«Hacia el año del Señor de 1769, en los astilleros de La Habana, se botaría la nave más grande jamás concebida en la historia conocida hasta ese entonces. Con una eslora de 61,50 metros y un arqueo de casi 5.000 toneladas (que se dice pronto) nunca se había diseñado una nave de esas características ni siquiera en la China de los Ming, ni en ningún otro astillero de Europa. El desplazamiento de esta nave superaba con creces a muchas de las fragatas que surcan los mares actualmente.
Comparando el plano concreto del buque desarrollado por Mateo Mullan (uno de los maestros de ribera irlandeses que Jorge Juan había “levantado” a los ingleses en su estancia en Londres) y el canon que ofrecían las naves estándar del gran Gaztañeta, se observan notables diferencias en lo concerniente a la cuaderna maestra -más robusta y sólida, amén de más ancha-, profundidad de quilla y por ende de obra viva y asimismo, a la proporción eslora/manga. Pero aconteció lo inesperado. Mateo Mullan moría para la vida que no para la memoria de sus innumerables amigos, el 25 de noviembre de «vómito prieto o negro», una especie de…»
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