La Habana, 27 de octubre de 1974 – París, 27 de octubre de 2019.
Dulce Amor mío:
¡Cumplimos hoy cuarenta y cinco años de casados! Me viene a la mente la emocionante ceremonia del pasado 1° de mayo.
¡Cuánto le hubiera gustado a mi madre presenciar esa hermosa ceremonia religiosa! Yo sé que ella estaba allí acompañándonos y orgullosa de nuestra Historia de Amor.
Tuvo lugar el en el espléndido Salón Cupido del Costa Serena – pues la capilla resultaba pequeña-, mientras navegábamos por el Mediterráneo entre Palermo y Palma de Mallorca.
Ofició el capellán de la nave: Padre Adam Straczkiewcz, que es también profesor de la Universidad de Siena. La ceremonia religiosa fue muy bella, con lecturas sobre la familia y el valor del matrimonio.
Éramos unas veinte parejas, las que formamos un círculo frente al altar: franceses, italianos, polacos y nosotros los cubanos.
El Padre nos pidió que nos tomáramos de las manos y que no lo miráramos a él sino a los ojos de nuestra pareja. A continuación dijo: “ustedes han solicitado renovar sus votos de matrimonio en el día de hoy, ante la presencia de Dios. Sabemos que el compromiso que adquirieron el uno con el otro el día de su boda ha perdurado. Sin lugar a dudas lo han renovado en sus corazones innumerables veces a lo largo de los años que llevan juntos”.
Continuó: “Ustedes han vivido juntos en matrimonio en el nombre de Cristo, juntos, como una sola carne, han enfrentado a lo largo de estos años innumerables retos que han puesto a prueba la firmeza de su amor y de los lazos que los unen. Aun cuando estas pruebas han sido difíciles, nunca las han enfrentado solos.
Por fe saben que su matrimonio ha sido, y continuará siendo, aún en sus debilidades y por medio de la gracia de Dios, una participación en la vida divina del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.
En el matrimonio, así como en todas las cosas, Jesús está en nosotros y nosotros en Él. De la manera como Él nos amó y dio su vida por nosotros, también nos insta a amar a nuestros cónyuges. En Jesús tenemos la libertad de amar incondicionalmente, de perdonar sin guardar ningún resentimiento y de ser fieles aún frente a la adversidad.
En Jesús, podemos decirle a nuestro cónyuge: ‘He escogido libremente estar siempre contigo, y libremente te entrego mi vida y todo lo que soy’. Debido a que el matrimonio es una institución divina, y a que estamos rogando a nuestro Padre celestial que renueve esta unión como esposo y esposa por medio de su Hijo Jesucristo en comunión con el Espíritu Santo, es importante que ustedes prometan fielmente continuar viviendo bajo este pacto matrimonial”.
A continuación, ayudado por otro sacerdote y traductores nos dijo a los esposos:
“Tu esposa te ha entregado su vida y su amor. ¿Prometes, como su esposo fiel ante la presencia de Dios, continuar viviendo con ella en sagrado matrimonio, para amarla, alentarla, edificarla, consolarla, honrarla y sostenerla, en la enfermedad y en la salud, y entregarte solamente a ella, mientras ambos vivan?”
-“Sí, lo prometo”.
Luego el Padre se dirigió a las esposas:
“Él te ha entregado su vida y su amor. ¿Prometes, como su esposa fiel ante la presencia de Dios, continuar viviendo con él en sagrado matrimonio, para amarlo, alentarlo, edificarlo, consolarlo, honrarlo y sostenerlo, en la enfermedad y en la salud, y entregarte solamente a él, mientras ambos vivan?”
-“Sí, lo prometo”.
El Padre dijo:
“Ya que es su deseo el renovar su pacto matrimonial el día de hoy, les pido que se tomen de las manos y repitan esta promesa”.
Cada esposo repitió después del Padre:
“Yo prometo seguir tomándote a ti, por mi esposa, para amarte y cuidarte, de hoy en adelante, en la abundancia y en la escasez, en la alegría y en el dolor, en la enfermedad y en la salud, para amarte y valorarte, hasta que la muerte nos separe”.
