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¿Para qué sirvió el Imperio español?

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Se pueden, perfectamente, enumerar una serie de similitudes entre un ser vivo de sangre caliente y una invasión multitudinaria de parásitos, para hacernos una idea concreta, por fuera de músicas, dulzainas y tambores patrios que suenan con la intención y el logro de que algunos crean que a nosotros, a la gente de la calle, el ser imperiales nos sirvió para algo que no sea para sentir una profunda tristeza por todo lo que pasó, en el plano social y humano que se quiera exponer, para nada.

La España imperial metropolitana en el plano económico de nosotros las gentes de la calle, solo sirvió para que nos sobraran lugares terrestres para ser enterrados; y eso que todavía guardarán memoria genética muchas especies marinas oceanas atlánticas, pacíficas e indicas, de como sabe la carne de muchos emigrantes y soldados a la fuerza, que sirvieron de cebo para el engorde plácido de ellos que se los tragó la mar oceana.

En la citada metrópolis imperial española, la vida se le complicó tanto a las gentes de a pie, que el espejismo provocado por unas fabulosas leyendas de riqueza y felicidad de vida imperial, dejó en un angustioso e insoportable segundo lugar una carestía de vida, unos precios exorbitantes en los alimentos básicos y en los vestidos, que lo de imperial en realidad solo dio en el plano económico para que no faltaran obleas, vino para lo que llamaban consagrar, para construir iglesias, sus menajes y mantenimiento, y para mantener un clero no ya abundante, sino exageradamente e insoportablemente numeroso comparativamente hablando con cualquier otro grupo social que no fuera la milicia.

El fruto real de aquella España imperial, se pudo ver y palpar hasta muy entrado el siglo XX en cualquier rumbo terrestre ibérico a caminar, donde piedra a piedra, no se veían amontonadas dando calidad, seguridad y volumen a la obra en cualquier localidad o lugarejo, en su mayoría bajo la advocación, nombre o titularidad de un santo o una santa católica, sobresaliendo sobre caseríos y cuevas que no espejeaban calidad imperial alguna.

Y si de este lado territorial del imperio español, por fuera de funcionarios y religiosos que sí le sacaron utilidad crematística, y mucha, al imperio, las gentes, el pueblo, tanto de un lado como de la otra orilla imperial del poniente de la mar, el dramatismo humano de exterminio que se provocó ante la indiferencia general, se puede perfectamente cuantificar con los grandes genocidios ocasionados en las guerras denominadas mundiales.

Luego ya, la letra que suena constante acompañando la música de una milonga de la Hispanidad, y ya no digo de la estafa de la latinidad, la redención y demás monsergas construidas amasadas y cocidas a gusto de cada generación con el denominador común del triunfo de los buenos sobre los salvajes y los malos, es algo que debería estar prohibido por escandaloso y provocador.

El asolamiento y acaparamiento de recursos que sirvió para que ingleses, franceses, holandeses, y vaticanos fueran comerciante imperiales y los españoles funcionarios, religiosos y mano de obra imperial descalza, fue una realidad que estuvo allí, que se mantuvo por siglos y que para nada les importó que todo se ejecutara para el letrero del gran imperio español cuando no lo fue.

El mestizaje, exactamente igual que muy posteriormente el sentimiento filial de la hispanidad, no fue un propósito político ni social del mando imperial, sino que el mestizaje fue la casualidad de una necesidad fisiológica, y la hispanidad, que en buena ley deberíamos definir como la iberiadicidad, nació popularmente mucho más tarde cuando las comunicaciones entre las gentes se facilitaron en mucho.

El decir la verdad de lo que realmente pasó, enmudecer tambores y milongas; en general poner las cosas en su sitio, es una medida higiénica que puede evitar intoxicaciones virulentas pandémicas con malas consecuencias con el paso de los años.

Salud y Felicidad sin covid. Juan Eladio Palmis

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