Es el triunfo total de los comemieldas. Quizás ningún adjetivo califique y determine mejor a un grupo humano con el amplio sentido que expresa de desprecio y en lo negativo, el vocablo utilizado en el argot del hablar popular cubano cuando definen a uno como comemieldas.
Al estado en el que se encuentra Haití, solo se llega por la vía del imperio de los comemieldas que son los que controlan las tierras del poniente a nosotros en Europa, hacen su faena allá; cruzan la mar en este sentido, y se meten en todos los despachos de los jefes de los medios de comunicación, en todos las sacristías y centros de poder, y dejan lo que ellos llaman al mundo correr, en espera de que su jefes cambien de onda, porque ellos no están para contradecir nada.
Pero los EE.UU, no cambian de onda, les van muy bien como les va. Mantener a un puñado de comemieldas: tenerlos a pico de rey o jugando a santidades y demás milongas patrias, mientras ellos hacen, cometen, atrocidades que no se pueden ni describir en gente humana, es algo que ni lo pagaremos con la deflagración mundial cuando los locos comemieldas nos lleven a ella, y salgamos volando hacia el éter, unos descalzos, con el estómago vació, o, todo lo más, lleno de residuos de haber comido yerba, y los otros haciendo la digestión de una opípara comida, y con los bolsillos llenos de dólares, que, como es de suponer, no les van a servir ni para limpiarse el culo en el vuelo atómico eterno.
Si los EE.UU, si Europa, si el resto de la América tostada, de la América Morena, por lo que está habitada es por gente, por personas, cuesta mucho creer que los comemieldas tengan tanto poder para que la gente siga sonriendo en las calles, se siga sentando en las terrazas de los bares, y se escuche decir el nombre de Venezuela, el de Cuba, lo bueno y santo que es papa actual (el que va ganando en el cisma actual) y no se escuche ni por descuido preocupación alguna por el genocidio que el sistema, los comemieldas, están cometiendo con Haití en un silencio de sociedad domesticada que demuestra el gran triunfo imperial de los comemieldas del mundo, que, unidos, y a la orden, lo controlan todo.
Tanto negro, tanto mulato, tanto mestizo, tanto blanco, tanto amarillo, tanto malayo, pasándolo mal; pero todos en silencio muriendo poco a poco sin pegarle fuego al sistema, que está aguantado, firme el ademán, por cuatro comemieldas que duermen a pierna suelta, ignorando y haciendo ignorar con una eficacia de asombro, que el genocidio es posible en el siglo, en el milenio que estamos, si a los comemieldas les da la gana; y, les ha dado.
Haití, puede ser, en una derivación y descomposición de su propio nombre “ay de ti” por nacer allí, en el “agujero de mierda” sin insultar, sin insultarlos, al contrario, que en opinión del loco, del brutal agujero al que han caído no solo los EE.UU, sino todo el sistema, el resto de mundo, del imperio de los comemieldas, han calificado y clasificado a aquella isla caribeña que vivía pacífica a su bola, y en un mes de enero, aparecieron unas carabelas, cuyos servidores a la orden de los comemieldas del momento y siglo, construyeron unas pozas dentro de un recinto vallado, y comenzaron a mantener medio vivos medio muertos en la dichas pozas a los pacíficos naturales del lugar, en espera de que volvieran más carabelas y se organizara a lo grande, como se organizó, el gran negocio en la zona de la esclavitud.
El hecho de que los EE.UU hayan decidido en cambiarle el nombre a Haití por el dicho fanfarrón de que tan solo es un enorme agujero de mierda, está diciendo y dice mucho de lo que se puede esperar como efecto de reacción a la acción liquidadora de los comemieldas que se han apoderado del planeta, mientras los estadios se llenan de gente feliz, las terrazas de las cafeterías lo mismo, y desde el Vaticano o desde cualquier centro espiritual rezan con fuerza para que todo siga como va, porque no hay mejor pocero para hacer agujeros y llenarlo de mierda, que el santo y divino capitalismo.
Salud y Felicidad, Juan Eladio Palmis.
EN UN OCTUBRE
Al alba,
la crónica dice que el primero,
cuando el pino llenaba la tierra
que no tenía que pisar
y podía pasar
de punta a punta la Península la ardilla,
le llamaron Ibero,
en aquellos tiempos
de mares ignotos
sin orilla.
Luego campeó el Celta,
el Fenicio,
el Griego,
el Romano,
el Germano.
Y ayer, casi a la vuelta del tiempo
el moro y el cristiano
supieron los dos
del duro sol castellano.
Y en un octubre,
casi como en venganza
por nada ni por nadie,
arriba al otro lado
de la mar la cruz y la vela,
que haciendo un caudal
para llenar un fabuloso río,
derramó sangre del poniente,
un pueblo,
para mi vergüenza,
el pueblo mío,
que en virginal orilla,
la espada y la cruz,
la mala ley
escrita y la hablada,
el boato inculto,
la hiena con hábito,
limpiaron y le dieron
color rojo,
eslabón por eslabón
a la más larga cadena de esclavizar
nunca fundida.
Y todavía me cuesta creer,
Inca,
Maya,
Azteca…
Quien puede pretender
y decir que fue encuentro
y no profanación
y conquista,
el avasallar unas tierras
que el mismo océano
ocultó cuanto pudo,
evitando por siglos
la vela de Castilla.
Y de las tumbas
de los aztecas
y los demás pueblos y gentes,
podrían surgir ahora,
y sería justo,
ráfagas violentas
que engendraran
sobre las corazas secas,
sobre las picas cruentas,
gentes indianas
que exigieran cuentas.
Pero no sé, indiano,
en qué fragua
se forjó tu nobleza,
tu temple templado,
el puro,
el genuino,
no el mezclado,
que hace bajar la cabeza
al que usó tu recibimiento
con crueldad
y torpeza.
Y a la postre,
entre tanta cruz,
tanta pica
y tanta coraza,
tu mano
siempre sobresalió
y sobresale
sobre mi pueblo
que si es algo,
si tiene raza,
es porque se hizo
raza en tu raza.