Paremos la godofobia

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Sí, como lo leen, godofobia. No me estoy refiriendo a la fobia contra la gente pasada de peso (entre los cuales me puedo incluir). Me refiero a la fobia a los godos. Algo muy de la generación de nuestros padres, que por lo visto, todavía no supera que en los tiempos de Franco, le hicieran aprenderse la lista de los reyes godos. Esta generación, para superar sus traumas, fue la que creó la nuestra y la siguiente, esto es, la generación más preparada de la historia…

En fin, dejemos el sarcasmo y pongámonos serios, sin que sirva de precedente. Hace poco estuve de visita en Trujillo, una joya de nuestra corona que, como toda Extremadura, no sólo sufre las embestidas del covid, sino también el aislamiento geográfico producido por la falta de trenes, entre otros. Siempre se les podrá echar la culpa a Franco, a la Reconquista o a la Inquisición, pero nunca a los muchos años de socialismo y a una inexistente alternativa del PP. Con todo, ello no obstaculiza la belleza de aquella ciudad que nos señala otros bellezones como Guadalupe y Cáceres. Toda la ruta repobladora occidental, con la Ruta de la Plata, los castillos y los leones y la cercanía de Andalucía y Portugal se nos presenta con tranquila majestuosidad. La Plaza Mayor de Trujillo, de hecho, poco o nada le envidia a la monumentalidad de muchas capitales de provincia. Sus soportales como custodiando el horizonte de la alcazaba con sus cuestas y sus piedras graníticas, la iglesia de San Martín, la estatua de Pizarro (cuya réplica yo ya había visto en Lima)… Ahora bien, lo que más me impresionó fue el palacio de la conquista, con el consiguiente busto de Doña Francisca Pizarro Yupanqui; algo que uno ha visto tantas veces en libros… Pero que de cerca me dio una impresión mística de nuestra historia, una unión de mundos que yo he podido palpar cuando he viajado de Lima a los Andes.

Con todo, una tarde una guía turística nos hizo un recorrido muy interesante, desde esa plaza mayor a la alcazaba. Entre otros, pasamos por la Iglesia de Santa María la Mayor, solariegas, la estatua de Francisco de Orellana (también trujillano, como Pizarro) y un largo etcétera. Y si bien la guía turística no empezó malamente, pronto soltó que Trujillo había sido una ciudad muy importante en la época andalusí (“árabe”, según su terminología). Hasta ahí todo bien. Pero acto seguido, soltó que “estábamos muy atrasados antes de que llegaran los árabes… Los árabes nos trajeron la miel, la seda, el ganado caballar…” Y no sé cuántas cosas más. Vamos, que ni la miel ni la seda ni los caballos se conocían en Hispania antes de la llegada de los árabes.

No es algo privativo de Trujillo. Una vez fui intérprete de un grupo de turistas brasileños en Sevilla y lo que soltaba la guía turística me tenía de los nervios.

Ojo: No estoy fomentando el odio contra los guías turísticos… O contra las guías o les guíes… Ni tampoco digo que haya que hablar mal de Al Andalus a la fuerza. Espero que se me entienda. Lo que estoy es harto de ese guión absurdo que toma piezas de romanticismo extranjero, leyenda rosa islamófila, americo-castrismo izquierdizado y complejo de inferioridad de una derecha siempre silenciosa y cómplice que por cojones quiere que el Reino Visigodo de Toledo sea considerado una época oscura, para mayor gloria del pensamiento de Blas Infante y Pérez de Vargas. Porque además, como conclusión, en España no hay cultura propia, siempre la han tenido que traer de fuera; y así fue con los moros en el siglo VIII y con los franceses y los ingleses entre los siglos XVIII y XIX. Es toda una estructura mental que nos tiene envenenados.

No es casualidad que los godos apenas pasen por los libros de texto (como no pasan los virreinatos en muchos libros de texto hispanoamericanos; tres siglos a la basura). Tampoco es casualidad que no sepamos que los bizantinos también estuvieron por aquí. Nada. Menos mal que los árabes vinieron a civilizarnos. Porque Toledo no se codeó con Constantinopla, el legado romano no continuó, San Isidoro de Sevilla no fue nadie y España nació en el siglo XIX.

Empero, a pesar de los pesares, menos mal que contamos con historiadores de la talla de Daniel Gómez Aragonés:

https://danielgomezaragones.com/

, uno de los mayores especialistas en el Reino Visigodo, con todo lo que ello comporta y afecta a nuestro arquetipo:

Recomendamos siempre su lectura, siendo que ante tanta godofobia, hasta las piedras están hablando y mucha arqueología está apareciendo frente a tanta propaganda. Si el árbol lo conocemos por sus frutos, ya vemos cómo es esa propaganda y cómo son esos propagandistas y todo el bien que nos han hecho… Así que al lío, que no hay tiempo que perder. Hay que leer a D. Daniel. Y basta ya de falsear una parte fundamental de nuestra historia con guiones de papagayos.

P.D.: Hay que ir a Trujillo. Yo pienso volver.

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