Cada esposa repitió después del Padre:
“Yo, prometo seguir tomándote a ti, por mi esposo, para amarte y cuidarte, de hoy en adelante, en la abundancia y en la escasez, en la alegría y en el dolor, en la enfermedad y en la salud, para amarte y valorarte, hasta que la muerte nos separe”.
El Padre nos invitó a rezar el Padre Nuestro y nos bendijo.
Al terminar esa inolvidable ceremonia, las parejas bendecidas nos acercamos al Padre Adam Straczkiewcz para darle las gracias.
Al día siguiente nos entregaron un hermoso certificado.
Nosotros recordamos aquel 27 de octubre de 1974 en el que nos casó ante Dios, casi a escondidas y en forma muy austera, el Padre Teodoro Becerril (Clemente), en la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen. Sólo asistieron los dos testigos: nuestra querida amiga Irma y mi inolvidable primo Manuel- que posteriormente fuera asesinado en el Sidatorium de Los Cocos al experimentar con él “nuevos tratamientos” por parte de los “médicos” del régimen-.
Si los “heroicos” compañeros del Comité de Defensa de la Revolución Leopoldito Martínez o del Partido Comunista hubieran sabido de nuestra boda en la Iglesia, de seguro que habríamos caído “apestados” para siempre. Lo que ocurrió unos años después en 1980, hasta que Dios nos ayudó a escapar del régimen de los hermanos Castro el 21 de mayo de 1981.
La ceremonia en el Palacio de los Matrimonios (antiguo Casino Español de Invierno) situado en el Paseo del Prado, fue impersonal. Se hacían varias bodas al mismo tiempo, una en cada sala… había cola para casarse. Ni siquiera sabemos cómo se llama el notario que nos casó. Tú llegaste con 90 minutos de retraso debido a que el Chevrolet Impala del 1959 de color negro, se rompió por el camino de tu casa al palacio.
Regresamos a casa en el coche de un gran amigo francés y su esposa; algo extraordinario es que ellos también asistieron a la boda de nuestro hijo en la Capilla del castillo del Marqués de Pange en Francia, 31 años más tarde.
Nuestra Luna de Miel comenzó por una semana en el habanero Hotel Capri y continuó con otra semana en el Hotel Internacional de Varadero. Desde entonces mucha agua ha pasado bajo los bellos puentes de La Ciudad Luz.
¿Cómo hubiera sido mi vida si no te hubiera conocido? Nuestra histoire d’amour había comenzado sólo tres meses antes de casarnos. Fue en un instante que llegó de algún lugar del universo. Una luz. Un silencio. Un sonido. Una música. Una sonrisa. Los primeros segundos, las primeras miradas. Verte fue algo que me acarició el corazón, que me dejo casi sin respiración. Un momento suspendido hacia lo desconocido.
Fue el 27 de junio de 1974 junto al mar y…supe en aquel segundo que la emoción llegaría, que el placer vendría, que los recuerdos se acumularían. A partir de entonces hemos cruzado por días soleados y de tormentas, por el drama del destierro, pero nuestro amor ha triunfado.
Nuestra gran Amiga francesa Georgia Fribourg nos envió una bella postal de felicitación en la que escribió: “En vuestro destierro, ha sido vuestro amor la única tierra firme digna de ser habitada.”
Te regalo “Todo el tiempo del Mundo”, una poesía de amor cantada por el gran Manolo Otero, poco antes de ser llamado por Dios. Para mí es una de las más bellas canciones interpretada en la lengua del genial Cervantes:
Dulce Amor mío, estimo que tú has superado los avatares de tu existencia, y has logrado conservado intacta tu capacidad de amar.
Le pido a Dios que nuestra Historia de Amor nos acompañe hasta el final de nuestro tiempo. Ella fue bendecida de nuevo al nacer nuestro hijo Giancarlo, cuya boda con la encantadora Anne–Laure, produjo los dos frutos más hermosos posibles: nuestros nietos Cristóbal y Victoria, hogaño de 13 y 11 años respectivamente. ¡Ellos han llenado de luz nuestro universo!
Tuyo siempre, pues sin ti me sería imposible vivir,
Félix José Hernández.
Nota bene: Esta crónica aparece en mi libro «Memorias de Exilio». 370 páginas. Les Éditions du Net, 2019. ISBN: 978-2-312-06902-9