París, 26 de julio de 2020.
Querida Ofelia:
Como ya sabes, hicimos un viaje muy bello de 16 días en el Costa Fortuna, que nos llevó a visitar once bellas islas de las Antillas Menores.
Desde el aeropuerto Charles de Gaulle despegamos a las 8 y 5 p.m. a bordo del vuelo XL SE 1570 del 6 de febrero 2015, en un avión de la compañía XL, cuyo eslogan es: “XL Airways France, l’avion plus malin”. “malin” en francés significa: malicioso, travieso, astuto, pícaro, etc.
Te podrás imaginar cuál será la traducción de ese eslogan que yo le doy después de leer lo que te voy a narrar a continuación.
Siempre que hacemos un viaje con la Compañía Costa, les indico que ellos se encarguen de los billetes de avión y del traslado del aeropuerto al barco tanto a la ida como a la vuelta. Así fue también en este reciente viaje. Cuando les pedí si me podían reservar un puesto que diera al pasillo y mi esposa a mi lado, debido que al padecer de artrosis en las rodillas, necesito estirar las piernas y además éste sería un viaje largo de ocho horas, la empleada de Costa me dio el número de teléfono de la compañía XL para que ellos mismos me reservaran los asientos.
Llamé a XL y me dijeron que era posible si pagaba 50 euros. Lo hice y me reservaron para la ida y la vuelta entre París y la capital de la isla de Guadalupe, los asientos 12 H y 12 J. Como tengo la tarjeta de minusválido, estuve entre las primeras personas que subieron a bordo. La azafata se percató de que yo caminaba con un bastón. Inmediatamente comprendí que no cabía en el asiento, como tampoco mi esposa, ni la señora que estaba del lado de la ventanilla -sin ventanilla-. Me alcé y probé que en los de las filas centrales eran de dimensiones normales. La causa era que para dar más espacio a la salida de emergencia, los asientos de la parte derecha habían sido reculados desde la fila once, delante de nosotros. Llamé a la azafata, le expliqué que no podía cerrar las piernas, que ni siquiera tenía espacio para abrir la tablilla delantera para comer o depositar mi libro y que al reclinarse la persona de la fila once, yo quedaba encerrado y con mi cuerpo en forma de un arco con las dos piernas hacia el pasillo y la cintura “clavada” contra el brazo del asiento. Ella me respondió en un tono altanero que no podía hacer nada. Le expliqué que había pagado 50 euros para tener un puesto correcto. Me pidió la factura. Se la di y fue a ver posiblemente a la jefa de cabina.
Algunos minutos más tarde regresó y me dijo: “Usted pagó por tener un asiento de pasillo y una persona a su lado y lo tiene, así es que no puedo hacer nada”. Sin embargo, se dirigió a la señora que estaba incrustada contra la pared y la cambió de asiento. ¿Solidaridad antillana?
Al cabo de una hora me comenzaron a doler las rodillas, tuve que hacer malabarismos para poder pararme, tomé dos pastillas de lamaline, que por suerte llevaba en mi cartera, para calmar el dolor. Decidí hacer el viaje de pie, apoyado al costado de la puerta del w.c. ante la indiferencia total y las miradas despreciativas de la azafata. De nuevo hice malabarismos para sentarme cuando llegó la hora de “la cena”, si a aquello se le puede llamar cena: una bandejita con un quesito, una natilla, un pancito, una mini ensalada y un poco de cereal con tres pedacitos de pollo de unos 4 centímetros de largo por dos de ancho, acompañados por un vaso de agua. Fue todo lo que dieron durante las ocho horas de viaje, todo lo demás había que pagarlo. La bandejita estaba en la tablilla de la señora que desplazaron y mi esposa me lo iba pasando todo, pues como ya te escribí, no tenía espacio para abrir mi tablilla.
Se me ocurrió ir a sentarme en el asiento en sentido contrario que utiliza la azafata al momento de aterrizar o despegar el avión, pero inmediatamente ésta vino y me ordenó que me parara. Le volví a explicar que el asiento donde estaba era para niños, no para adultos, pero aquella señorita de carácter poco elegante no me hizo caso, insistió y así pasé varias horas de pie.
Antes de salir del avión le mostré mi carnet de periodista a la azafata y le dije: “Este es el peor viaje que he hecho en avión en mi vida y escribiré sobre él y sobre la forma en que Vd. me ha tratado”.
Llegué al aeropuerto de Guadalupe con mis rodillas destrozadas. Allí nos recibió una amable empleada de Costa que nos llevó hasta el Costa Fortuna en un autobús, pasando por barrios pobres a lo largo de quince minutos. Las maletas nos fueron entregadas menos de una hora después en nuestro confortable camarote.
Unos días después en el barco me dirigí a una señorita llamada Vincenza, responsable de los vuelos de Costa. A pesar de que fue su compañía la que se encargó de comprar mis billetes, ésta me dijo que no podía hacer nada, pero que el día 20 de febrero ella estaría conmigo en el mostrador del aeropuerto para que me cambiaran de asiento o me enviaría a alguien para que me ayudara.
Al llegar al aeropuerto de Point à Pitre para regresar a París, una chica de Costa esperaba al grupo, nos indicó cual era la fila, pero en ningún momento alguien me ayudó en el encontronazo con la psicorrígida empleada que se negaba completamente a cambiarme de puesto, a pesar de tratar de explicarle todo lo que me había ocurrido durante el vuelo. No me dejaba hablar y me decía que no podía hacer nada. Le informé que si me daba el mismo puesto llevaría a juicio a la compañía y me acostaría en el piso. El tono se iba alzando hasta que el empleado que estaba despachando el vuelo junto a ella le sugirió que llamara por teléfono. Ella lo hizo pero habló en créole, por lo cual yo no entendía nada. Colgó y nos dio los puestos 47 D y 47 F, gracias a los cuales pudimos hacer un vuelo normal. Le di las gracias y no me respondió, se limitó a decir: “El siguiente”, mientras se dirigía a las personas que estaban detrás de nosotros.
Ya escribí a la compañía Costa y les informé que jamás haré un viaje en el que tenga que volar con la compañía “XL Airways France, l’avion plus malin”.
¿XL o VS -Very Small-?
Ya puse en mi página de Facebook las fotos de Tórtola y St. Marteen. Iré poniendo las demás poco a poco. Te escribiré una crónica por cada una de las once islas visitadas.
Un gran abrazo con cariño y simpatía desde La Ciudad Luz,
Félix José Hernández.
Nota bene: Esta crónica aparece en mi libro «Memorias de Exilio». 370 páginas. Les Éditions du Net, 2019. ISBN: 978-2-312-06902-9