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El pensamiento monárquico en Antioquia

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El pensamiento monárquico en Antioquia

Contrario a lo que se piensa hacia 1819 una parte muy importante de la población antioqueña y del resto de la naciente república, permaneció fiel a la nación española y por tanto continuaron a la espera del resurgimiento de su mundo y sistema de valores. Lo hicieron desde distintas posturas: resistencia armada, hostigamiento, rebeldía e insumisión. Pese a ello, la historiografía tradicional ha tomado el rápido sometimiento de la provincia por las huestes de Córdova, como el inequívoco deseo de la población de abrazar la idea de Independencia.


Este planteamiento repetido hasta el exceso por la mayoría de los historiadores debería ser sin embargo matizado, pues de un lado invisibiliza la mentalidad monárquica implantada durante al menos tres siglos en la región, y de otro no tiene presente los distintos giros que tomó el proceso a raíz de la crisis política del imperio hispánico, ocasionada por la invasión francesa y la abdicación de Bayona.


La negación de la existencia del espíritu monárquico entre la población y su reducción a un enemigo extranjero (el español), fue usado como arma política de las élites independentista para justificar su lucha y dar legitimidad a sus acciones. Bajo esta lógica se dio la sensación que fueron españoles europeos los que sostuvieron la lucha armada para defender a su rey. Esto es apenas una representación que se observa en la historia, literatura y el arte de exaltación patriótica, pues contradictoriamente en los documentos y la información consultada se observa que el pueblo llano americano se movilizó al igual que en la península en defensa de sus sistemas de valores y pensamientos.


Precisamente fueron los sectores populares: las clases bajas urbanas, las rurales y las castas sociales (indígenas y esclavos), quienes mayoritariamente se movilizaron en defensa de la monarquía española . Mientras que la inclinación por la causa emancipadora fue excesivamente urbana y promovida por las oligarquías criollas de comerciantes y terratenientes, más cosmopolitas, con mayor grado de educación y con el particular interés de emerger como grupo dominante en la nueva república. Como indica Jaime Sierra García: “Esto muestra cómo los dirigentes de la Independencia surgieron de un grupo social bien definido, compuesto por las principales familias criollas, de comerciantes, mineros y propietarios, cuyos hijos se habían educado en Bogotá o Popayán, donde se graduaron como abogados o sacerdotes. Como residían ante todo en las áreas urbanas, fueron éstas las zonas más adictas al movimiento emancipador, mientras que en las zonas rurales, donde predominaban los esclavos dedicados a la minería y los mestizos, dedicados al mazamorreo y a la agricultura, así como los escasos indios dedicados a la agricultura, la adhesión a la causa realista fue más frecuente”(Sierra, 1988) .


Es entendible que la contrarrevolución haya sido sustentada por la mentalidad anti liberal y tradicionalista que había sido inalienable en los pueblos hispanoamericanos, por cuanto esta derivó del proyecto civilizatorio implantado por los europeos y que incluso después de la caída del antiguo sistema perduró bajo la figura del conservadurismo y la defensa de la religión. Dicho modelo que tendía a defender el orden natural de las cosas, fue sostenido incluso por las capas altas de la sociedad pese a su pertenecía a la burguesía local, evidenciando a su vez que el proyecto liberal republicano fue impuesto desde un sector minúsculo, claramente identificable entre las oligarquías criollas, que aprovecharon la coyuntural crisis política, para salir a flote como clase social emergente y detentar el poder económico y político local.


Esto explicaría las razones por las que una parte de las oligarquías regionales pudiendo gozar de mayores privilegios económicos y políticos optaron por permanecer fieles a la monarquía, empuñando las armas aun cuando todo estaba perdido, en defensa de su sistema de valores encarnados en los tres pilares de su civilización: rey, Iglesia y nación.
En consecuencia, se observa que el proyecto político republicano fue desde sus inicios artificioso, al intentar imponer una serie de ideas nuevas –liberalismo, ilustración, federalismo, secularismo y contrato social–, que no sólo eran ajenas (extranjeras) a la nación española, sino contrarias por cuanto no provenían de la tradición y no eran aplicables a su sistema de valores. Fueron importadas como una mala copia del radicalismo francés y sobre todo del mundo anglosajón, que había producido la Era de las Revoluciones, en la que los procesos de emancipación hispanoamericanos más que un apéndice, habían sido inducidos artificiosamente por una serie de agentes que desde el exterior fraguaron y lucharon por sostener estas causas.


De manera que el panorama de la resistencia armada realista, especialmente en el caso antioqueño, es más variopinto de lo que se muestra en la historiografía tradicional. Esto se observa por ejemplo en las representaciones iconográficas producidas después de las grandes batallas, donde se muestra a los defensores del rey como europeos bien pertrechados, tendidos en el suelo sin vida o en franca huida. La realidad debió haber sido muy distinta, sobre todo hacia 1819, cuando muchas de las tropas que sostuvieron la causa realista eran milicianos mal vestidos, gentes de todos los colores y mayoritariamente de sectores subalternos (esclavos e indígenas).

Extracto tomado del Capítulo 4 del libro «“HASTA LOS GALLINAZOS TIENEN REY”. GUERRILLAS ARMADAS Y OTRAS FORMAS DE RESISTENCIA CONTRARREVOLUCIONARIA EN LA PROVINCIA ANTIOQUIA (1813-1830)»

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