Lo triste de la realidad que nos está envolviendo al planeta es que gente de la tipología chulesca, altanera, e insulsa (podía dedicarle muchos más adjetivos, pero ni los merece) de Trump de EE.UU. son los que, para nuestro mal, controlan un mundo estúpido, que hace años se le escapó de las manos a otro tipo de gente que estaban evolucionando, después de la llamada Segunda Guerra Mundial, en otra línea, y que poco a poco los cafres los fueron aniquilando, hasta llegar a la situación actual.
La involución que, en general, han experimentado muchos países, puede que a la cabeza esté los EE.UU, es una triste realidad que camina imparable hacia una gente sin coeficiente mental suficiente para hacer una simple operación matemática, y tampoco elucubrar una sola idea personal que no se la hayan inyectado y publicitado en medios de comunicación; en mucha parte los socios de necesidad: culpables de maquillar la realidad.
La estupidez ha llegado hasta el extremo, que gente, cuyo más genuino y capaz representante mundial puede ser el citado Trump, que no pasa de ser sino el espejo: el general en jefe de muchos que entienden y aprecian la belleza de no sentir ni pensar por sí mismos para nada, porque para ellos el existir sólo es respirar, y si llevas una corbata y un anillo de oro ya estás diferenciado de todos los primates.
Hubo un tiempo, del que quedan mucha gente residual en Europa como muy bien puede espejear el británico Boris Jonhson, que les encantaban las guerras y la destrucción, y disfrutaron de ellas al por mayor. Y, por el contrario, hubieron muchas víctimas supervivientes de aquella locura de gente de la tipología dicha, que como pudieron, muchos consiguieron llegar al continente Indiano. Y allí, en su mayoría se centraron en realizar un trabajo honesto y necesario para una convivencia en paz.
Todos, los unos y los otros; los que se fueron y entendieron que la vida es para vivirla en paz, y los que entienden todo lo contrario, tuvieron descendientes a ambos lados de la mar oceana; y en Europa nos encontramos en Inglaterra con un heredero perfectamente reconocible de ese tipo de gente, y en la otra orilla de la mar lo tenemos presente en Brasil y EE.UU. como prototipos a destacar, aunque ya destacan ellos por sí solos y por la tremenda ayuda que le prestan desde los medios de comunicación en mano de los poderos en dinero.
Todos los nombres citados de una y otra orilla de la mar, están actuando según órdenes recibidas de sus tesoreros, y nada es espontáneo ni privativo de ellos, sino que obedecen sin rechistar. Y ya de antemano cuentan con el aplauso de muchísima gente que se ve reflejada en ellos, porque no ha sido nada fácil conseguir eliminar de una parte muy considerable del género humano cualquier inquietud de mejora y humanización.
Y de todo esto, lo que produce un cabreo mayor es que encima de que se están riendo del llamado mundo occidental entero, no tienen bastante, y continuamente nos amenazan con el poderío de sus armas. Armas, que como así con el coronavirus, se puede controlar el sector poblacional a eliminar porque son una carga económica que altera balances, las armas de momento están apartadas.
Porque donde se ponga una buena guerra con sus explosiones, ruidos, y el poder mandar a la gente a la muerte cantando canciones patrias, que se quiten pandemias como el coronavirus.
Aunque está cumpliendo en silencio con el trabajo encomendado, y con plena eficacia porque todavía no se ha equivocado y a un político en activo, sea de la edad que sea, se lo ha llevado.
Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.
PAISANO
Déjame paisano
y paisana
que te cuente
un cuento
de los de final
feliz
para que infelizmente
se los trague
la gente
antes de irse
a dormir
al catre
que no
a la cama.
Déjame
que te comente
que si eres un hombre
bueno,
y ser bueno
significa
ser obediente
hasta
que se sitúen,
si quieren,
a montarse
a horcajadas
en tu espalda,
o que camines
de rodillas,
tendrás tu premio:
tu medalla.
Y si obedeces
aún más,
Y lo haces
a ciegas,
te darán
un par de gafas
ahumadas
para
achicar al sol
que le corresponde
a tu vida
y tu mirada.
Y siempre
lo mismo,
idéntico,
compañero
y compañera,
siempre lo hacen
así,
ellos,
los poderosos,
paisano
y paisana.
Porque
paisano
y paisana,
decirte hermano
y hermana,
decir hermano
y hermana
a un pueblo
de gente
como el mío,
como el de esta
patria
mentirosa,
beata de cartón de piedra
España,
es gana
de usar y gastar
en unas gentes
acabadas en inquietudes,
una
de las mejores
palabras,
antes incluso
que aquella
afectiva
y hermosa
de compañero
del alma.