InicioFirmasEl guaguancó que yo gozo

El guaguancó que yo gozo

Date:

Del autor

Tiempos turbulentos: Fernando VII, Carlos IV y Bonaparte

-Por Emilio Acosta Ramos A principios del siglo XIX la...

La Hispanidad empieza en Cuba

entre otros valores, Cuba encabeza el sentimiento de Hispanidad, porque se lo ha ganado

IV – Trasfondo histórico de la cuestión puertorriqueña

En 1897 el movimiento autonomista en Puerto Rico pudo lograr que España finalmente le concediera a la isla una Constitución propia, la Carta Autonómica

Descolonizar Cuba

los pueblos como el cubano son en esencia sociedades europeas trasplantadas a otro clima, otra latitud y longitud

El Museo Nacional del Prado celebra su 203 aniversario

Foto: Trampantojo creado por el grafitero DiegoAS. Foto ©...

Se sentaba en una escalera, en el interior de un zaguán a comer todavía con esos buenos modales de gente de antes que nunca lo abandonarían

Para Andres Pascual.

Esto sí que es lo mío. Carlos Embale terminó peor que el gran Ñico Saquito, este último solía al final de su vida, casi medio ciego, envolver cubiertos en servilletas de papel de estraza en ‘La Bodeguita del Medio’ (visto por menda que fui su amiga) a cambio de que le dieran un plato de frijoles negros con un un cucharón de picadillo encima. Por su lado, Embale pedía limosna en la calle, pero no dinero, directamente pedía comida. Así terminaron dos de los más grandes músicos que había parido la Cuba de antes del engaño, y no han sido los únicos en acabar de la manera más paupérrima que se pueda imaginar.

Mi mamá era muy amiga de Embale. Embale la adoraba, porque china como él, y amiga del trago, se extasiaba así con la bembita roja echá p’alante ante esa inigualable voz. Embale le metía tremendas serenatas y peroratas de enamora’o guilla’o, ahí donde se la tropezara: en el bar de O’rreilly o en el bar Águila, en cualquiera de aquellos antros de ardor mi madre era una de sus musas.
Gloria Ying Martínez Megía y Pérez, que así se llamaba mi madre, lo que se redujo a «la chinita» o a Gloria Martínez, igual que la serenísima modelo del célebre cuadro de Cundo Bermúdez, siempre separaba un plato de nuestra pobre cocina para Embale, y salía a zancajearlo con una cantinita hirviendo envuelta en un trapo, por las calles de La Habana Vieja, para que allí donde se encontrara pudiera por lo menos calentarse las tripas. Embale era fácil de localizar, pues se paraba a mendigar muy cerca del hotel ‘Ambos Mundos’ o por la esquina del ‘Café de París’ o por los alrededores del antiguo bar ‘Lluvia de Oro’ a donde iba mucho antes el curda de Victor Manuel, pintor de la china tropical, nada de la mulata. A veces era yo la que iba con la cantina a buscar a Embale. Cuando lo encontraba, siempre me señalaba con el dedo y con aquella sonrisa suya y su pelo ya medio canoso, como si yo fuera un gran personaje: «Ahí estás tú», parecía decir, pero sólo sonreía. Él se sentaba en una escalera, en el interior de un zaguán a comer todavía con esos buenos modales de gente de antes que nunca lo abandonarían, y yo pegada a él a observarlo y a preguntarle boberías que él respondía con parsimonia.
El guaguancó que yo gozo me viene de él, de Celeste Mendoza, y de Los Muñequitos de Matanzas, a los que también fui a ver y a oír en varias ocasiones allá en un turbio solar matancero acompañada de mi segundo marido. Cuando todavía de las latas de luz brillante no sólo se sacaba chispas, además se extraía el verdadero ritmo de la vida del solar cubano. Que no era chusmería ni bajeza, era mucha clase y compás. Pero ahora lo que queda de todo aquello es una tremenda clase pero de mierdeta al cuadrado y del compás ni la sombra de una afilada punta.
Yo vengo de aquí, y lo demás es soledad y lecturas, también con su buena dosis de callejerismo bobo:

Subscribe

- Never miss a story with notifications

- Gain full access to our premium content

- Browse free from up to 5 devices at once

Firmas

Artículo anterior
Artículo siguiente

Deja un comentario