Por Andrés Alburquerque
Durante este turbulento 2019 he acuñado el titulo de la “Cuarta Internacional”; lo he hecho para definir en modo no del todo oblicuo esa amorfa, heterogénea y variopinta amalgama de intereses que difieren en casi todo menos en la eliminación del sistema occidental como lo hemos conocido hasta hoy. Pero primero expliquemos al lector que cosa fueron la primera, segunda y tercera internacionales
La Primera Internacional o la Asociación Internacional de Trabajadores agrupaba a socialistas, comunistas, anarquistas y sindicalistas y fue fundada el 28 de septiembre de 1864. La Segunda Internacional fue fundada en París nada menos que el 14 de julio de 1889; exactamente un siglo después de la Revolución Francesa y el inicio de la era moderna. Ya en este evento la agrupación había echado a puntapiés a los anarquistas y sindicalistas. La Tercera Internacional o Comintern fue fundada en 1919; en su segundo congreso está organización abogó por utilizar todos los medios necesarios para llegar al poder incluyendo la lucha armada; by any means necessary que últimamente escuchamos con frecuencia en algunos sectores.
Pero estas internacionales eran demasiado sectarias y monolíticas y al final se limitaron a lo que llamamos el campo socialista que emergió después de la Segunda Guerra Mundial y un grupo de partidos comunistas satélites que con la excepción de Italia y en menor medida Francia y Espana, jamás llegaron a ser fuerzas significativas en sus respectivos países. La pureza ideológica, la excesiva conceptualización del discurso y el dogmatismo impidieron que los movimientos de liberación del Tercer Mundo, en el momento de la descolonización, abrazaran los ideales comunistas y así navegamos con un mundo dividido en dos esferas en el que veíamos al campo socialista rodeado por ese gran muro tejido con férrea ideología e hilo espinado y al resto del planeta con países muy ricos y muchos otros muy pobres en los que se sucedían dictaduras y democracias como la noche sigue al día.
Pero en esa paz de Yalta; en ese precario equilibro en el que una potencia real y la otra ampliada gracias a espejos de gran aumento se dividían las decisiones de todos nosotros la naturaleza estática y rígida del comunismo dio al traste con el statu quo. Los vejetes comenzaron a caer como moscas y nuevos personajes pasaron a llevar las riendas del reino de la hoz y el martillo; al menos las riendas visibles. No deseo en lo absoluto restar mérito a Ronald Reagan, George Bush padre, Mikhail Gorbachev, el Papa Woitjla, George Schulz, James Baker y Eduard Shevardnadze; nadie puede negar a cada uno su mérito, pero ruego al lector sepa perdonar mi irreverencia cuando afirmo que el campo socialista desapareció porque los potentes habían encontrado un modo mejor de dominar al mundo y el bloque soviético se había convertido en un estorbo. Luego del prudencial periodo de luto y reajuste en el que se garantizó que ninguno o casi ninguno de los opresores pagara sus culpas; el caso de Ceaucescu en Rumania no hace más que probar que su caída fue programada desde Moscú, los comunistas cambiaron sus atuendos por trajes Armani; las medallas con el rostro de Lenin por abultadas cuentas bancarias y los torturadores en muchos casos se transformaron en empresarios.
Nosotros celebramos; sentimos que había terminado una época y que en lo adelante viviríamos en un mundo mejor y claro que fue muy positivo que naciones enteras regresaran a la imperfecta normalidad y que sus ciudadanos se liberaran del yugo comunista; pero el desmoronamiento del imperio soviético creó numerosos radicales libres; grupos y movimientos que hasta entonces el Kremlin podía controlar y que en lo adelante se buscarían la vida por su cuenta; Estados Unidos dejo de tener un enemigo para verse obligado a enfrentar innumerables grupúsculos dispuestos a todo por ganarse un nombre y sin el menor escrúpulo ético; por otra parte, un puñado de acaudalados del primer mundo perdieron la paciencia y comenzaron a utilizar a comunistas, terroristas y a cuánto individuo destilase odio contra el orden reinante hasta ese momento con el objetivo de ser los únicos capitalistas y saltar el “insignificante” e “incómodo” obstáculo de la libre competencia.
Los cubanos pensamos que el cerebro de la Cuarta Internacional está en La Habana; los venezolanos piensan que está en La Habana pero que una sucursal radica en Caracas; los bolivianos culpan a las dos ciudades anteriores pero al mismo tiempo tratan de extirpar el veneno que ya les había sido inoculado. A mi juicio la Cuarta Internacional no tiene una sede física; su sede es virtual y es parte del www.carguemonosaoccidente.com que salta de un sitio a otro con IPs que duran segundos y miles de imágenes que se reflejan unas a otras. La Cuarta Internacional no es comunista, no es cubana, no es venezolana, no tiene país; es un fenómeno apátrida, políglota, con varios PO Boxes en el que conviven fundamentalistas islámicos, narco traficantes, ex guerrilleros y guerrilleros activos, políticos, magnates y dictaduras de izquierda de distinta intensidad; cada grupo trabaja en silencio sin emitir la menor protesta en espera del momento apropiado para saltar sobre todas las demás e imponer su agenda; difieren en miles de puntos pero muestran una paciencia encomiable, pues les une el común objetivo de destruir a occidente. A tal propósito crean el estado de perpetua agitación que reina en este momento; exacerban dificultades y problemas en modo desproporcionado y apuestan al más sanguinario y despiadado contrincante en cada contexto. Su flexibilidad ideológico filosófica la distingue del comunismo a ultranza y su reconocimiento del dinero; en algunos casos a regañadientes, como fuente de poder y riqueza la separa definitivamente de las tres internacionales anteriores. Su mayor defensa radica en negar su propia existencia; esta negación no siempre es falaz en el plano personal, pues la Internacional se apoya en millones de seres humanos con reclamos legítimos que prestan oídos a cualquier canto de sirenas sin indagar de que garganta provenga. Como todo virus la única vacuna para combatirla radica en si misma; occidente se salva solo si remanga sus camisas recién planchadas y copia la esencia estratégica de esta hiedra letal para derrotarla en su propio terreno. Recurrir a métodos convencionales, retarla a duelo entre caballeros o denunciarla solo de palabras esperando que la justicia venga por si sola no logrará más que acelerar nuestra desaparición como estadio fundamental de la sociedad humana y precipitarnos irremediablemente hacia el abismo del caos, la confusión y el desquite eterno.
La cuarta Internacional
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