En estos días, asistimos en España a un espectáculo lamentable caracterizado por la rebeldía institucional de una parte de Cataluña, el socavamiento del Estado de Derecho y finalmente, y por ello más importante, la posibilidad de ruptura de la unidad nacional tras más de 500 años de ininterrumpida existencia de España.
Frente a los discursos simplistas que reducen todas las problemáticas a un asunto meramente monetario, toca hoy hablar de que lo está en juego el 1-O va de identidades y no sólo de bolsillos.
Lo que hoy pasa en España tiene un origen remoto y uno cercano. Por no adentrarnos demasiado en el origen del separatismo decimonónico, pondremos el foco en el origen cercano del problema que tiene ya la friolera de 40 años.
El problema empezó en la Transición.
El problema empezó en la Transición, la Constitución actual es muy hermética como para lograr resolverlo y entre la casta política de antes y la de ahora hay muchos culpables que nos han conducido a esta situación. Culpables que se escandalizan con huida hacia delante de los hijos de la CUP y del rancio separatismo de los evasores fiscales como Puyol.
En 1977 se planteó la posibilidad de crear dos comunidades autónomas, Cataluña y País Vasco, como un modo para conseguir la aceptación del proceso de Transición por parte de las élites burguesas de estas regiones, que ya desde el principio pedían ser diferentes al resto de España. Se amparaban para ello en tener una lengua propia y una supuesta cultura diferenciadora pero capaz de conciliarse con el resto de España. Abril Martorell le quitó entonces esta idea de la cabeza a Adolfo Suárez y le aconsejó extender dicho modelo a la totalidad del país. Total, había dinero. Así surgieron nuestras apreciadas y modélicas Comunidades Autónomas.
Pero no se acaba aquí. El catálogo de competencias de las CCAA no está delimitado, sino que se basa en la negociación entre el Gobierno y la Autonomía. De esta manera la Transición no fue sólo una etapa caracterizada por el cambio de un régimen dictatorial a un sistema de partidos, sino que se convirtió en un modo de hacer política: en la ideología del consenso. Un consenso que está en continua negociación (pero siempre entre los mismos actores políticos que se prestan a dicho juego) y que ha tenido por resultado que unos españoles sean diferentes a otros en materia de derechos en función del lugar donde nazcan. Completamente descabellado ¿verdad? Pues a ello hay que sumarle dos elementos sustanciales: la existencia de partidos separatistas y la competencia autonómica de la Educación.
Aquí desde el 78 ha pasado lo contrario que en Francia: la educación ha sido la herramienta perfecta para que el secesionismo genere la identidad de país.
La Educación. La Educación no es sólo la facultad de formar a las siguientes generaciones, sino también de politizarlas. Gracias a la universalización del sistema educativo, la Francia revolucionaria de 1789 , logró unificar el territorio y aplastó literal y simbólicamente, cualquier atisbo de secesionismo. Aquí desde el 78 ha pasado lo contrario que en Francia: la educación ha sido la herramienta perfecta para que el secesionismo genere la identidad de país. Desde libros de Geografía que se enfocan sólo en Cataluña hasta libros de Historia de España que mienten descaradamente hablando de un Reino de Cataluña que nunca existió pero que fue vilmente oprimido por la Corona Española. Sólo hay que ver en qué se ha convertido la Diada: la fiesta regional del 11 de septiembre es una conmemoración de la Guerra de Sucesión entre la Corona de los Habsburgo (más descentralizada, foral y feudal) y la de los Borbones (más centralizada y propia de la Modernidad). Lo que fue una guerra dinástica española lo han convertido en una reivindicación separatista. Si a esto le sumas el gobernar los mismos durante 40 años casi ininterrumpidos, pues tienes el resultado de dos generaciones que han sido educadas en la identidad catalana frente a la dejadez de los Gobiernos españoles de negarse a crear un potente relato nacional.
Lo que fue una guerra dinástica española lo han convertido en una reivindicación separatista.
A todo esto hay que sumarle el asunto financiero: Cataluña es una comunidad contribuidora al igual que Madrid, porque es bastante rica comparada con otras. La solidaridad interterritorial consiste en buscar nivelación y, al igual que los ricos deben pagar más impuestos que los pobres, las regiones más ricas deben ayudar a las más pobres a crecer. Ciertamente con tantos niveles de administración y tanto despilfarro de gasto político, la nivelación no se ha alcanzado. Muchos catalanes tienen la sensación de que su dinero no se gestiona adecuadamente y el nacionalismo ha unido eso con las supuestas diferencias entre Cataluña y España: la conclusión es el “España nos roba” tan en boga estos días. Pero claro ¿Por qué Navarra y País Vasco pueden tener su hacienda propia y Cataluña no? Está claro que, si no hubiese precedente, no tendrían los separatistas un espejo en el que mirarse.
Como conclusión se puede decir que el modelo territorial ha fracasado, dando lugar a identidades enfrentadas. Los separatistas han declarado con su ruptura institucional que son enemigos de España. Pero los responsables son el PP y el PSOE que durante 40 años han mirado para otro lado.