Golpe de estado en La Habana, enero 1869

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Cualquier similitud con Cataluña hoy es pura coincidencia…

Paralela a la explosión de la prensa, tan funesta al brillo de la literatura patria, otra explosión femenil, no menos peligrosa que aquella, vino a perturbar la sociedad cubana, ahondando la línea divisoria entre peninsulares e hijos del país.
Tal fue la que, interpretando las libertades proclamadas, dieron a conocer las mujeres insulares. La mujer cubana, apasionada y valerosa cual ninguna, usando a la sazón la osadía que da la impunidad, desafió los poderes públicos, con manifestaciones que más que nada pudieron demostrarle a Dulce lo que esperar debía de sus tan imprudentes como bien intencionados decretos.
Cuando ni los hijos del país, ni los peninsulares se recataban de llamarse públicamente enemigos, y cuando unos y otros, si no autorización, un acto de benevolencia esperaban tan sólo de parte de la autoridad para lanzarse sobre sus adversarios; los hábiles cubanos, juzgando peligroso o impolítico hacer por sí ciertas demostraciones, las encargaron a sus mujeres e hijos. Entonces éstas, no solo cumplieron las misiones más delicadas, sino que, para excitar a los partidarios de Cuba, libre, presentáronse en los paseos con el pela suelto, vestidas de azul y blanco y con los trajes salpicados de estrellas de cinco puntas, que llamaban de simpatía, mientras los adolescentes, irresponsables por la ley, promovían escándalos políticos en los colegios y otros establecimientos, donde de ordinario. tenía que intervenir la policía.
Pero a pesar de todo, Dulce, en vez de corregir aquel perenne e irritante insulto al nombre español, ciego todavía, continuaba ofreciendo otras libertades. A las concedidas el día 9, respondieron los estudiantes de la universidad promoviendo el día 11 de enero un alboroto escandaloso, tomando por motivo el haberse nombrado un español para cubrir la vacante de un bedel que había fallecido, y oponiéndose a que tomara posesión, sin más razón que por no ser hijo de Cuba.
Al espíritu conciliador que demostró el capitán general, prestándose a autorizar con su presencia en el gran teatro de Tacón la fiesta patriótica, donde se cantaron himnos celebrando la liberal unión entre España y Cuba, respondían los hijos de la Antilla acogidos en los establecimientos benéficos, dando vivas a la independencia y á Céspedes y mueras a España, excitados sin duda por las mismas personas, funcionarios del municipio, que dirigían aquellas casas de caridad.
Y finalmente, al decreto expedido el 12 de enero, en el que, recordando su lema «olvido de lo pasado y esperanza en el porvenir,» concedía Dulce amnistía general por causas políticas, y el dilatadísimo término de cuarenta días para presentarse los que el tuvieran con las armas en la mano, contestaron en la Habana el mismo día de su publicación, recibiendo a tiros en las calles del Carmen y de las Figuras, próximas al puente de Chávez, a los agentes de policía que fueron a sorprender un depósito de armas para los insurrectos, que tenía en su casa doña Matilde Rosain.
La Insurrección en Cuba, Justo Zaragoza, 1873

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