El denominado avance de la humanidad consiste en contar y sumar cuántos bombas atómicas tiene un grupo de países afines a considerarse tener derecho a destruir, cuando les plazca, el planeta.
Y es muy probable que los que piensen más o menos en este desolador orden, pertenezcan al grupo de enfermos terminales, o vejestorios que para los que le queda en el convento se cagan dentro.
Las denominadas armas de destrucción masiva que están ocupando un espacio aún más sagrado y generador de poder que el que en su día generó la custodia del copón cristiano, está en el centro de las sociedades que tienen o poseen la verdad absoluta que significa el poder hacer volar el mundo en pedazos, en exclusividad de un club selecto de hijos de la gran puta, que duermen tranquilos, previamente devorando a todos aquellos que intenten emparejarse en poseer un arma de tales características destructoras.
A los que nos gusta estudiar o simplemente leer la historia directa que nos afecta, tenemos en la figura del rabino rico que compró el obispado de Burgos, el llamado posteriormente Pablo de Santa María, en su segundo hijo Alonso de Cartagena, una pluma de las pocas sinceras que han llenado renglones de los denominados históricos.
Y así, a diferencia de los renglones actuales de los medios de comunicación que van, impunemente de mentira en mentira, sirviendo, en ocasiones, hasta gratuitamente a su amo para que vea lo obedientes y cabales que son por si se acuerda de ellos, el mencionado Alonso de Cartagena, cuando tiene que dar anotación y glosar algo que merezca la pena de la gloria de la formación del estado español, ante tanta bajeza de los sucesivos hechos constituyentes y lo abyecto de los sucesos, no encuentra en su crónica nada digno de gloria para ser mencionado.
Han pasado varios siglos de la referencia que estamos haciendo, y cuando uno intenta, por iniciativa honesta propia encontrar algún matiz que ennoblezca o le de sentido y dignidad a la realidad política que significa la Unión Europea en la actualidad, se encuentra con las órdenes imperativas del mundo sajón y sus bombas atómicas, que de no haber dispuesto de bombas semejantes los pueblos eslavos y orientales, ya hace muchos años, que el julepe atómico para todos hubiera funcionado, por la sencilla razón de que, menos comerciar honradamente, todas las demás golferías van incrustadas en los genes de los blancos blanquitos con pecas en la piel.
Por tanto, en la realidad cotidiana, salvo que asome por ahí una pandemia de algún virus moderno que no respete (de verdad) a los ricos y poderosos, el futuro que algunos ilusos creíamos que íbamos encarados hacia un mundo de trabajo y calidad de vida, los dueños de las bombas atómicas han dicho que un carajo tres cuartos; que ellos nos quieren ver de rodillas y temblando, y agradeciéndole que no nos tire una bomba porque queremos seguir viviendo.
Y lo peor del caso, es que, sabemos por experiencia que no les tiembla el pulso para tirarla supuesto que, normalmente, los que tienen que dar la orden de ello, tienen la vida amortizada y el sentido del ridículo en su caso, es superior a su esperanza de vida.
Algo que nunca llegué a escribir en aquellos tiempos de pluma o bolígrafo referente al futuro de la humanidad, es demasiado triste que en la era de los teclados y los ordenadores, haya que hacer referencia de que si no tienes una bomba atómica en tu poder, te van a convertir en un esclavo.
Lo que nos está pasado en la mayoría de los países que no somos rubios ni tenemos pecas en la piel, o somos orientales a Euroasia.
Salud y Felicidad sin covid-22. Juan Eladio Palmis