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Escenario y deseos

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Una parte de las opiniones públicas y publicadas tienden a confundir los escenarios geopolíticos con sus deseos, que son respetables; pero que nublan el entendimiento de realidades más tozudas que la emocionalidad manifiesta.

Oímos voces que reclaman una invasión norteamericana en Venezuela, como solución al estado fallido en que el chavismo y su epílogo han convertido a uno de los países más ricos del mundo en recursos naturales.

USA no puede invadir Venezuela porque:

1.- Carece de un trabajo de campo operativo previo que identifique objetivos vitales, marque una ruta operacional y, sobre todo, de una infraestructura para administrar la hora después.

De hecho, el gardeo a presión a diplomáticos norteamericanos y la estación CIA en Caracas debe haber sido uno de los cometidos cumplidos con mayor eficacia por los asesores militares cubanos, curtidos y con la ventaja de comer caliente y moverse en Toyotas Land Cruiser.

2.- América Latina ha sucumbido al discurso de NO intervención y -una vez más- pretende que los americanos les resuelvan sus problemas (Cuba, 1898), sin que ellos tengan que pagar el coste político de participar en una coalición antibarbarie.

3.- La oposición venezolana duda de la conveniencia de llegar al poder de la mano del Pentágono, como le ocurrió a Endara en la Navidad de 1989.

En 1968, la izquierda ganó la guerra cultural y, desde entonces, conserva la ventaja de que sus mensajes son mejor aceptados por sus víctimas que el discurso de la derecha.

La dictadura cubana fue prolija en apoyar invasiones e injerencia externa en terceros países desde junio de 1959 hasta la primavera de 1989; al ritmo de crear uno, dos, tres muchos Viet Nam. (Ver «Las guerras secretas de Fidel Castro», Juan Benemelis)

Como siempre en estos casos, están los bobos solemnes que pretenden culpar a USA de todos los males de la región, especialmente ahora que gobierna Donald Trump.

Esos bobitos parcializados siguen sin descubrir que es preferible un final de espanto a un espanto sin fin.

Cuando la realidad es que las administraciones norteamericanas han ido desentendiéndose de America Latina desde hace años, con especial énfasis después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Washington y Nueva York.

Nicaragua, que fue la revolución más pactada del mundo; Granada y Panamá fueron las últimas injerencias yanquis en una región que, 60 años después de la revolución cubana y de la Alianza para el Progreso de Kennedy, sigue siendo -mayoritariamente- pobre, desigual y emisora de emigrantes a mansalva.

Maduro tiene los días contados porque se ha convertido en un problema para todas las partes.

Rusos y chinos quieren cobrar, USA quiere que se tranquilice el traspatio, Colombia Brasil, Perú, Aruba y Trinidad Tobago no quieren que sigan llegando inmigrantes.

Y Cuba quiere aprovechar la crisis venezolana para intentar que Trump les afloje la corbata que ha ido tejiendo alrededor del cuello del tardocastrismo, que sigue criando vacas que no dan leche, cochinos a 70 pesos la libra y exportando marabú.

El pasado 1 de mayo, Raúl Castro y Díaz-Canel cambiaron el formato de la fiesta proletaria insular y dejaron que se oyera la voz de Fidel, reconvertido en una mezcla de Espíritu Santo y Don Rafael del Junco, diciendo aquello de revolución es cambiar todo lo que deba ser cambiado. Excepto el 1 y el 2, claro.

La prensa pagada por el Buró Político ha evitado el ruido mentiroso habitual y Ramiro Valdés, el espía que llegó de Artemisa, salió a la palestra para dejar claro que apuesta por Díaz-Canel y los cincuentones. Este es el hombre de la Casa Prado, vino a decir Valdés, en una reiteración del viejo adagio cubano del hombre pródigo.

En paralelo y discretamente, La Habana mandó a Washington al embajador Fernández de Cossio a trasladar un mensaje de diálogo que ha sido elogiado por funcionarios norteamericanos a los que Pepecito les habría dicho algo así como policía, yo soy tu amigo. (Ver Wilfredo Cancio Isla en Cibercuba).

