París, 11 de julio de 2020.
Mi recordada Ofelia:
Al final de una primavera, mi colega Daniele me saludó cortesmente, como de costumbre y me ofreció un pequeño sobre. Me dijo: “durante las vacaciones de primavera tuve tiempo para abrir los paquetes de cartas que mamá conservaba en su cómoda, allá en la casa de la costa de Bretaña. Entre tantos sobres, cartas, invitaciones, etc., encontré este sobre con algo que te voy a regalar. Lo trajo mi madre de Cuba, cuando fue en 1940 de Luna de Miel. Te lo obsequio, pues eres el único cubano que conozco y creo que te agradará. Simplemente, como verás, te escribí algunas palabras en el sobre.”
En efecto, sobre el sobre estaba escrito: “Pour Félix de la part de Daniele (pour qu’il prie de temps en temps pour elle!) Paris, 11 mai 2007.” (Para Félix de parte de Daniele (¡para que él rece por ella de vez en cuando!) París, 11 de mayo de 2007.
Como sabía que mi estimada colega, con la cual trabajaba desde hacía 14 años, luchaba intensamente contra una grave enfermedad, me imaginé que sería un objeto religioso.
Mi sorpresa fue grande al ver la estampa de la Virgen de la Caridad del Cobre. La misma que poseía mi abuela María y con la cual rezaba cada tarde, sentada en su sillón al lado de la ventana con reja de hierro forjado que la separaba de la acera, en aquella casa de Toscano entre Nazareno y San Miguel, de la Villa de Marta Abreu.
En el reverso de la estampa aparece la oración que ella me enseñó de niño.
Se lo conté a Daniele, dándole las gracias por un regalo de tanto valor sentimental para mí.
Recuerdo como mi abuela, una vez que yo terminaba de recitarle la oración, sacaba un pañuelito que ocultaba entre sus senos, me daba como premio un gran beso y unas moneditas para que comprara caramelos.
Nunca le pregunté a mi colega qué otros viajes había hecho su madre. Mi abuela María, a lo largo de sus 98 años de vida, cuando fue llamada por el Señor, sólo había hecho dos “grandes viajes” desde su Santa Clara natal, el primero a Santiago de Cuba y al Santuario Nacional del Cobre y el segundo a San Cristóbal de La Habana.
Querida Daniele, de seguro que rezaré por ti a menudo, no sólo de vez en cuando como me pediste. ¡Qué Dios te bendiga junto a esas ancianitas que oraban con la misma estampa, a ambos lados del enorme océano!
Un gran abrazo,
Félix José Hernández.
Nota bene: Esta crónica aparece en mi libro «Memorias de Exilio». 370 páginas. Les Éditions du Net, 2019. ISBN: 978-2-312-06902-9