París, 25 de junio de 2020.
Querida Ofelia:
Mientras asistía a misa en la Iglesia de San Olav en Oslo, me percaté de que cada persona tenía frente a ella un cojín sujeto por una argolla al respaldar del banco, el que servía para arrodillarse cómodamente.
Durante aquella misa cantada por unos fieles muy respetuosos, me di cuenta de que en un banco a mi derecha apenas a unos dos metros, una señora oraba cubierta por una gran mantilla azul turquesa, algo muy curioso. Ella dirigía su mirada nublada por lágrimas incesantes hacia un bello Cristo del altar mayor, detrás del cual estaba representado el cielo, rodeado de ángeles y en lo más alto un trono desde el cual Dios dominaba todo el templo.
Esto me hizo recordar la Ermita de la Caridad de la ciudad de Miami, la cual visité acompañado por unos amigos.
La Ermita se encuentra a orillas del mar, tiene forma cónica con techo marrón, sobre el cual desluce una desproporcionada cruz.
Antes de entrar se pueden observar dos bustos de personajes históricos, a la izquierda el del Padre Varela, detrás del cual está grabado sobre una pared de mármol negro: “Sólo es verdaderamente libre el pueblo que es verdaderamente religioso”. A su derecha el busto de José Martí y detrás de éste: “Un pueblo irreligioso morirá porque nada en él alimenta la virtud”.
Los cubanos en más de cinco siglos de historia no habíamos dado a la iglesia un solo santo. Cuando vi las imágenes de Juan Pablo II arrodillado en el Aula Magna de la Universidad de La Habana ante el nicho de Félix Varela, nació en mí la esperanza de poder tener el primer santo cubano. El futuro nos lo dio: José Olallo Valdés, religioso cubano de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, el cual nació de padres desconocidos el 12 de febrero de 1820. Un mes después fue depositado en la Casa Cuna de San José de La Habana, donde fue bautizado el 15 de marzo del mismo año.
Por otra parte le pusimos lo de apóstol al hombre más grande de nuestra historia, a José Martí, aunque sólo fuera de la Independencia. Por lo menos tenemos un apóstol de algo.
Los canteros que rodean la Ermita están decorados con tinajones que recuerdan a Camagüey y al fondo, entre el aparcamiento para los coches y el mar, los cocoteros completan la vista.
En la entrada principal, sobre el techito, un mural nos muestra a los tres Juanes, como precursores de los miles de balseros que retarían la furia del mar e implorarían la ayuda de la Santísima Virgen en el futuro, para lograr llegar a las Tierras de Libertad.
Creo que nuestra representación de la Virgen como La Virgen de los Balseros nunca ha tenido más actualidad que hogaño. Es todo un símbolo de la tragedia y de la esperanza de un pueblo que tantas vicisitudes tristes ha sufrido desde hace más demedio siglo.
Ya dentro del templo, una cierta austeridad nos impresiona. A un costado del altar mayor se encuentran las banderas de Cuba, del Vaticano y de los EE.UU., de izquierda a derecha y del peldaño inferior al superior en ese orden.
Un poco más lejos, un cartel de unos dos metros cuadrados nos interpela: “ Ofrece a la Virgen en vez de flores, comida para los pobres. Gracias. Dios te bendiga”.
A los pies de este cartel había tres inmensas jarras de flores amarillas y un cartucho con unas cinco latas de conserva. Algo muy significativo del caso que algunos fieles hacen a la proposición hecha por la Iglesia.
Pero en realidad lo que más llamó mi atención fue el enorme mural de color marrón que cubre todo el altar mayor. El Sr. Teok Carrasco lo pintó y fue inaugurado el 8 de septiembre de 1977.
Los cubanos estamos habituados al sincretismo religioso y al mestizaje cultural, pero aquí se trata de un sincretismo político-histórico-religioso único en su género.
Dios y la Virgen son símbolos de Amor Universal, por tal motivo, no puedo comprender qué hacen en ese altar el monumento al Soldado Desconocido y entre los 44 personajes, algunos guerreros u otros que aunque sus acciones hayan sido históricamente positivas para nuestra Patria, la violencia engendrada o los ejemplos de sus vidas, están muy lejos de la santidad que lleva a los altares.
Cristóbal Colón, que ya al regreso de su primer viaje llevó amerindios como “muestras” y declaró a los Reyes Católicos que podrían ser buenos servidores, preconizando la terrible esclavitud que provocaría millones de muertes en tierras de América.
Bartolomé de las Casas, cuya defensa de los amerindios fue una de las causas del posterior drama de la trata de millones de esclavos africanos.
¡Estimo que no por ser obispo, cura, médico, político o periodista se merece ser llevado a un altar junto a la Virgen!
Narciso López, Perucho Figueredo, Francisco Vicente Aguilera, Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte, Máximo Gómez, Antonio Maceo, etc., todos guerreros que lucharon por la Independencia con las armas en las manos. ¿Merecen por ello ser llevados a los altares?
¡Ese mural es una aberración, no histórica sino religiosa!
Sin embargo en nuestra nostalgia por la Patria tan cercana geográficamente y tan añorada espiritualmente, confundimos historia y política con religión.
Sitúese ese mural en un Panteón Laico para su respeto y déjese la iglesia a Dios, a la Virgen, a los santos y a los ángeles como corresponde.
En el primer banco, cinco señoras vestidas elegantemente rezaban el rosario en voz alta, mientras que al pie de otra representación de la Virgen, que está situada a la izquierda del altar mayor de la Ermita, un hombre vestido muy humildemente arrodillado en el piso, sin un cojín como en Oslo, oraba con el corazón y el Alma. Su mirada implorante se dirigía a los ojos de la venerada imagen. Tengo la impresión de que la Virgen lo escuchaba.
Te deseo de todo corazón que nuestra Virgen de la Caridad te proteja en unión de todos tus seres queridos y que salve a nuestra Cuba de todo drama futuro. Que lleve la paz al corazón y a la mente de todos los cubanos.
Te quiere siempre,
Félix José Hernández.
Nota bene: Esta crónica aparece en mi libro «Memorias de Exilio». 370 páginas. Les Éditions du Net, 2019. ISBN: 978-2-312-06902-9