-Por Antonio Moreno Ruiz
Ante la terrible crisis sanitaria (con fortísimas connotaciones políticas y económicas que están por venir), surgen multitud de comentarios diciendo que la iglesia católica no está haciendo nada, que sólo está “rezando” y que si el Vaticano no podría vender sus tesoros para arreglar los males del mundo. En estas diatribas aptas para memes facilones coinciden musulmanes, protestantes y progres, como en tantas otras cosas.
Empero, lo cierto es que los hechos desmienten a la propaganda. A saber: Sólo por mencionar dos diócesis españolas como son las de Sevilla y Córdoba, suman 400.000 euros de donación para combatir el coronavirus. Sin embargo, por más que se muestren los datos, será calificado de “limosna” en tono peyorativo. Cuando el famoso progre de turno hace una donación en su vida que no sirve ni de precedente, ahí sí es “solidaridad”, término que se expresa mediáticamente con la más bondadosa de las connotaciones. Es algo parecido a lo que ocurre, por ejemplo, entre Richard Gere y Amancio Ortega: Mientras que el primero reparte bocadillos en el Open Arms, y es muy buena gente; sin embargo, Amancio hace donaciones millonarias beneficiosas para la sanidad española y es insultado por la izquierda y sus millonarias terminales mediáticas.
No obstante, volviendo al caso de la iglesia católica; sí, el Vaticano podría vender todo su patrimonio… ¿Y no podrían hacerlo también los museos? Venga, dejemos los museos sin obras de arte. Todo sea vendido. Y ahora, ¿está garantizado que con la desaparición de obras de arte la alimentación llegue a cada cual?
¿Pero es que de verdad este es el nivel de los que encima luego dicen hablar en nombre de la cultura?
Lo cierto es que la iglesia católica, a través de sus múltiples entidades, está haciendo aportaciones millonarias a la lucha contra el coronavirus (y eso por no hablar de las mascarillas que salen por miles de muchos conventos), mientras que muchos que hacen propaganda facilona no aportan ni un céntimo.
Y esto no se trata de defender a los obispos, ni tan siquiera al papa; ni en este escrito un servidor, aunque confeso católico, apostólico y romano (y seguramente sea el peor de los creyentes), tampoco esté haciendo “apología religiosa”; se trata de datos contantes y sonantes y de una mínima honestidad intelectual aseverada por hechos frente a palabrerías. Y si en España la iglesia católica parara su obra social de un día para otro, entonces es cuando íbamos a estar no ya como Venezuela, sino peor todavía.