Cualquier amante de la crónica, conoce y sabe perfectamente, que durante los grandes genocidios europeos y asiáticos del pasado siglo, la prensa, las distintas agencias de noticias del momento, las embajadas y los consulados; las inmensas redes de informadores que visten con hábito, guardaron todos, absolutamente todos, un brutal y asesino silencio que los hizo cómplices de los genocidas.
Y para no ampliar la más que completa lista de genocidas que ensangrentaron el mundo en el siglo pasado gozando del silencio de todos los numerosos cómplices en su momento, citaremos, por proximidad, a Francia y Alemania, sin dejar en el olvido el campo de concentración más cercano que nos afecta, y que queda a pocos kilómetros de donde escribo; donde con la tremenda gracia que según dicen los curas le dio dios a Franco, dejó, entre cánticos gloriosos, entre domingos de fiesta a lo San Fermín; pero en vez de correr toros, que fueran rojos republicanos recogidos en el campo de exterminio de Albatera, Alicante, España, entre risas a carcajadas de autoridades como, según, manda dios, para alegrar aterrando a las poblaciones.
Ni cuando Francia exterminó judíos al mismo ritmo, prácticamente que Alemania, ni cuando Alemania lo hizo, ni cuando los soviéticos lo hicieron, los turcos, los franquistas, y el largo etcétera del siglo pasado, en los momentos cruciales que estuvieron ocurriendo los hechos, el mundo, las gentes, quería saber nada de lo que pasaba; y, en vez de preocuparse por tales barbaries atroces, la gente se limitaba a aplaudir a los genocidas, y la prensa del momento, a desearles largos años de vida y caudillaje.
Los Estados Unidos de Norte América, gente en su generalidad originaria que cuando empezaron a comer caliente después de las hambrunas pasadas, muchos de ellos se consideraron ya seres privilegiados, elegidos, sin saber ni para qué era la elección, ni, como les pasa ahora, que de tanto decir una mentira de que es un país avanzado, modernos, justo y civilizado y demócrata, se lo han creído; al mismico estilo de mentira tradicional de cuando el Vaticano dice que es un estado pobre sin recursos económicos.
Lo del, probablemente, rico Trump, no es que va a iniciar una “limpieza” en su territorio robado de sin “papeles”; ojalá solamente fuera esa injusticia, y repatriara o pusiera fuera de sus fronteras robadas a otras gentes, con más derecho de habitar aquellos terrenos que los rubios tortilla francesa de su estilo, ojalá y fuera así. Pero diplomáticos, periodistas, cronistas, poder judicial y policial, y toda la gama de entidades honorificas, saben que lo de Trump no es eso ni parecido; sino que lo de Trump, silenciado como todos los terribles episodios genocidas numerados anteriormente, va más allá, y canallamente se trata de una “limpieza” de todo aquel que hable español, y no tenga en el banco una suma de dinero suficiente como para defenderse de otra atrocidad humana más, silenciada y, aplaudida, que alegra a los tiñosos y demás buitres que dicen que necesitan del rezo.
Estamos frente a un terrible genocidio en el Mediterráneo que goza de las bendiciones de los gobiernos de la inmensa mayoría de los países europeos y del norte de África, y, ¡como no!, de la bendición apostólica de su santidad de Roma. Y toda la información que llega tamizada, pasado por el cedazo informativo, se va dando de modo que no moleste al votante, al contribuyente, que no debe de ser molestado por asuntos de tan poca importancia como que por el capricho avariento de un grupo de ricos, mueran ahogados, de frío, de sed, miles de seres humanos cada día.
En los citados Estados Unidos de Norte América, dueños y amos de todo el marrano sistema informativo del mundo, están muy atareados “limpiando”, en su brutal argot, ciudades, campos y pueblos, de cochinos extranjeros que ya no sirven ni para hacer de infantería, supuesto que las guerras ahora las dan en alquiler, las dan en concesión, a empresas privadas capitalistas Usa.
Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.
YANQUI
Detén a tu América,
la que acaba en el Bravo,
y no siga humillando
por debajo del río.
Y graba
mi hondo desprecio
por tu bota altiva
para que no camine
arrollando
allá por abajo,
por donde se esfuerza
en tremendo trabajo
la carne morena
tratando de forjar
una libertad
plena,
que suene en las guitarras
limpia y serena
como aires de sierra,
y en alegre vino,
sangre de la tierra,
de quien no necesita
del brillo del dólar:
sangre del yanqui,
manteniendo inmarchita
la samba fecunda
que canta Yupanqui,
en recuerdo y memoria
del indio que duerme
su sueño en la arcilla
y mantuvo la gloria
de haber existido
de un modo
tan cuerdo
que pese a tu empeño,
todavía brilla.
Y por colombias
de cauchos,
y amplias llanuras
de venezolanos,
o en galope de gauchos,
o en versos de agua
de entrerrianos.
O por brasiles partidos
en aguas perennes
de cien Amazonas,
por donde andan fundidos
corajes de Guayas
y áureas coronas.
O por ecuadores de altura,
bolibias de nubes,
pichus de meca:
vértigos de hermosura,
o por un pueblo
que baila
el ritmo huasteca.
Y por tu culpa,
Yanqui,
por istmo apretado,
suda la piel morena
que nadie a consultado
y la infectan sin fin
de barras y estrellas.
En su paciente espera,
por la luz que a la fuerza
dejará la noche,
lo que ahora quisiera,
es que,
por una cueca,
o por el canto azul de las altas
colinas,
se suavice la mueca,
la honda tristeza
en las caras andinas.