Una semana en ascuas para los descendientes de españoles en el exterior

Tanto como si hay gobierno como si se convocan nuevas elecciones en noviembre, los españoles en el exterior seguimos esperando a que este país acabe de estabilizarse a ver si al fin, al fin, se hace justicia con nosotros.

Tenemos que saludar el compromiso de Sara Vilà con los emigrantes, y su decisión de volver a presentar en el Senado la propuesta “decaída” el año pasado. Sin embargo, consideramos prematuro haberse movido en esa dirección antes de haber esperado la formación del gobierno.

En primer lugar, porque para los que seguimos los avatares de la política española esta jugada que, podría llegar a ser maestra en caso de formarse un gobierno de coalición; podría ser interpretada como una jugarreta electoralista en caso contrario. Al final, no se trata de quedar bien cara a los grupos de descendientes de Argentina, sino conseguir justicia para todos los nietos de españoles, no solo para los 4 supuestos incluidos en la propuesta de Unidas PODEMOS que, como se ha denunciado hasta la saciedad, dejan en el camino a un montón de gente.

Necesitamos una Ley integral de descendientes, inextinguible, clara y precisa, que reconozca el ius sanguinis y permita el acceso a la nacionalidad de todos aquellos por cuyas venas corra sangre española y así lo deseen.

Los grupos políticos progresistas deberían defender la idea de una reforma radical del acceso a la nacionalidad, con argumentos modernos e indiscutibles, capaces de generar simpatía entre la gente modesta, que no repara en matices culturales ni en avatares históricos a la hora de meter a todos los inmigrantes en un mismo saco. Un descendiente de español no puede estar en el mismo sitio que un vulgar asaltador de vallas en Melilla. Es hora de que las formaciones políticas le pierdan el miedo a la «avalancha» de sudamericanos. Nada de eso se produjo en el pasado ni tiene visos ocurrir en el futuro. Los cubanos, por ejemplo, prefieren instalarse en Estados Unidos antes de cruzar el Atlántico.

Pero, una ley de esta naturaleza nunca será posible sin un proyecto de futuro global para toda la Hispanidad. Lo que se juega va mucho más allá de cálculos electorales de última hora, o del deseo de protagonismo de algunos indeseables y oportunistas.

Lo que decida Felipe II el martes próximo no tendría porqué afectarnos gravemente, si las nuevas generaciones de políticos españoles, sean del color que sean, comprenden de una buena vez que el futuro de todos está en la defensa infatigable ante los electores, de un proyecto común e inclusivo de todos los hispanos.

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