Los grandes conquistadores españoles, unos solterones de oro

Eso solían decir las mozas españolas sobre ellos; y, en el caso del extremeño del Reino de León, extremeño de Extremadura (Extremo del Duero), que tuvo fama de ser entre los conquistadores de su época uno de el más ricos de entre todos ellos, don Francisco de Orellana, aunque soltero no se quedó, puesto que, aunque con brevedad, gozó del santo sacramento del matrimonio cristiano, casó con la sevillana Ana de Ayala, allá por el mil quinientos cuarenta y cuatro mientras que esperaba volver a la Canela, tierra de los grandes ríos amazónicos.

El casamiento del rico tuerto trujillano Orellana, de poco uso y disfrute matrimonial, probablemente estaba ocasionado por un condicionante de la época que llevó a que los considerados como grandes conquistadores españoles del estilo de los Pizarro, los Almagro, Cortés, Díaz de Solís, Pedro de Alvarado, Ojeda, Vasco Núñez de Balboa, Pedro de Valdivia y otros muchos más, en los conceptos familiares casi todos ellos tuvieron un denominador común de ausencias del lecho matrimonial enfriado con agua bendita. Y una vez muertos, sus viudas, dado que las españolas se aprovechaban a tope en Las Indias en su condición de mujer y muy escasas o raramente murieron solteras, pronto volvían a casarse, como lo hizo con un tal Juan de Peñalosa la sevillana Ana, viuda del rico tuerto Orellana.

Hubieron, no obstante, entre los grandes conquistadores españoles unas extrañas solterías, que ponen de manifiesto que, al parecer, aquellos grandes correcaminos y mareantes, no estaban en mucho por la labor de que las mujeres, sus esposas, les cortaran las alas viajeras y su libre albedrio para abandonar comodidades hogareñas, y volver con nostalgia a las inclemencias de los caminos, y los temporales en la mar, en pos de nuevos descubrimientos.

El granadino o cordobés Gonzalo Jiménez  de Quesada, que solterón saltó con facilidad la sesentona de años de vida, como lo hicieran otros muchos colegas de su oficio, también solteros como Francisco Pizarro y el también tuerto Diego de Almagro, que, por nombrar por el momento a ellos, llegaron a la vejez o a toparse con su muerte sin haber contraído matrimonio, cuando eran unos pollos casaderos de alto atractivo casamentero para las sacristías, es probable que ponga de relieve un hecho poco estudiado en la crónica que, a mayor conquista territorial y de imposición del dios tres en uno, menos ganas de formar una familia al uso y reglamento clerical arraigó en aquellos esforzados hombres poco amantes a los casamientos.

Resulta imponente pensar que gente que podían haberse quedado jugando a bolos o a las cartas en sus casas o palacios, algunos de ellos más que sexagenarios, como el granadino-cordobés Jiménez de Quesada, por la Castilla del Oro, no le dio pereza alguna montar a caballo y sufrir los fríos de la cordillera por tierra de los indianos bogotanos.

Los Pizarro, solterones de oro por excelencia, Francisco, Gonzalo, Juan y Hernando, que gozaron de poder y riqueza suficiente para  mantener mujer y casa abierta, ninguno contrajo matrimonio; si no fue que casaron o se amancebaron con indianas que, al sobrevuelo del dicho de la crónica, solían ser menos posesivas que las castellanas o españolas, y los dejaban volar en pos de su inquietos espíritus aventureros, puestos que aquellos desplazamientos de hombres semejantes, nada tenían de confortables al estilo moderno de cierta convenciones de descansos matrimoniales.

Juan Pedro Díaz de Solís, un lusitano que al parecer se vino corriendo de Portugal porque según la crónica  fue un avanzado en los asuntos de gravedad de la violencia de pareja, compartió sospecha de brutalidad conyugal con el más famoso Hernando Cortés, casado en dos ocasiones, que engendró más de una decena de hijos ilegítimos, sin papeles, para el clero y la sociedad, y que en su día, con mucha más justicia que en los tiempos actuales porque  se trataba de incriminar al amo real de la Nueva España, no se libró, como suele acontecer ahora con los que creen orinar para arriba, que su suegra y su cuñado lo denunciaron ante las justicias.

Hernán Cortés, dotado de poder de horca y cuchillo, aunque al final logró, como suele acontecer ahora con facilidad, archivar su caso por orden de Madrid, nadie le quitó de encima las sospechas de que personalmente, doña Marina, su primera mujer con la que no tuvo hijos, murió estrangulada por manos del conquistador Cortés, según testificaron en su día gente del entorno del matrimonio.

Vasco Nuñez de Balboa, el primer extremeño y español que avistó la Mar del Sur, Pacífica, o de su propio nombre, la Mar de Balboa, y el primer blanco que en tierra firme continental fundó un poblamiento, de nada le valió contraer matrimonio por poderes en la distancia con una hija del gobernador Pedrarias Deavila, porque ni por esas pudo salvar el cuello en aquellos tiempos, que de bárbaros y de estúpidos, son exactamente igual a los de ahora.

Con más ejemplaridad de unas gentes que vivían en pos y lograron una decencia de actuación mayor de la indecencia actual.

Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.

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