El jurista Francisco Elías de Tejada, gran ejemplo del pensamiento tradicionalista hispánico, decía que los pueblos son tradiciones (1), y que “nación” es un término muy complejo y confuso que entra en política con la Revolución. Y no le faltaba razón.
La palabra “nación” existe en nuestro idioma desde mucho antes de la Revolución, pero con Elías de Tejada, convenimos en que no tuvo un sentido político sino hasta el siglo XIX prácticamente.
“Nación” se refiere por su etimología a comunidad de nacimiento.
El historiador quiteño Francisco Núñez del Arco, asimismo, añade que en el Antiguo Régimen hispanoamericano, “nación” designaba a la “ciudad-estado” virreinal, pues la Monarquía Hispánica se había fraguado con ciudades grandes y autosuficientes que englobaban un amplio perímetro. Núñez del Arco defiende que, si hubo una nacionalidad histórica en Hispanoamérica, esa sería la española americana, y que tras doscientos años de repúblicas, las naciones-estado que emergieron del desastre de la Monarquía Hispánica (incluyendo la España actual), ni han sabido ni han querido afirmarse más allá del fútbol y otras superficialidades; porque de hecho la nación allende la política es algo que puede llevar siglos y siglos, y no se improvisa en una constitución de papel mojado. Hablando de eso en la presentación en Lima de su libro “Quito fue España (historia del realismo criollo)” (2), le expuse el ejemplo de cómo los visigodos, cuando dominaron tres siglos Spania, siempre hablaron de “romanos” para referirse a la población ibérica. Y todavía a día de hoy, los moros nos llaman “rumíes” a los españoles. Y han pasado siglos, pero el acervo etnocultural permanece.
En ese sentido, y aun siendo artífices de la Revolución, Estados Unidos tiene un sentido muy práctico: “Nation”, para ellos, tiene un sentido muy ligado a lo etnocultural. Por eso hablan de “nations” para referirse a las distintas etnias indias, o los negros que se convirtieron al islam se consideran “nation”, así como también se consideran “nation” los cajunes. En Estados Unidos, hasta los mandatos de Bush y Obama, amén de la tradición federalista, se ha conservado esa “autonomía étnica” que ha hecho posible que descendientes de canarios establecidos en los pantanos de Luisiana durante más de dos siglos hayan conservado el español como lengua familiar (3); así como los mentados cajunes, descendientes en buena medida de los criollos franceses expulsados de Canadá (y unidos a los criollos franceses que ya estaban en actual territorio estadounidense), también mantienen su lengua. Aunque eso sí, en las escuelas, impusieron la política del “only english”, lo que mermó tanto el español como el francés criollo.
Hablando de Bush y Obama, recuerdo que había quienes los ponían en contraposición, pero los hechos dicen lo contrario: Sus políticas son calcadas y siguen una hoja de ruta que va mucho más allá de los partidos-franquicias. Y parece que esta tendencia invasiva va a seguir ahondando brechas en la sociedad de las barras y las estrellas; siendo una brecha que nos recuerda a la que ya se abrió cuando dio lugar la Guerra de Secesión. La propaganda postrera de los vencedores se centró en que “los sudistas eran esclavistas”, pero en verdad, los políticos del sur ya estaban debatiendo abolir la esclavitud: Lo que no toleraron muchos políticos y gentes anónimas de “Dixie” fue la intromisión y el irrespeto a sus libertades. Ahí estuvo el meollo de la cuestión y por eso estalló el conflicto, siendo también que el norte industrial necesitaba la materia prima del sur agrícola. El frágil equilibrio se ha mantenido durante siglo y pico, adobado siempre con políticas injerencistas en otros países como “destino manifiesto”, parecido al sempiterno imperialismo que desarrolló la Francia revolucionaria acaso como huida hacia adelante.