Pero la oferta de La Habana es una rama de olivo en dos plazos. Ahora para negociar Venezuela, básicamente la salida de Maduro, que se ha retrasado por la captura en Madrid del Pollo Carvajal, que aterró a la cúpula militar bolivariana, 2.000 generales sin batallas y expertos en apropiación indebida y narcotráfico.

Y, una vez que Trump sea reelegido, cuadrar la caja definitivamente con los yanquis, esos malos que hacen cosas buenas.

A cambio, el tardocastrismo pretende conseguir una ralentización de la Helms-Burt, mantener viva la Enmienda agrícola y reactivar el pacto de las Grandes Ligas con peloteros cubanos, congelados por Trump y su equipo, que saben donde hay que apretarle el rabo a las jutías iraní, norcoreana y cubiche.

La película en dos partes tiene una ventaja: podría llegarse al segundo acto con los dinosaurios arrinconados o muertos y una desventaja: que los cubanos hartos de tanta pobreza y desidia estallen por hambre y mentiras; lo que abriría otro frente a Washington a 180 millas de sus costas.

El poder tiene que hilar muy fino en las actuales circunstancias; de ahí la liberación condicional de Cardet, la insistencia de Díaz-Canel en que la economía es prioridad (nunca es tarde si la dicha llega) y la suspensión de la conga de homosexuales y lesbianas filocastristas; quizá en evitación del sindrome Ceacescu.

Cualquier observador atento, habrá notado que el raulato redujo drásticamente las concentraciones populares, tan del gusto de Fidel Castro en ese afán suyo de trascender, encubierto en pedagogía de masas; facilitó los viajes al extranjero y autorizó, con miedo, los pequeños negocios privados, cercados por impuestos, inspectores corruptos y un mercado que boquea porque depende de la generosidad del exilio, tan vitupereado.

La Habana se ha quedado sin tiempo porque la aparición de Chávez congeló las reformas estructurales que la economía y los pobres cubanos reclaman a gritos; desperdició el embullo Obama con un apendejamiento que pasará a los anales y forzó a Maduro por encima de Diosdado como relevo del caudillo bolivariano, abandonado por los ¿dioses de la sabana? y María Lionza.

Un tonto jode a un pueblo y el Palacio de la Revolución erró apostando por el compañero Nicolás, un necio desconocedor de las más elementales reglas del juego con la ventaja de su indiscutible eficacia para hacer que las cosas no funcionen y que vayan a peor.

Venezuela, riquísima en petróleo, hierro, bauxita, oro, y coltán, y sin embargo USA, es la penúltima muestra de que el comunismo es el camino más angustioso entre el capitalismo y el capitalismo y del fracaso del populismo que pretende desconocer el papel del mercado, que puede ser regulado con fórmulas de redistribución de la riqueza y justicia social, como ocurre en buena parte del mundo, incluido Estados Unidos.

El neoliberalismo está en crisis, y los intentos de comprar y general voto cautivo con dinero público, también.

Mientras tanto, los muecines de ambos lados seguirán entretenidos con denuncias cada vez más altisonantes sobre lo que pasa en Venezuela, donde Felipe González, que no da puntada sin hilo, acaba de avisar que no quiere lloraderas posteriores a la salida de Maduro del poder, cuando se publique todo el horror bolivariano.

Ricardo Alarcón de Quesada y Yusuan Palacios son los niños cantores de la baba sin quimbombó; dispuestos a desafinar una y otra vez. Lo de Yusuam es entendible porque pertenece a una generación que suplantó las ideas con consignas; pero lo de Alarcón es delito porque sabe de que va la vaina y sigue inasequible a las pateaduras sin miseria que le ha dado el raulato.

Muchos combatientes revolucionarios han conservado la dignidad con un silencio interesado e interesante ante el dolor de ver a su patria destruida y los más afortunados han tenido que reciclarse como hoteleros de sus casas para extranjeros en busca del Santo Grial que nunca estuvo; excepto en los habanos, el ron, la música y la bondad republicana.

Alarcón ha descendido un peldaño (otro más) y, junto a Max Lesnick y Edmundo García, simboliza la trinidad de la inmundicia moral

Manden refuerzos que estamos ganando.

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