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La ruptura democrática / 2

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La incompatibilidad entre reforma y ruptura se resolvió por la persuasión de los rupturistas por parte de los reformistas, según explica el autor del artículo. Pero la persuasión de los propios rupturistas sobre las masas de la conveniencia de escoger la vía de la reforma fue determinante én la propia convicción de la oposición. Las masas, según García Trevijano, llegaron a ser persuadidas por su falta de información sobre el método y las finalidades concretas de la ruptura democrática y por una razón técnica: fueron llamadas a las urnas antes de haber experimentado las libertades políticas.

 
Antonio García Trevijano
Cuando se trata de elegir entre dos modos de acción política entre sí incompatibles, como efectivamente lo eran la ruptura y la reforma, la historia y la lógica tienen demostrado que es imposible un entendimiento intelectual entre los defensores de uno u otro modelo. Los criterios de racionalidad y de moralidad intrínsecos a cada uno de ellos ni siquiera son intercomunicables, porque falta la referencia común a un mismo fin que proporcione el criterio de la mayor o menor adecuación o coherencia de los medios propuestos. En el dilema entre reforma o ruptura surge, pues, indefectiblemente, el problema de su inconmensurabilidad.Si se produce un consenso o pacto entre los partidarios de la reforma y los partidarios de la ruptura, las bases de este pacto sobre lo inconmensurable han de ser forzosamente de naturaleza metaintelectual y metaética. Por ello es tan difícil explicarlo en términos racionales o morales.
A falta de una instancia suprainstitucional a quien someter el conflicto inconmensurable, éste no puede ser superado más que por la vía de la sucesión temporal o por la vía de la persuasión.
A la primera vía acude, por ejemplo, Rosa Luxemburgo, cuando transforma el dilema revolución o reforma en la consigna reforma y revolución. Lo característico de esta vía es que los partidarios de la revolución no combaten la reforma, pero tampoco participan en ella. Es evidente que los defensores de la ruptura democrática no tomaron esta vía, al entregarse de lleno a la reforma y al renunciar a los objetivos últimos de la ruptura: elección democrática de la forma del Estado y de la forma de gobierno.
La segunda vía de resolución del conflicto, la vía de la persuasión, es la más habitual cuando la crisis política no va acompañada de una crisis social más profunda. Esta vía conoce históricamente dos variantes: la persuasión de los dirigentes y la persuasión de las masas.
Los partidarios de la reforma, al estar situados en las instituciones del poder en crisis, pueden persuadir a los dirigentes de la ruptura, pero no a las masas. Los partidarios de la ruptura, sin poder burocrático, no pueden persuadir a los defensores institucionales de la reforma, pero sí a las masas que anhelan el cambio. En las negociaciones de pasillo persuaden siempre los reformistas.
Aparentemente, la originalidad de la transición política española ha consistido en la hibridación de las dos persuasiones: el Gobierno persuade a los dirigentes de la oposición en favor de la reforma, y éstos persuaden a las masas de que se trata de una ruptura pactada. Digo aparentemente, porque esta es la opinión generalizada, pero la verdad histórica es otra.
Como la causa y la técnica de estas dos persuasiones han sido distintas, conviene tratarlas por separado. Y, a pesar de que en el orden temporal fue primera la persuasión de los dirigentes y luego la de las masas, en el orden intencional la persuasión de las masas fue un prius, un presupuesto de la persuasión de los dirigentes. Por ello la explicaré en primer lugar.