Con todo, los norteamericanos, (casi) siempre con sentido práctico, hablaban hasta no hace mucho de “Spanish America” para referirse a la América Hispana. Las suspicacias de sus vecinos han hecho que poco a poco cambien el término a “hispanic” o “latin”. Pero para ellos, una cosa es un negro de cultura anglosajona y otra un negro de cultura hispánica. Y lo mismo pasa con los blancos. Porque priman mucho el hecho cultural, por más que siempre haya tensiones de índole racistoide en su seno. Pero ellos tienen mucho más claro el tema que nosotros, y parecen conocer mejor nuestra identidad que nosotros mismos, siempre enfrascados en discusiones bizantinas y en barroquismos mentales indigestos.
Otra cosa sería, volviendo a apuntar a Núñez del Arco, estudiar la influencia de la Monarquía Hispánica en las instituciones angloamericanas; cosas que ellos nunca han ocultado, sino al contrario. Que haya buena parte de la población de Estados Unidos que sea ignorante es cierto, pero, ¿en qué país no existe esa masa ignorante? Ya quisiéramos tener sociedades de historiadores como las hay allá, y ya quisiéramos honrar en España la memoria española tal y como se honra allá. Porque el ¿estado-nación? español no hace más que denigrar a la historia, la cultura y las gentes hispánicas, actuando como grupo de presión progre por medio mundo.
Eso sí: Es una de las muchas contradicciones estadounidenses, porque si bien su reconocimiento a nivel histórico es entrañable, su política siempre ha sido virulentamente antiespañola, y bien que se encargaron de demostrarlo desde primera hora, apoyando las secesiones hispanoamericanas y luego invadiendo Cuba, Puerto Rico y Filipinas con embusteros pretextos, como luego han hecho en Oriente. Y eso que sin España (a través de Bernardo de Gálvez), jamás se hubieran independizado de los británicos. A Francia le agradecieron mucho la ayuda para su independencia en cuestiones prácticas, a España jamás. Francia, Holanda e Inglaterra siguen manteniendo colonias en el Caribe; a España en cambio le arrebataron las provincias (que no colonias) ultramarinas.
Claro que una cosa es la élite político-financiera y otra el pueblo. Y ese reconocimiento de la historia hispánica quizá se deba más al pueblo.
El sentido de “nación etnocultural” que se da en Estados Unidos podrá gustar más o podrá gustar menos, pero desde luego, parece mejor llevado en un amplio territorio que muchas paranoias que en Europa se gestaron entre los siglos XIX y XX, al alimón de la aparición de las naciones-estado (cosa en la que Estados Unidos siempre ha tenido su contradicción, como apuntamos). Similar proceso vivió la América Hispana, colapsada en repúblicas cuya fabricación nacionalista mitológica se extendió como una epidemia. El imperio británico, mal que bien, sigue siendo un imperio, y no una “nación política”. En España, todo el mundo quiere ser una nación especial, e incluso parece afrenta para aquellos que se creen más especiales de la cuenta cuando alguna que otra región se quiere arrogar tal cosa. Pero es que puestos al “derecho de autodeterminación”, a ver quién tiene legitimidad para decir dónde está el principio o el fin. “Derecho” curiosamente propagado por los anglosajones en la Primera Guerra Mundial pero que jamás se ha puesto en práctica entre ellos. Por algo será.
En fin, es tiempo de tradición, realidad y sentido común. La ficción nacionalista/romántica/revolucionaria ha de acabar. Miremos al futuro con lo mejor de nuestra experiencia, porque esto ya no da para más.
NOTAS:
(1) Véase:
http://movimientoraigambre.blogspot.pe/2015/04/pueblos-y-tradiciones.html
(2) Sobre el libro “Quito fue España (Historia del realismo criollo)”:
http://poemariodeantoniomorenoruiz.blogspot.pe/2016/07/mis-lecturas-quito-fue-espana-historia.html
(3) Sobre los “Islenos” de Luisiana, recomendamos algunos enlaces:
http://mdc.ulpgc.es/cdm/ref/collection/aea/id/1145
*Enlace original: https://katehon.com/es/article/de-naciones-y-ficciones