En campaña por el NO: Sobre la excesiva concentración del poder

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José Gabriel Barrenechea.
Allá por los primeros meses del ya muy remoto 2008, poco después de prometernos aquel famoso vasito de leche en Camagüey, un Raúl Castro que recién asumía la presidencia del Consejo de Estado se declaró favorable a que en Cuba solo alguien como Fidel Castro detentara la cantidad de poderes que reunió aquel en sus manos hasta el 31 de julio de 2006.
Al respecto de la magnitud de esos poderes, y de la interpretación que a los mismos le daba el régimen, resulta oportuno recordar lo escrito en Comentarios a la Constitución Socialista, por el “miembro clave de la comisión encargada de redactar el Anteproyecto de la Constitución Socialista” (según lo define la nota del editor en la contraportada de ese libro), profesor y diplomático Fernando Álvarez Tabío:
“La función múltiple atribuida al Presidente del Consejo de Estado, en lo político, en lo económico, en lo legislativo, en lo gubernamental, en lo administrativo, en lo militar, la cual ostenta como máximo depositario de la soberanía nacional y defensor más representativo de la causa de la democracia y del socialismo, solo podemos concebirla en quien, desde las epopeyas del Moncada y la Sierra Maestra, guiado por el pensamiento de José Martí, condujo la Revolución a la victoria. En la historia de todos los pueblos hay grandes hombres cuya vida y obra están estrechamente ligadas a las más gloriosas etapas históricas de la nación. Estos hombres simbolizan las más altas cualidades de su pueblo; dedican toda su vida a la lucha por su independencia y su felicidad; sus palabras y sus acciones reflejan las aspiraciones más acariciadas y la voluntad más firme de la Nación.”
“El presidente del Consejo de Estado de nuestra República, compañero Fidel Castro Ruz, es uno de ellos. Consideramos, pues, que el artículo 91 de la Constitución (93 de la actual) es un justo homenaje a su persona.”
En resumen: Fidel Castro reunía en sus manos poderes omnímodos, y esto se explicaba en que era él para los cubanos algo así como Napoleón para los franceses.
Parecía, por tanto, augurarse de aquella declaración del por entonces flamante General Presidente, alguien que ni en broma cabía comparar con Bonaparte, que Raúl Castro estaba por disminuir los muchos poderes del cargo gubernamental y estatal que acababa de asumir; definidos por la Constitución en su extenso artículo 93, y que lo convertían en algo así como en un monarca asiático. Y que muy probablemente lo haría, especularon algunos, mediante la separación en cargos diferentes de las atribuciones del Presidente del Consejo de Estado, exactamente entre él (presidente) y un hipotético futuro Presidente del Consejo de Ministros (primer ministro).
Sin embargo,  más allá de aquella ostentosa declaración de que Fidel era Fidel (obvio) y nadie más llegaría nunca a su altura, Raúl Castro no hizo nada al respecto, y así, durante los diez años en que detentó el poder se cuidó de retener en sus manos la misma suma de poderes que habían estado en las de su hermano.
Cabe preguntarse a estas alturas, cuando ya ha dejado el cargo y desde su aún no abandonado trono partidista promueve un proceso de Reforma Constitucional, si ahora sí estará por tomar las medidas necesarias para que en Cuba de ahora en adelante nadie disfrute de los poderes omnímodos de Fidel… y de él.
En este sentido:
¿Se le disminuirán los poderes al Presidente del Consejo de Estado en el anteproyecto de Reforma Constitucional que se cocina, ahora que al que detenta el poder (Díaz-Canel) no cabe igualarlo en “méritos” a un Fidel Castro (¡Herejía!), méritos que en alguna medida y con mucha imaginación podrían reconocerle a un Raúl Castro (por herencia del carisma a través de la sangre)? ¿Se le disminuirán a ese cargo las excesivas atribuciones,  ahora que el artículo 93 no puede ser considerado “un justo homenaje  a su persona”, o sea, a la persona de Díaz-Canel, ya que ello equivaldría a renunciar al principio central e indiscutible del régimen de considerar a Fidel Castro como un caso excepcional? ¿Se creará el cargo de primer ministro? ¿O se renunciará a los poderes del presidente que generan interferencias con los, en teoría, superiores de la Asamblea Nacional?
Personalmente, creo que no; sobre todo tras ver en mi televisor las sesiones de la Asamblea Nacional del pasado sábado, en que más que consensuar entre los diputados los miembros de las comisiones en que se divide la misma, bochornosamente lo que hicieron fue aprobar por unanimidad unas listas evidentemente preparadas de antemano por el Consejo de Estado.
Si dudas en el próximo texto de la Constitución de la República el Presidente del Consejo de Estado seguirá tan poderoso como hasta ahora. A pesar de que a partir de este 19 de abril quien lo ocupe no tiene, ni tendrá, el carisma que justificaba, al menos desde la visión carismática que de sí mismo tiene el régimen, tal acumulación de poder en las manos del fundador del estado castrista.
Por lo tanto, solo en la hueca palabrería del discurso político post-castrista, Fidel, el fundador del régimen, se mantendrá como un caso excepcional. Y por lo mismo, aunque tal vez sin hacer exhibición pública y explícita del título de Comandante en Jefe, todos los que vengan de ahora en adelante seguirán desempeñando “la Jefatura Suprema de todas las instituciones armadas”, determinando “su organización general”, y presidiendo “el Consejo de Defensa Nacional” (artículo 93, incisos g y h). O lo que es lo mismo, serán indiscutiblemente los Comandantes en Jefe de las instituciones armadas cubanas.
Este punto, como el de la presencia o no de una definición explícita de qué se entiende por socialismo, es vital para cualquier ciudadano que pretenda decidir racional, y libremente, cómo votará en el Referendo. En definitiva para decidir en base a un estudio profundo del texto del anteproyecto de Constitución: Si es él de los que está por mantener concentrado el poder político, votará afirmativamente, sí en cambio está por aumentar la participación ciudadana en la vida política del país, votará NO.
Y es que resulta claro que muy poco de empoderamiento real de la ciudadanía podrá haber allí donde el poder político sigue monopolizado, como hasta ahora, en las manos de un individuo: el Presidente del Consejo de Estado. Un individuo que, presumiblemente cuando Raúl Castro se retire de la vida política, acaparará de nuevo en sus manos el cargo de Primer Secretario del PCC (por cierto, legislar sobre una posible separación de esas funciones, sí corresponde a la forma de ver el derecho constitucional por los castristas).
Solo una separación de poderes, entre un presidente y un primer ministro, además de la renuncia por ambos de aquellas atribuciones que crean interferencias con las del órgano supremo del poder del estado, la Asamblea Nacional, traerá algún avance democratizador por esta dirección. Lo demás no pasará de más de lo mismo.
Por tanto, ciudadano, en ese caso de que todo siga igualito en el cuartico: Di que NO, que NO, el día del Referendo.

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