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Tanita, una gran dama de la ciudad de Marta Abreu

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Del autor

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Foto: Tanita y una de sus dos hijas. Santa Clara, Cuba, 1950.

París, 2 de mayo de 2020.

Mi inolvidable Tanita:

Me cuentan que estás a punto de partir, que ha llegado la hora de abandonarnos para reunirte con todos esos seres queridos que te están esperando: tu abuela Bruna, tus padres Claudio y Aurelia, tus hermanos: Biba, Luga, Ofelia, Celia, Felicidad, Claudio, Fausto, Marcelo, Zoilo, Renato y Raimundo.

También al fin te podrás reunir con Guillermo, el hombre de tu vida. Ese hombre que lo dio todo por una Revolución en la que creyó y por la cual fue traicionado. Tú y él perdieron todo lo material a causa del régimen que ayudaron a instalar, al combatir al anterior déspota.

Cuando vi el filme The Lost City, me parecía que la actriz Inés Sastre te estaba interpretando. Su papel es el de una mujer bella y elegante que al centro de la vorágine revolucionaria soñó con un mundo mejor, al igual que tú.

Te imagino en aquella bella casa de la santaclareña de la calle Alemán, esperando a que te vengan a buscar para llevarte frente a Dios. Aquella casa en cuyo largo patio decorado con arecas tantas veces jugué, cuando mis padres me llevaban a visitarte desde nuestro terruño villaclareño.

Tú eras para mí el símbolo de la belleza y la elegancia femenina. Pero no sólo una elegancia exterior, sino también la espiritual, privilegio que pocos seres humanos poseen.

Recuerdo cuando ibas a visitar a mi abuela Aurelia a Camajuaní y le llevabas una gran caja de cartón, con los mandados para la semana en el portamaletas de tu coche. Tus dos niñas parecían escapadas de los cuadros de Sorolla con sus batas blancas de tules, sedas, lazos y sombreros.

Mis más bellos juguetes fueron los que Los Reyes Magos me dejaron en tu casa, al pie de aquel gran Árbol de Navidad que armabas en tu saleta. Mis más bellas vacaciones de verano fueron las que pasé invitado por ti en Varadero. Montábamos en bicicleta, paseábamos en coches y nos divertíamos con la Caravana del Chiste. Cada uno debía inventar un chiste que hiciera reír sanamente a los demás, sin ningún tipo de vulgaridades.

Cuando Guillermo se alzó y fue a combatir a la Sierra, tú hiciste una promesa a la Virgen de las Nieves, ya que ésta era casi desconocida para los cubanos. Pensaste que el milagro se produciría, que tu esposo regresaría sano y salvo. Encargaste a la Madre Patria su imagen en madera policromada por medio de la tienda especializada Au Bon Marché de la habanera calle Reina. Pero cuando llevaste la bella escultura a la Catedral de Santa Clara, el sacerdote te dijo fríamente: “no vale la pena, aquí nadie la hará caso, llévesela y adórela en su casa”. Así, creo que tu casa ha sido quizás la única en Cuba, donde esa bella imagen europea sea venerada.

Tu derrumbe económico y social comenzó con el fusilamiento de varios amigos de Guillermo: Sinesio, William Morgan y Jesús Carreras. Las confiscaciones de negocios, fincas y casas y la muerte de tu cuñado Triana en el Escambray fueron golpes muy duros. El éxodo de la burguesía y la clase media santaclareña hacia los EE.UU. y España fundamentalmente te dejó sin amigas con las cuales jugar canasta o conversar en el Club Campestre Cubanacán.

El corazón de Guillermo no soportó el choque. Tu mundo se vino abajo. Sin embargo tú luchaste, no te dejaste caer. Eras una de las pocas damas de la ciudad de Marta Abreu que nunca salió a la calle sin vestirse elegantemente, peinada y con cartera. No perdiste nunca tu discreto encanto ni tu fino sentido del humor. Santa Clara perdió la tienda El Encanto, pero tu encanto siguió recorriendo sus calles a pesar de haberse acabado los paseos por el parque, las matinés del Cine Glorys y las meriendas en su cafetería aledaña.

No comprendiste nunca como algunas mujeres podían salir a la calle en chancletas, despeinadas o con una jaba.

Recuerdo el mes que pasaste en mi modesto hogar habanero, en 1963, para que mi madre te enseñara de nuevo a hacer flores de papel. ¡Cómo nos divertimos en aquel cursillo! De niña habías aprendido a hacerlas junto a tus hermanas y, ahora… de nuevo te salvarían de la pobreza; según me dijiste hace unas semanas cuando logré hablar contigo por teléfono.

En 1967 fui enviado como “formador del hombre nuevo” por dos años a la E.M.C.C. (Los Camilitos) que se encontraban en la carretera de Sta. Clara a Placetas. Recuerdo que cuando tenía días de pase, tú me recibías en tu casa con extraordinaria amabilidad y compartías conmigo lo poco que tenías para comer.

Quizás esta carta logre llegar a tus manos antes de que partas. ¿Alguien podrá leértela?

Con tu ausencia física, la Villa de Marta Abreu perderá a una de las mujeres símbolo de una época en que las santaclareñas hacían gala de buena educación, discreta elegancia, amor por su familia y dignidad frente a la adversidad. Todo a años luz de distancia de la vulgaridad generalizada instalada por los “compañeros” en la actual… ¡Ciudad del Che Guevara!

Te recordaré siempre con gran cariño y simpatía, pues eres una de las personas que más he querido a lo largo de mi vida. Solo siento no poder estar a tu lado para despedirte con un beso y un abrazo.

Ruego para que Dios te acoja junto a Él por la eternidad,

Tu eterno admirador,

Félix José Hernández.

Nota bene: Esta crónica aparece en mi libro «Memorias de Exilio». 370 páginas. Les Éditions du Net, 2019.  ISBN: 978-2-312-06902-9

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