El catedrático Javier Alvarado Planas ha dirigido y coordinado una obra colectiva que desentraña el devenir de la isla durante los siglos XVIII y XIX, los últimos de dominación española
Si hay una provincia española de ultramar que le doliera perder a España, esa fue, sin duda, Cuba. A día de hoy, para los españoles, Cuba es algo más que un país, es un sentimiento, una emoción que aún perdura. Javier Alvarado Planas, catedrático de Historia del Derecho de la UNED y Premio Nacional de Historia, ha dirigido y coordinado una obra fundamental: «La Administración de Cuba en los siglos XVIII y XIX», editado por el Boletín Oficial del Estado y Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. Un libro colectivo que desentraña el devenir cubano durante los dos últimos siglos de dominación española. Ha sido escrito por un grupo de profesores e investigadores españoles y cubanos, que profundizan en los apartados más significativos y determinantes de la isla en este tiempo, políticos, económicos, administrativos, militares, educativos, sociales, sanitarios o científicos, que finalizaron para España en 1898 con la dolorosa pérdida de la colonia.
A juicio del profesor Alvarado, «dos acontecimientos traumáticos marcaron este periodo en Cuba; la Guerra de Sucesión y el reflujo de la Revolución francesa. Cuba, como llave de América, continuaba desempeñando un papel esencial en el dispositivo geoestratégico de comunicaciones con la Península. Por eso fue especialmente observante de la política centralizadora borbónica, tanto en lo económico, como en lo administrativo. Las medidas liberalizadoras de Carlos III, el aumento del comercio entre la isla y las colonias norteamericanas durante su guerra de Independencia y, sobre todo, la Revolución francesa, a consecuencia de la cual, se produjo la insurrección de esclavos en Haití y la abolición de la esclavitud en sus colonias. Esto propició que los propietarios y esclavistas franceses trasladaran sus negocios a Cuba, que pronto se erigió como un enclave económico de primer orden, aunque su total dependencia del modo de producción esclavista acabaría condicionando su futuro político», explica Alvarado. «También fueron importantes los acontecimientos que abrieron y cerraron el proceloso siglo XIX; la promulgación de la Constitución de 1812; desde la década de 1820, las guerras de independencia hispano-americanas y la derrota militar de España ante los EE UU (1898)». Y prosigue. «En medio de estos acontecimientos, la Cuba española vivió, gozó y padeció una época convulsa de total excepcionalidad. A la par que intentaba prolongar los nostálgicos ecos del glorioso imperio hispánico, era hostigada por las nuevas repúblicas vecinas, singularmente México y EE UU, con el fin de propiciar su emancipación».
El papel de Cuba en esta fase final del imperio español en América fue extraordinariamente relevante desde diferentes perspectivas. «Dada su importancia geoestratégica, a la histórica rivalidad entre España e Inglaterra por el dominio de los mares, se sumaron a mediados del XIX los EE UU hasta declarar la guerra y desposeer a España de sus colonias. Mientras Norteamérica estuvo ocupada en resolver su Guerra Civil y recuperarse económicamente, hubo un periodo de distensión, pero pronto retomó la doctrina Monroe: “América para los americanos” y volvió a financiar y apoyar la insurgencia. Ante esta tesitura, en nada favoreció la actitud inmovilista del gobierno español, ni el de ciertas élites cubanas, más preocupadas en sacar ventajas económicas a cambio de su lealtad», explica Alvarado. Aparte de su valor simbólico, Cuba fue un instrumento de financiación y enriquecimiento de unas élites que desempeñaron un relevante papel político en la metrópoli. «Buena parte de los fondos que financiaron las guerras carlistas procedían de Cuba. Los hacendados cubanos constituían un auténtico “lobby” que había destacado representantes en Madrid de modo que en ningún Ministerio se movía un papel que afectara al “status quo” de Cuba sin su conocimiento». Y prosigue, «estas élites estuvieron muy implicadas en España. Por ejemplo, el general Serrano, capitán general de Cuba y presidente del Gobierno revolucionario de 1868, estaba casado con una rica hacendada cubana, lo cual no le impidió apoyar medidas abolicionistas». La holgada situación de autosuficiencia fiscal de la isla, permitía contribuir a paliar los continuos apuros económicos de la Metrópoli. Cuba se había convertido en una potencia productora de azúcar y café y, debilitado el tesoro español por las guerras independentistas, la oligarquía cubana supo sacar partido manteniendo su lealtad a la Corona a cambio de ventajas comerciales y la protección de su sistema económico basado en la esclavitud.
Esclavitud incompatible
¿Cuál fue el debate sobre la esclavitud? Según Alvarado: «Los hacendados cubanos amenazaban con independizarse o anexionarse a los EE UU si ésta se abolía. Como su economía gravitaba en torno a la mano de obra esclava, cualquier medida política o administrativa de Madrid pasaba por no inquietar los intereses de los ricos hacendados. Pero como el sistema de derechos y libertades amparado por el orden constitucional vigente era incompatible con la esclavitud, decidieron que ninguna Constitución se aplicara en Cuba. Así, todas nuestras Constituciones del XIX tenían una disposición adicional que establecía que las provincias de Ultramar serían gobernadas por “leyes especiales”, lo que aumentó las presiones abolicionistas dentro y fuera de España». Esta autonomía tuvo sus consecuencias en las estructuras administrativas de la Isla. «Sin aplicarse ninguna Constitución, el capital general seguía siendo la máxima autoridad con amplias facultades sobre las Diputaciones y Municipios porque había heredado buena parte de las facultades del antiguo virrey. La Cuba de los siglos XVIII y XIX vio nacer la Universidad de La Habana, la Real Academia de las Ciencias Médicas, Físicas y Naturales, la Real Junta Protectora de Agricultura, la Escuela y Laboratorio Químico, el Seminario de San Carlos, el Jardín Botánico, la Sociedad Antropológica, la Sociedad de Estudios Clínicos, el Laboratorio Histobacteriológico, y numerosas Sociedades Económicas de Amigos del País que hicieron de la isla una provincia o territorio pionero en España», concluye.
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