José Gabriel Barrenechea.
Muchos cubanos de la Isla, y no pocos de la Emigración, creen que ante las asechanzas del Norte Revuelto y Brutal, la única salida que nos queda para salvar a la Nación de desaparecer absorbida en la cultura imperial, para salvarnos de la desaparición de nuestro ser idiosincrático, es el modelo político de Ciudad Sitiada, bajo asedio, sometida al ordeno y mando de los individuos con mayores avales patrióticos.
A los tales cubanos, sinceros en sus creencias (hay quienes más bien las usan en su provecho), les dejo dos contrargumentos, para que en sus fueros internos los contrasten con su posición política.
1. Si bien podría decirse que el primero en la posición de ordeno y mando pudo llegar a ella en base al amplio asentimiento popular, bajo el sistema electoral anterior y el vigente, bajo los ordenamientos electorales vigentes de 1976 a la fecha, no puede afirmarse lo mismo de los que lo continúan. Díaz-Canel no es producto de una elección popular, fue cooptado (seleccionado a dedo) por Raúl Castro (heredero de Fidel, y él mismo receptor de parte del asentimiento inicial), en medio de un sistema de control, vigilancia y represión que no existían en 1959 o 1960. O sea, la elección del dotado de los mayores avales patrióticos ha quedado en manos de un reducido grupo alrededor de Raúl Castro, no en las de toda la Nación. Y de que ese modo reducido de selección se presta a errores, da buena cuenta lo sucedido con Carlos Lage y Felipito Pérez Roque: Desde la óptica de un incondicional de la necesidad del ordeno y mando propio de Ciudad Sitiada, es evidente que en caso de no haber estado disponible Raúl Castro, a la salida de Fidel Castro en 2006 la Patria asechada habría quedado en manos de unos anti-patriotas, por una mala elección del Supremo Patriota anterior.
Pero es más: Si tenemos en cuenta las frecuentes purgas que desde 1980 Fidel Castro hizo entre sus candidatos a sucederle, que afortunadamente fueron descubiertos antes de que Fidel y Raúl Castro cayeran en cama, no cabe más que cuestionarse el método de selección del de más avales patrióticos por el anterior avalado.
Es por tanto evidente que el Mandatario con plenos poderes, imprescindible al modelo político de Ciudad Sitiada, será con más seguridad elegido entre los de mayores avales patrióticos si todos participamos en su elección, que si lo dejamos al criterio limitado del anterior Mandatario.
Pero si admitimos esto, ya de hecho estamos admitiendo la superioridad del modelo democrático, al de ordeno y mando. A no ser que dudemos del patriotismo de los miembros de la Nación, lo que a su vez nos llevaría a preguntarnos: ¿Y qué defendemos con el ordeno y mando y la Ciudad Sitiada cuando lo que tenemos no es una Nación, sino un atajo de antipatriotas?
2. Aun si el modo de seleccionar a los más dotados de avales patrióticos por cooptación fuese superior al popular, en el mismo es necesario que el Mandatario anterior conozca personalmente al candidato, lo cual solo puede ocurrir si este último pertenece, desde hace mucho, a alguno de los círculos de poder que rodean al primero. O sea, si el candidato se mueve desde hace mucho en un medio, el del poder, en el cual las condiciones de vida no son las de los ciudadanos de a pie. Esto es causa de que el que manda no conozca las verdaderas condiciones de vida de sus gobernados, al no haberlas experimentado desde hace mucho (como es el caso de Díaz-Canel, que ante cierta película nuestra muy representativa llegó a decir que lo que en ella se representaba no era típico de la sociedad cubana), en caso de que alguna vez las haya experimentado, porque puede darse el que el elegido para candidato sea parte de alguna familia incrustada en los primeros círculos del poder.
Esa de falta de identificación del que manda con las condiciones de vida de sus gobernados causa los mismos problemas, para un modelo planeado para defender a la comunidad de una amenaza externa, que provoca toda forma de gobierno oligárquica (no de los mejores en cuanto a patriotismo, sino de los que en su descolocación de la verdadera situación de la Patria los anteriores mandatarios creen son los mejores): un cada vez mayor encastillamiento de una clase dirigente que se cree en su deber y derecho de conducir a la masa, aun cuando no comparte en realidad ni su visión del mundo, ni sus intereses; una cada vez mayor incapacidad de conducir a la sociedad al desconocer de manera vivencial lo que ocurre en ella.
O sea, el modo de ordeno y mando crea con el tiempo una oligarquía, necesariamente. Pero hasta para dirigir una efectiva defensa en la guerra lo mejor que puede sucedernos es que los jefes y oficiales conozcan los límites de sus soldados, y se identifiquen con ellos, lo cual no sucede en los sistemas oligárquicos, y sí en los democráticos. Algo que ya los griegos descubrieron en las Guerras Médicas era la base de su superioridad sobre el autoritarismo y centralismo Persa.
Por último solo quiero agregar que el miedo a que la Nación desaparezca, tragada por alguna otra, es irreal. Solamente consideremos a Puerto Rico. Esa Nación, tan parecida a la nuestra, mucho menos vital que la cubana en 1898, lleva ya 122 años de interferencia colonial americana, y sin embargo no ha dejado de ser ella misma.
La Nación Cubana, nuestra cultura y particularidad idiosincrática no están en peligro de desaparecer, tragadas por ningún Norte Revuelto y Brutal, como se afirma para justificar el ordeno y mando de la oligarquía de la Ciudad Sitiada (oligarquía no es sinónimo de plutocracia, aunque con el tiempo deriva hacia ella). Por el contrario, la Nación Cubana necesita evolucionar, dejar atrás vicios idiosincráticos para adoptar virtudes de cooperación, tolerancia y democracia, que sólo podrá adquirir en una verdadera práctica democrática, no bajo las actuales formas políticas.