Jugando a ser Dios

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-Por Eduardo Martínez Narváez (05/04/2020)

Un médico no es Dios. Verdad de perogrullo que sería necesario aclarar pero que hoy, en España y también en otros países, queda en entredicho a razón de sesenta veces por minuto cuando la contrastamos con lo que está pasando en hospitales y centros médicos con motivo de la actual crisis.

Vayamos al grano. Sin aplausos a las 20:00 hrs. Sin policías aplaudiendo al de la ambulancia. Sin el de la ambulancia aplaudiendo a las enfermeras. Sin las enfermeras aplaudiendo a los bomberos. Sin los bomberos aplaudiendo a los médicos y sin los médicos aplicando un protocolo, unas instrucciones, un metódico procedimiento para determinar quién tiene derecho a que le ayuden para salir adelante, intentarlo al menos, y quién no. A quién le tiramos el salvavidas y a quién dejamos en el agua para que llegue a la orilla como pueda.

Así ocurre en un naufragio, por cierto. Las mujeres y los niños primero. Los más fuertes de últimos. Porque la ayuda, el apoyo, la mano tendida en una comunidad donde exista una pizca al menos de humanidad tiene que ir a quien más lo necesita. ¿En una guerra? Sí, en una situación bélica hay que atender y curar lo antes posible, dando prioridad, a aquellos que pueden defender a los demás. A los más fuertes. A quienes tienen más posibilidades de sanar en el menor tiempo posible. Es de simple lógica.

Pero es que no estamos en ninguna guerra. Por mucho que lo repitan una y otra vez los sinvergüenzas presuntos reos de homicidio culposo que nos gobiernan, no hay ninguna situación de guerra. Y como no estamos en guerra, es una canallada inmoral dejar morir a los más débiles por atender a los más fuertes. Y lo es mucho más porque esas personas a quienes se les niega la ayuda que necesitan para seguir con vida, llevan años, años y años siendo obligados a financiar un sistema sanitario bajo el argumento de que cuando sea necesario tendrán toda la ayuda que requieran.

Mentira. Falso. Es un engaño. Una vil estafa.

Jugando a ser Dios. En eso andan nuestros infames y repugnantes gestores de lo público. ¿De qué nos extrañamos? Siempre lo han hecho. Porque no solo les dejamos sino que se lo pedimos.

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