José Gabriel Barrenechea.
Según el funcionario que presenta el parte del Covid en Cuba cada mañana, el soporífero doctor Durán, hemos alcanzado una meseta en el número de casos por día. Esta, según abunda, es la tendencia que ha pronosticado el Departamento de Matemáticas de la Universidad de La Habana, para los próximos días – todo parece indicar que basándose en los pronósticos de este mismo Departamento, Fidel Castro predijo en 1969 que para 1975 Cuba habría superado a los Estados Unidos en cuanto a alimentación…
Sin duda es cierto que hemos alcanzado una meseta, pero solo puede afirmarse para las estadísticas, las cuales no tienen por qué reflejar la realidad.
Hemos alcanzado una meseta, pero no en el número de nuevos contagios, reales, que cada día ocurren en Cuba, sino en el número de casos que se detectan según los protocolos establecidos. Dos variables muy diferentes, si observamos que ya antes, en junio, se estuvo en una meseta estadística semejante, pero que esta no estaba dada por un control de los niveles de transmisión de la enfermedad, sino simplemente porque alrededor de ese número de contagios que se reportaban cada día, se topaba con el límite superior de casos que podían detectarse según el número de pruebas que se hacían a diario: unas 20 000.
Por tanto bajo ese manto de haber alcanzado una meseta, y que de ahí en adelante la enfermedad comenzaría a disminuir en algún momento, entonces se escondía la realidad de que la enfermedad multiplicaba por días el número de contagiados. En esa falsa ilusión se vivió hasta que el primer colapso de una provincia en particular, Matanzas, obligó a reacondicionar los protocolos de detección, y a multiplicar las pruebas hasta llegar a más cincuenta mil diarias en los últimos días de junio y primeros de julio. Solo entonces salimos de la meseta ilusoria, para ir a dar a los seis mil, y luego hasta los ocho o nueve mil casos diarios de la meseta actual.
Lo mismo que en junio podría estar ocurriendo ahora. Solo que ahora la meseta sería consecuencia no de mantener constante el número de pruebas, sino de haber disminuido poco a poco su número desde mediados de julio. Entonces se hacían a diario, como promedio, 50 000 pruebas y hasta más, este 10 de agosto, sin embargo, como parte de una clara tendencia a la disminución desde finales de julio, solo poco más de 37 000.
Lo cierto es que en Cuba se multiplican los cuestionamientos de personas comunes, no ya de opositores o contestarios, a las estadísticas que brinda el Estado, a través de su Ministerio de Salud Pública. Para muchos es evidente que el número de casos y muertes reportadas cada día no refleja la realidad que ellos viven en sus comunidades. Donde la mortalidad por problemas relacionados a colapso pulmonar, o problemas nefríticos, se ha multiplicado de manera extraordinaria desde mayo hasta la fecha. Personas que por la rapidez de la evolución de la enfermedad que las haya matado, lo escaso de las pruebas PCR, y el interés evidente de las jerarquías locales -y no tan locales- por no engrosar sus estadísticas de muertes a consecuencia de la epidemia, en muchos casos han sido enterradas sin habérseles comprobado que esa enfermedad que las mató no fuera el Covid.
Nada demuestra mejor la total inexactitud de las estadísticas oficiales que comparar la relación entre el número de muertes contra personas contagiadas, entre las distintas provincias del país. Provincias como Camagüey, por ejemplo, han tenido un número de muertes por contagiados muy semejante o superior a Matanzas, Ciego de Ávila, Guantánamo, o Cienfuegos, que han tenido sin embargo muchos más contagios. Lo cual, en un país con un único sistema de salud estandarizado para todo su territorio, con una distribución de recursos y unas condiciones de vida uniformes, solo puede explicarse porque en Camagüey se detecta un porciento menor del número de contagiados reales al de aquellas provincias, o porque en esas provincias se identifica, o reconoce, un porciento menor de las muertes reales por la enfermedad.
En todo caso, lo que si demuestra esa falta de correspondencia, sobre un espacio tan uniforme como el nacional cubano, es que las estadísticas no se están llevando con el mismo rigor en todas partes, que hay un margen y no pequeño para esconder casos y decesos, y por tanto que los números del doctor Durán no reflejan la realidad de la epidemia de Covid.
Otro asunto de difícil explicación, el cual no podemos pasar por alto, es lo que ocurre en La Habana con las vacunas. Esta provincia-ciudad, con cerca de 2,2 millones de habitantes, tiene al presente a más de 1,3 millones con alguna de las tres dosis requeridas por las vacunas cubanas, de ellos unos 800 000 ya por completo inmunizados. Sin embargo, la epidemia ha crecido precisamente en paralelo con el proceso de vacunación, hasta pasar de unos 300 casos promedio en mayo, a unos 1 500 ahora a comienzos de agosto -hoy más de 1 700.
Más preocupante aun es el hecho de que según reportan las propias autoridades, el 70% de los contagios ocurren entre personas vacunadas, a pesar de que el número de vacunados es a su vez solo el 63,8% de la población habanera. No se han liberado datos en cuanto a la mortalidad entre el grupo de los vacunados, y el de los no vacunados, pero lo cierto es que el número de muertes reportadas en La Habana ha crecido casi al mismo ritmo que el del número de casos detectados. Lo cual hace sospechar que también los del primer grupo tienen su participación importante en cuanto a los fallecidos.
Todo ello crea dudas razonables acerca de la efectividad real de las vacunas cubanas, por sobre todo Abdala, la más suministrada en La Habana. Ya que como sabemos, aun si aceptáramos como ciertos los resultados de eficacia medidas por sus creadores en la tercera fase de pruebas, en la realidad no siempre una alta eficacia se transforma en la práctica en una alta efectividad. No olvidar que esos resultados de eficacia se obtienen siempre en condiciones ideales y controladas, las cuales luego no suelen darse en el mundo real.
Cuba, más allá de unas poco confiables estadísticas ya de por sí complejas, vive hoy una crisis sanitaria, a la que no se puede dejar de adjetivar de terrible y profunda. De la cual crisis es muy poco probable que puedan sacarla las medidas adoptadas por el régimen, el cual se encuentra ante una situación mucho más allá de sus escasos recursos, materiales u organizativos. Como en Matanzas ocurre ahora, lo más probable es que sea la dinámica natural de las olas pandémicas lo que logre hacer bajar el número de casos en el país para septiembre u octubre.
No obstante, algo es seguro: cuando eso ocurra, el régimen y en particular el señor Durán no perderán la oportunidad de anotarse esa reducción a su haber.