Coronación Canónica/Pontificia de la Virgen de los Ángeles, esto es, titular de la Hermandad de los Negritos. Pronto me planté en un marco inmejorable: La calle Tetuán, esquina con Plaza Nueva y al fondo el ayuntamiento y la avenida; pero estaba un servidor como con miedo, con timidez; como un padre castizo que entra en el cuarto de su hijo con precaución, porque el ordenador parece un artefacto a punto de explotar. Todo aquel que sea de pueblo y vaya a algún gran evento de la ciudad me entenderá.
Fue un viernes. Y el viernes es para mí un día muy especial, porque si algún día eché de menos en mi época indiana, fue el Viernes Santo de mi Bollullos de la Mitación.
Cuando uno emigra, recuerdos que parecían dormidos asaltan sin permiso. Será que el cerebro se estimula más de la cuenta, resaltándonos las cosas que más de verdad nos importan (desde la infancia) y marcan y que a lo mejor nosotros ni sabemos apreciar. Y, vive Dios, cómo añoré el incienso y el azahar que desde la Cuaresma nos anuncia nuestra Semana Santa como colofón de nuestra fe…
Así, en mis años peruanos, se me vino poderoso el recuerdo de un compañero del colegio que me hablaba de la Virgen de los Negritos. Y aunque viví en Lima, mi vida laboral fue con brasileños (cosas que me pasan, siempre escorado hacia el lado luso), y con mis muchos amigos negros y mulatos, fui recordando la entrañable historia de la que se yergue como hermandad más antigua de Sevilla; aquella que fue fundada en el Año de Nuestro Señor de 1393 por el cardenal Gonzalo de Mena como hospital de los negros de la ciudad; funcionando hasta hoy como efectivo mecanismo de fe e integración. A posterior, tanto este modelo de la Hermandad de los Negros como también otros modelos cofrades hispalenses se exportarían a América; y así a día de hoy, no son pocas las cofradías limeñas que reconocen sus orígenes sevillanos desde el siglo XVI.
Luego de un tiempo retornado a la patria, queriendo latir mi corazón a base de fandangos, tangos, paracumbés, zarambeques, zambapalos, guineos o gurumbés, evocaba todos estos años la memoria de aquellos africanos excluidos y abandonados que fueron haciéndose un hueco hasta integrar hitos religiosos tan importantes como el Via Crucis de la Cruz del Campo, la defensa del Dogma de la Inmaculada Concepción (que como recordaba el Rockero Silvio, antes que Roma, Sevilla proclamó) o nada más y nada menos que el Jueves Santo. Y este Jueves Santo, por mor de un temporal malísimo, no pudo ser; pero aunque Dios pueda cerrar una puerta, siempre abre una ventana. Y esa ventana fue Sevilla, desde la Catedral hasta la calle Recaredo. En un cortejo tan humilde como triunfal, Sevilla fue de los negros. Y allí estuvieron, entre nosotros, Moreno y Molina en la Plaza del Triunfo, como estuvo Antonio Machín con sus maracas y sus angelitos negros; como estuvo San Martín de Porres, aquel moreno peruano que se aparecía a enfermos y cautivos y que juntaba comiendo en el mismo plato a perro, pericote y gato; como también estuvo San Benito de Palermo. Allí se sintió, asimismo, la presencia de la fortaleza de la Iglesia en África, con la grandeza de prohombres como el cardenal Robert Sarah, hablando con el corazón de su natal Guinea Conakry de la fuerza del silencio y de Dios o nada. Y por supuesto, también cómo no sentir la inagotable caridad de franciscano carisma, la que aferrada a su cruz protege castillos, leones y flores de lis…
Allí estuve, en un sitio privilegiado para ver a la Reina de los Ángeles Coronada. Allí estuve para vivirlo y contarlo con mi medallita de San Martín de Porres y mi apellido paterno, que si no tuviera relación directa con la corporación, sea la feliz casualidad que la Divina Providencia me expone como camino a seguir y espejo en el que mirarme.
Allí estuve, confirmando una de las grandes inspiraciones de mi «Galería de personajes inciertos» (https://www.amazon.es/Galeria-personajes-inciertos-Antonio-Moreno/dp/1976182662).
Allí estuve, cuando Sevilla fue de los Negros.
REGINA ANGELORVM, ORA PRO NOBIS