Céspedes en el Sábado del Libro

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José Gabriel Barrenechea.

El pasado sábado 20 de abril, en el amplio portal del Palacio de los Capitanes Generales se presentó el libro Los silencios quebrados de San Lorenzo, del investigador, ensayista y profesor titular del ISA, Rafael Acosta de Arriba.

Las palabras introductorias las pronunció el publicista orgánico Ernesto Limia, quien más que introducirnos en el texto aprovechó para disparatar de su caletre sobre el tema de que trata el libro: La vida y el legado de Carlos Manuel de Céspedes. Limia no solo nos contó sobre los origenes de su cespedismo, no por cierto del de Acosta de Arriba, en una conferencia de Eusebio Leal a la que asistió en su juventud, sino que aprovechó para soltar disparates a montón como aquel de que antes de octubre de 1868 ningún otro cubano podía exhibir más horas de cárceles y destierros que el futuro caudillo manzanillero (según me cuentan en el Aula Magna de la UH se escucharon los mismos quedos golpes que cuando el Tirano se llegaba allí a discursear). Y desconocedor absoluto de la historia española, también trajo a cuento cuando Céspedes, en su juventud, integró las milicias catalanas como un ejemplo de su apoyo temprano una causa independentista, en este caso la de Cataluña. Sin saber que el chapelgorris Céspedes lo que defendía entonces era el gobierno central de la regenta María Cristina de Borbón durante la Primera Guerra Carlista.

Limia, que casi para nada se acordó del contenido libro que presentaba, tremendista esencial, o practicante de la histericografía, nunca de la historiografía, no podía dejar de mencionar la afirmación de Acosta de Arriba, según la cual si los españoles encontraron a Céspedes en aquel apartado rincón de la Sierra Maestra se debió a una traición de algún cubano, o grupo de ellos, que le aportó el dato de la localización del ex presidente al mando español… Quizás la única afirmación en todo el libro en esa onda tan cubana de ponerse a dar pie a teorías de la conspiración.

Por fin, tras veinte minutos de limiato, y gracias a una seña de los organizadores que vino a darle el palo a la cotorra, el autor pudo hacer uso de la palabra para contarnos del proceso de Los silencios… Obra que se edita por tercera vez, aunque bastante corregida y aumentada. Lamentó Acosta de Arriba el que en el bicentenario del generalmente aceptado como Padre de la Patria no se hubiese presentado otro libro dedicado a él, que el suyo. Se refirió por último a alguno de sus maestros, sobre todo a Julio Le Riverand y Jorge Ibarra.

No obstante esa carencia de más obras dedicadas a Céspedes en su bicentenario, que por cierto se hubiera podido evitar si el autor hubiera cumplido con su promesa de haber terminado la sexta biografía de nuestro primer presidente, hecha en un artículo recogido en el libro, y que originalmente se publicó en 1995, es de destacar la amplia presencia de público en esta presentación, lo cual obligó al personal del Instituto Cubano del Libro a reponer varias veces lo destinado a la venta. La cual sobrepasó ampliamente los 300 ejemplares vendidos.

Los silencios quebrados de San Lorenzo, en referencia al lugar donde murió en combate Carlos Manuel de Céspedes el 27 de febrero de 1874, es una colección de ensayos en que Acosta de Arriba, un cespedista según el mismo, nos presenta su visión sobre este trascendental, y complejísimo personaje de nuestra historia nacional. Esta parcialidad, por cierto, explica el que el autor, cuando pretende demostrar la ilegalidad de la sustitución de Céspedes por la Cámara, abuse de lo escrito por este en su último Diario. Como en su ensayo Retorno a una añeja polémica historiográfica en que el autor cita a Céspedes como si de una fuente independiente se tratara, no un actor, y muy interesado, y cuando se enreda en leguleyismos para intentar negar el hecho capital de que la Cámara de Representantes tenía constitucionalmente el derecho de sustituir al Presidente, y que eso fue precisamente lo que hizo el 27 de octubre de 1873 en Bijagual de Jiguaní.