Persuasión de las masas

Las masas pudieron ser persuadidas a favor de la reforma por una causa fundamental y por una razón técnica. La causa: su falta de información sobre el método y las finalidades concretas de la ruptura democrática. La razón técnica: que fueron llamadas a las urnas antes de haber experimentado las libertades políticas. La ignorancia política de las masas populares, e incluso de sectores sociales cualificados por su preparación técnica, fenómeno inherente a todas las dictaduras, fue aprovechada con habilidad por la propaganda reformista de los medios de comunicación estatal y privados para difamar a la ruptura presentándola como un proyecto puramente destructivo del partido comunista.Frente a esta manipulación de la opinión, las masas y los cuadros profesionales, que se habían movilizado por la ruptura democrática, carecían de respuestas constructivas, porque sus dirigentes no les habían transmitido el programa alternativo que contenía esa consigna, más allá de la idea general de libertades y de Gobierno provisional.
La propaganda de los reformistas fue facilitada, además, por la propia estructura semántica de la fórmula ruptura democrática. En ella, el énfasis está en el modo democrático de realizar la destrucción de las instituciones existentes, y no en el modo, también democrático, de construir las nuevas.
La debilidad de esta expresión hay que achacarla a mi impericia como publicitario y no a la de quien me la inspiró. Un filósofo de la ciencia al que siempre rendiré homenaje de admiración y gratitud, porque, con sus conceptos sobre la ruptura de paradigmas y sobre la estructura de las revoluciones científicas, me enseñó el paralelismo realmente existente entre la manera como se realiza el progreso en la ciencia y en la política. Su idea de la ruptura paradigmática, en períodos de crisis de la ciencia normal, la transformé yo en la idea de la ruptura democrática como método de superación de la crisis política. Me estoy refiriendo a Thomas S. Khun, cuya obra fundamental conocí en 1968.

El peligro de las libertades

Ahora bien, para la persuasión de las masas a favor del proyecto político de la reforma era necesaria, pero no suficiente, la difamación de toda alternativa que no fuera la de continuismo o reforma liberal de la dictadura. No suficiente, porque existía el peligro de que el ejercicio de las libertades que la reforma estaba dispuesta a conceder diese a los gobernados la conciencia y el conocimiento político de sus intereses, que usarían para apartar de la escena a las instituciones y a los hombres que los habían oprimido.Para conjurar este peligro era obvio que los reformistas del régimen utilizarían el recurso técnico de convocar elecciones generales antes de que las masas populares pudieran salir del estado de ignorancia política en que las tenía sumidas la dictadura.
Lo que no era lógico es que esta petición de elecciones partiera dé toda la oposición democrática, a excepción del partido comunista, que aún no estaba legalizado. Si esta oposición pretendía cambiar una larga dictadura por un Estado democrático, lo consecuente era impedir que las masas fuesen llamadas a las urnas hasta que hubiesen experimentado las libertades durante un período razonablemente corto, pero de intensa vida política, que es el único modo de formación política de los pueblos. Si Tocquéville tuviera que caracterizar la historia de esta transición diría que 1os españoles prefirieron las elecciones a las libertades».
Y esta es, en efecto, una de las notas esenciales que distinguen en todos los procesos de cambio político a un proyecto reformista de un proyecto constituyente del Estado. Las elecciones generales son el último acto de la excepcionalidad política que supone el proceso constituyente de una nueva estructura del Estado, y el primer acto de la nueva normalidad política. Aquí se hizo al revés.
Las elecciones generales fueron convocadas como acto de política normal que debía abrir y desarrollar un proceso político excepcional. Desde el punto de vista de la democracia, estas elecciones eran prematuras, aunque oportunísimas para que el tránsito hacia las libertades fuese gobernado por los hombres de las instituciones dictatoriales que las habían reprimido. Fueron ellos los que enseñaron al pueblo español las excelencias de la libertad y de la democracia, con la misma fe y convencimiento con que poco antes les habían enseñado las excelencias del mando y la dictadura.
No es extraño que, después, las masas democráticas permanecieran pasivas mientras sus líderes estaban secuestrados el 23 de febrero y se desbordaran de indignación cuando el peligro había pasado. Este es el resultado al que son reducidas las masas cuando sus líderes cambian de ideas para seguir mandándolas. Y, en esta situación, quedan a merced de quienes controlan el dinero para la propaganda electoral y para la financiación de las empresas periodísticas y de encuesta social, porque, en último término, son ellos los que imponen la imagen y la conducta de una clase política., que se subordina dócilmente a la opinión de los medios de comunicación, que es presentada como opinión pública.

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