, y establece una distinción rigurosa entre lo que está bajo el mando político y lo que está bajo la libertad de emprender en el sentido más amplio de la palabra, lo que incluye en particular la libre comunicación de las influencias morales, sociales, intelectuales y religiosas. Comentario decisivo: el régimen liberal supone el marco nacional, nunca ha habido un régimen liberal, fuera de un marco nacional.

En el último período, el régimen ha sufrido una corrupción que afectó a todas las clases sociales. A los ricos, porque favorecía las finanzas y la renta, en particular los bienes raíces, incitando a la alta tecnoestructura a alejarse de la nación hasta a veces perder el sentido del bien común; a los pobres y los modestos, porque desanimó el trabajo por beneficios sociales indiscriminados. Las llamadas funciones soberanas – ejército, seguridad, justicia – fueron privadas de recursos. Entonces, o reasignamos recursos a favor de las funciones reales y la remuneración del trabajo, o nos quedaremos cada vez más inmovilizados en la administración por parte del Estado de recursos cada vez más escasos. De lo contrario, proseguirá nuestro debilitamiento político y moral.

LFM: Mientras que todo se organiza para ayudar a los más vulnerables, los ritos elementales que acompañan los últimos instantes se han reducido o suprimido. ¿Qué enseña esta crisis sobre la relación que mantienen con la muerte nuestras sociedades modernas?

Dadas las circunstancias, el gobierno se ha creído autorizado casi que a prohibir el último rito que respetábamos, al de acompañar a nuestros muertos. A pesar de la tendencia generalizada que consiste en sacar a la muerte lo más posible de nuestras vidas; esta medida genera tristeza, consternación y repudio. Se comprende que los ritos puedan adaptarse por la crisis, pero conservando sus aspectos esenciales, sin más riesgos que los que corren cada día cajeras, repartidores, sin olvidar a los médicos.

Esto de borrar brutalmente a la muerte en nuestra sociedad resulta inseparable de la extinción de la religión. ¿Se da cuenta que entre la larga lista de motivos que nos autorizan a salir de nuestras casas no se ha obviado la “necesidad de los animales de compañía”, pero que no está prevista la posibilidad de recogerse en un lugar de culto? Creo que este olvido merece reflexión. No dudo que los que nos gobiernan sean personas honorables, que están haciendo lo mejor que pueden para sacarnos de esta grave crisis. Sin embargo, no se han percatado del enorme e inadmisible abuso de poder que comportan algunas de sus decisiones. ¿Cómo puede ser esto posible?

Durante estos últimos tiempos, las instituciones, reglas y leyes que definían la vida en común en Europa se han vuelto maleables para satisfacer las pretensiones tiránicas de todos nuestros deseos individuales. Como dicen las Escrituras hemos bebido un vino de vértigo. Hemos deslegitimado a las instituciones que ordenaban la transmisión de la vida. Ahora quieren retirarnos los ritos que acompañan a la muerte. Va siendo hora de despertar.

  • Pierre Manent es director de estudios en la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales. Se ha consagrado al estudio de las formas políticas – tribu, ciudad, imperio, nación- y a la historia política e intelectual de Occidente. Muchos de sus libros, por ejemplo, Historia intelectual del liberalismo o Las metamorfosis de la ciudad, son considerados como clásicos en la materia.

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