Cada día más ancianos trabajan en Cuba.
Daniel Valero, OnCuba
Para muchos esa es la única alternativa ante lo maltrecho de sus economías. La necesidad surge sobre todo entre quienes residen solos o acompañados únicamente por su pareja, sin el amparo directo de hijos u otros familiares.
Detalles más, detalles menos, esa también es la historia de Alberto, un exsoldador de 74 años que hoy completa sus días en una guarapera de la ciudad de Camagüey. Para él cada mañana se divide en tres momentos bien definidos: de 6:30 a.m. a cerca de las nueve deshoja y pela las cañas y las apila para llevarlas el lugar donde las muelen, una vez allí ayuda en todo lo necesario y al final, ya pasado el mediodía, recoge el bagazo y lo traslada en un desvencijado carretón hasta el basurero más cercano. En suma, cerca de siete horas de trabajo físico por las que recibe un pago variable, que puede ir desde los cincuenta hasta los ochenta o cien pesos, y una “merienda reforzada”, a eso de las once de la mañana.
“Mucho más de lo que ganaba en mis mejores tiempos con el estado; bueno, al menos en teoría, porque en la ‘verdad verdadera’ todo se me va enseguida, casi sin tiempo pa’ guardar pa’ mayo”, comenta mientras salimos del negocio y se dirige hacia su casa en el reparto Simoni, de la ciudad de Camagüey, donde reside junto a su mujer y la familia de su hijo menor.
Resulta casi imposible definir los límites del trabajo que realizan otros tantos hombres y mujeres que como él ya hace tiempo rebasaron la edad del retiro. Contrario a lo que sucede con otros segmentos poblacionales, la inmensa mayoría de las personas de la tercera edad que sigue trabajando lo hace en ramas del llamado sector informal, con una presencia particularmente significativa en merenderos, parqueos, baños públicos y otros espacios del cuentapropismo donde muchos propietarios afirman preferirlos por motivos entre los que resaltan su responsabilidad y experiencia.
En la amalgama de oficios existen algunas “profesiones” que constituyen casi sus cotos exclusivos: la reventa de periódicos y revistas, los limpiabotas y la venta al menudeo de diversos artículos en portales y aceras .
“Es un fenómeno tan extendido que resulta imposible controlarlo o tan siquiera seguirlo desde el punto de vista estadístico”, comentó a OnCuba un directivo del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, bajo condición de anonimato. “Tú puedes encontrarte desde un viejito que hoy cuida carros en una casa de renta y mañana vende caramelos en la terminal de trenes, hasta otro que posee una finca o ayuda ocasionalmente a los hijos en el negocio de la familia; es algo muy irregular y que escapa a nuestros tradicionales mecanismos de supervisión, pensados para un escenario más ‘formal’ que no siempre se ajusta a la realidad del país”.
Los números confirman esa falta de claridad. Según la Oficina Nacional de Estadísticas e Información unas 350 mil personas mayores de sesenta años integran de forma oficial la población económicamente activa del país. Llevada a equivalencias estadísticas, la cifra representaría poco menos del 20 por ciento de ese grupo etario (unos dos millones de personas, en el último censo), pero incluso esa proporción parece quedar por debajo de la realidad, que apunta a un nivel de participación mucho mayor por parte de los pensionados.
Así lo respaldan ejemplos como los de Eloísa (68) y Miguel (67), quienes poco después de acogerse al retiro volvieron a emplearse. La primera lo hizo en su profesión de toda la vida: maestra de primaria, como parte del proceso de reincorporación de pedagogos impulsado por el Ministerio de Educación. “Así me siento útil y me mantengo activa”, asegura. “Después de tantos años frente a un aula, una llega a extrañarla, aunque sea una labor tan difícil y no siempre bien considerada”.
Para Miguel la historia tiene otro matiz. Luego de toda una vida como especialista de Personal en el Ministerio del Azúcar, un día “el embullo” lo llevó a retirarse. “Podía haberme quedado por algún tiempo, pero después del primer paso seguí pa’lante dándole palos al burro. Pero al cabo de un par de meses me di cuenta que no podría montar un negocito que tenía en mente y tuve que ponerme a buscarla. En estos siete años he sido de todo un poco: parqueador, custodio, ponchero… Quien diga lo contrario miente, la gran mayoría de los viejos nos morimos si no trabajamos. ¿Quién puede vivir con una pensión de 290 pesos, como la mía? Es verdad que están los comedores del SAF (Sistema de Atención a la Familia) y que la salud es gratuita, pero cuando tienes que arreglar el televisor te lo cobran bien caro y para ir a un hospital muchas veces hay que coger un coche o un bicitaxi. Si no es con una segunda entrada con qué pagas esas cosas, ¿por obra y gracia del Espíritu Santo?”
El panorama se complejiza a causa de los aumentos de precios ocurridos en los últimos tres años, los cuales han venido acompañados por la reducción de prestaciones sociales y la eliminación de subsidios. Los alimentos básicos y los artículos de uso personal resaltan entre los que más se han encarecido (con tasas promedio de entre un 20 y un 100 por ciento), en un proceso que se ha venido desarrollando a la par de la salida de algunos de esos mismos productos de la canasta normada, donde se expendían en cantidades insuficientes para satisfacer las necesidades de la población, aunque a precios topados y con regularidad en sus entregas.
Cerca de 161 mil ancianos hoy no cuentan con amparo filial y dependen de sus propios esfuerzos o de la atención institucional. Para el 2030 las personas mayores de 60 años constituirán el 30 por ciento de la población cubana.
Con jubilaciones que en 2008 rondaban la mitad del poder adquisitivo de las de 1989, y pese a la radical reforma de la Seguridad Social emprendida en ese mismo año, hoy no sorprende que tantos ancianos deban retomar su etapa laboral en actividades que no siempre se ajustan a su edad y experiencia previa. Como en tantas otras circunstancias, en esta la necesidad tiene la última palabra.