Debe dejarse claro que para todo acto político se necesitan “conciliábulos” previos, los cuales para nada demeritan a ese acto. Es claro que la Cámara, tomada ya a su interior la decisión de intentar destituir al Presidente, tenía que confrontar su posición con la de los principales jefes mambíses, y personalidades de la emigración (sobre todo con el Vicepresidente, Francisco V Aguilera). Otra cosa era convertirse verdaderamente en los 16 tiranos de que la acusa Elías Entralgo. De manera injusta, por cierto, sin acabar de entender que si algo mantuvo aquella guerra de manera más o menos unitaria, a pesar de la disgregación a que el tipo de guerra, y la tradición hatera obligaban, fue precisamente ese cuerpo de 16 legisladores civiles. Simbólicamente, pero también por su propia actividad.

Tampoco lo demerita, como pretende Acosta de Arriba, el que el acto de destitución haya sido llevado adelante como una representación. Hacerlo sería demeritar a casi toda nuestra historia combatiente de la Guerra de los Treinta Años, en que hubo mucho de actuación de unos actores que sabían representaban para la Historia Nacional. El mismo Céspedes, sin ir muy lejos, actuaba hasta cuando dormía, si es que nos guiamos por lo escrito por él en sus diarios íntimos. Y no hablemos de Martí…

No obstante la parcialidad cespedista de Acosta de Arriba, es de señalar el que a diferencia de nuestras editoriales revolucionarias no nos esconda fuentes incómodas para su visión del bayamés: en la Bibliografía liminar de su libro podrá enterarse de la existencia de un libro publicado en 1909, y nunca vuelto a reeditar, Francisco V. Aguilera y la revolución de Cuba de 1868, de Eladio Aguilera Rojas, en que este autor realiza muy fuertes acusaciones a aquel.

Hay mucho de interesante en este libro, escrito en un estilo de fácil lectura, estilo que evidentemente se ha ido depurando a lo largo del tiempo. Le recomendamos que lea el libro de atrás hacia adelante, como hacían nuestros ancestros con aquella revista desgraciadamente desaparecida, Bohemia, porque evidentemete el autor ha progresado en su prosa y ganado en claridad en sus ideas con el paso del tiempo, y en este libro los ensayos han sido ordenados de modo cronológico.

En un final, de ahora o de los noventas, la escritura de Acosta de Arriba se disfruta por sí misma, y esto aumenta el placer de la lectura de sus criterios discutibles, pero siempre interesantes. Como por ejemplo su idea de que Céspedes, hacia 1873, se había convertido en un freno para las tendencias caudillistas de los jefes militares. Discutible, aunque no muy descaminada visión, que tiene una virtud básica: Nos brinda una reinterpretación civilista del Céspedes que siempre ha sido usado como bandera por los autoritarios (por ejemplo, por esa Cotorra Descerebrada, Eusebio Leal, que ha convertido a La Habana en la Octava Villa por obra y gracia de su mentalidad burocrática que no concibe un acto de fundación sin papeles de por medio).

Cito las dos últimas oraciones del ensayo comentado para que se tenga una idea de sobre qué hablamos:

El ejemplo legalista y civilista de Céspedes trasciende su tiempo histórico. Es uno de los mayores legados para las futuras generaciones de cubanos y para que en Cuba, la conciencia de lo civil, es decir, no estar por encima de la Ley ni de la Constitución, sea un principio tan irrenunciable y amado como los de soberanía y patría.

Obra que se agradece, sin embargo no consigue convencernos ni de que a Céspedes se lo destituyó ilegalmente mediante un golpe de estado; ni intenta tan siquiera negar las acusaciones de que Céspedes, un algo alocado y muy arruinado caballero, inventó lo del famoso telegrama en que se ordenaba su detención, para lanzarse así a los campos antes de Francisco Vicente Aguilera y robarle la gloria; o convencernos de que la labor del Presidente no estuviera signada por el nepotismo, y que sus continuas designaciones para cargos en el exterior no trajeran la paralización de la emigración en un meremagnum de intrigas y diferencias; o que no fuera el evidente anexionista que demostró con sus cartas o en su avidez por mercenarios venidos del Norte en los inicios de la guerra…

Nada, que incluso tras la lectura de este libro que Limia propuso, en sus palabras poco introductorias, fuera elevado a los altares universitarios junto Ese Sol del Mundo Moral, de Cintio Vitier, y con el cual el cagalistroso poeta intentó ponerse en buenas con el Comandante, para mí el Padre de la Patria no ha dejado de ser Félix Varela….

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