Querida e inolvidable Celia

Foto: Celia Valdés Ríos, Camajuaní 1939.

París, 8 de mayo de 2020.

Querida Ofelia:

Acabo de ver una película mexicana: “Como agua para chocolate”, basada en la novela de Laura Esquivel. En ella aparece un personaje que me hizo recordar a mi inolvidable tía Celia. Ella nació a inicios del siglo XX en un pueblo cubano llamado Camajuaní, que se alza al centro de un hermoso valle tropical. Fue siempre una víctima de todo el mundo, buena, manipulable e ingenua en alto grado. Capaz de hacer los flanes de calabaza más deliciosos del mundo, dignos de entrar con cuatro estrellas en la Guide Michelin.

Ella vio casarse a cinco hermanas y a la misma cantidad de hermanos y ante la posibilidad de quedarse para vestir santos – en aquella época había tela para eses menesteres religiosos-, se casó con el suegro viudo de una prima. Nada menos y nada más que con don Santiago Pita y Sarría.

Este don había enviudado dos veces. ¿Habrán muerto sus precedentes esposas de disgustos? Sólo Dios lo sabe.

En todo caso, Celia se convirtió en criada del don para toda su vida.

Al día siguiente de su boda, su primer paseo de La Luna de Miel, consistió en ir al Cementerio de Colón  a llevarle flores a las sepulturas de las dos precedentes señoras Pita.

Celia no tuvo el valor de regresar al terruño debido al qué dirán y así fue esposa sumisa de don Santiago. El don era elegante, refinado, siempre con: sombrero, chaqueta o guayabera blanca, lazo y bastón, en resumen: ¡Impecable!

Él trató de cultivar infructuosamente a la pobre Celia.

Ella sentía una gran admiración por Ortega, el comentarista del noticiero de la tele, aquél que se tomaba una copa de cerveza Hatuey cada noche antes de que fueran sólo en c.u.c. Pero un buen día, el don en un arrebato de celos decidió deshacerse del aparato para impedirle que le engañara aunque fuese virtualmente con el periodista.

Conmigo el don siempre fue amable, cuando yo llegaba a su hogar me tenía que sentar en una silla que estaba situada a apenas unos centímetros de la puerta siempre abierta del apartamento a oscuras de la calle Ayestarán, para ahorrar electricidad. Pero me cedía todos los derechos de la célebre libreta de la ropa, y así yo era un cubano privilegiado, pues gracias al don tenía su cuota y la mía.

El don, que era progresista para su época, era ortodoxo y amigo de Eduardito Chibás. Este último en medio de un frenesí verbal por la radio decidió dar un último aldabonazo al pueblo cubano, pero se equivocó y en lugar de una aldaba tomó una pistola y se dio un primer y último pistoletazo. El don y Celia fueron al grandioso funeral y allí ella tuvo la suerte de conocer a un joven estudiante de derecho que con el tiempo se convertiría en el Líder Máximo.

El famoso 13 de marzo por la tarde el don quería coitar con Celia, pero como esta estaba emocionada -ya era revolucionaria- con las vecinas que habían oído a Manzanita por Radio Reloj, no quería cumplir con sus deberes conyugales. Tal fue la furia de don Santiago Pita y Sarría, que en ese momento decidió abstenerse de toda relación sexual con la pobre Celia para toda la vida y así ella se convirtió definitivamente en doméstica sin sueldo, solo por el techo y la alimentación.

Un mal día don Santiago Pita y Sarría fue llamado por El Señor. Yo en aquella época estaba en Los Camilitos de Santa Clara, enviado por el Instituto Pedagógico como formador del “hombre nuevo”. Al llegar el telegrama del fallecimiento del don, me dieron tres días de pase. Creo que fue Julio Antonio Mella el que dijo: “hasta después de muertos somos útiles”.

Celia nunca más pudo tener una tele, pues eran para los heroicos obreros de avanzada y como ella no tenía salud ni edad para ir a las Zafras del Pueblo a cortar caña, iba a casa de los vecinos a ver al Líder Máximo y poco a poco estableció un amor virtual con este. Admiraba sus gestos, sus delicadas manos, su barba, su carácter, cuando daba puñetazos en el atril. Admiraba a Celia Sánchez y el día en que ella falleció, Celia con lágrimas en los ojos fue a mi casa, triste por la presunta soledad del Líder Máximo.

Pero el paroxismo revolucionario de la pobre Celia tuvo lugar en la primavera del 1980, con tanta marcha de pueblo combatiente, tanta intransigencia revolucionaria y por obra y gracia del espíritu… ¡revolucionario! Celia se convirtió en una especie de Pasionaria de la Revolución. Al enterarse de que su sobrino Luis el carnicero, que tanto picadillo le había “resuelto”, había entrado a la sede de la Embajada del Perú con esposa e hijos, para ella fue como una especie de alta traición, de mancha para el honor de la familia.

Llegó a mi casa y comenzó a hacer comentarios inadecuados sobre Luis. Mi madre, que era una mujer de carácter, en medio de su exacerbación, y dando un puñetazo sobre la vieja mesa de formica, que hizo saltar el centro de mesa regalo de mi prima Cusita y que yo logré salvar en pleno vuelo, le dijo: -Pero Celia, ¿te das cuenta de lo que estás diciendo?

Está de más decir que la presión le subió a ambas. Pero Celia reaccionó y volvió a poner los pies en tierra firme.

A partir de ese momento nuestras relaciones se enfriaron, comí menos flanes de calabazas y cuando ella se enteró de que nos habíamos marchado a Francia, declaró a una amiga común, que tenía la esperanza de volver a ver a mi hijo, en aquel entonces de cuatro años (al que estoy seguro que quería), cuando éste volviera a Cuba como Maceíto. Pero ella olvidaba que mi esposa no era la Grajales.

 La pobre Celia fue estafada por un compañero teniente de las “heroicas” Fuerzas Armadas Revolucionarias, al cual vendió su apartamento para regresar al terruño camajuanense en el que nació. Allá falleció, rodeada de familiares que la querían. ¿Se habrá encontrado con don Santiago Pita y Sarría? Creo que en el cielo no hay criadas.

Un gran abrazo para ti en unión de todos a quienes quieres y que te quieren, desde la Ciudad Luz -aquí no hay pico eléctrico-.

Félix José Hernández.

Nota bene: Esta crónica aparece en mi libro «Memorias de Exilio». 370 páginas. Les Éditions du Net, 2019.  ISBN: 978-2-312-06902-9

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