Por Zoé Valdés.
Transcurría el año 1997, yo estaba promocionando dos de mis novelas en España, concretamente en Madrid. La agente de prensa de la editorial me anunció que debía asistir a un programa de televisión muy popular en aquel momento (con público presente), en el que se hablaba de todo, cultura, política, actualidad… Insistió en que era muy importante allí mi presencia, puesto que las dos presentadoras, dos mujeres muy hermosas, rubias ambas, madre e hija (no recuerdo sus nombres, disculpen) me reclamaban ardientemente.
A mí los platós de la Caja Tonta Que Eructa me dan una dentera que me pongo arisca y tensa hasta el espasmo, que ustedes no pueden ni imaginar, me convierto en un gato estreñido. Finalmente fui, imbuida por el convencimiento de la Agente de Prensa, y con la intención de explicar a un gran público la historia que contaban esos libros. En cuanto llegué, que advertí la extensión del plató, como una especie de plaza de toros, me di cuenta que aquello sería imposible, que de lo que se trataba era de matar y salar. Me tranquilizó la presencia de una mujer a la que yo había leído, y admiraba, y que desde ese día me enamoré de ella: la escritora Gloria Fuertes. Qué amor de persona, qué gran escritora en todos los géneros. Una especie ‘féerica’ en extinción, me dije.
Primero tocó el turno a Gloria Fuertes. Me derretí oyéndola, una pena que las intervenciones duraban verdaderamente muy poco. Después me tocó a mí. Un técnico me colgó el micrófono, y me dio instrucciones muy precisas: «Respuestas breves y concisas, debes esperar a que se le dé la señal al público para los aplausos (joder, ni siquiera los aplausos son espontáneos, me dije), y dejar hablar a las presentadoras»; temblé, aunque… Debo decir que aquellas dos señoras hicieron su trabajo como las grandes profesionales que eran y seguirán siendo, incluso si no las he visto más en la pantalla chica, e hicieron preguntas muy certeras e inteligentes sobre mis libros y también sobre la situación de Cuba. Una de las preguntas consistió en que yo explicara cómo había sido mi infancia en Cuba. Expliqué lo más brevemente que pude, a la señora mayor le asomó una lágrima, pero de manera muy profesional siguió con la entrevista. El aplauso final fue espontáneo, sin cartel levantado que diera la orden de batir palmas. Ellas quedaron asombradas.
Al salir del plató, el técnico me quitó el micro y noté que estaba realmente enfurecido, discutía porque al parecer esperaban a otros invitados que se habían retardado considerablemente, y eso provocaba lo peor que puede acontecer en un programa televisivo en vivo: un bache de contenido. Después se volteó hacia mí, y me felicitó sonriente.
La agente de prensa me permitió quedarme unos minutos conversando con Gloria Fuertes, porque enseguida advirtió la gran empatía que había surgido entre nosotras.
Al rato llegaron tres individuos, a los que no hubo que explicarme que eran cubanos, me di cuenta por la forma de caminar y de manotear entre ellos. Se trataba de ‘Orishas’, yo había conocido a uno en el Bar chileno Le Cap D’Horn, aquí en el Marais, y nos saludamos afectuosos. A mí me gusta algún ‘rap’, no todo, pero el ‘rap’ como el ‘slam’ me fascinan por temas y autores, por momentos. Este estilo de ellos no acababa de convencerme, pero tampoco me disgustaba de plano. Los que vivíamos en Francia ya desde entonces sabíamos que ‘Orishas’ eran el producto de las más raras extravagancias de un productor francés en olor de santidad monetaria. Y funcionó innegablemente.
Reitero que el que yo conocía de los tres fue simpático, él mismo me recordó cuando había hecho de DJ en la fiesta que había dado mi editorial en La Coupole, en la fiesta de presentación de mi novela ‘Te di la vida entera’ hacía algunos meses… Allí, me aseguró, había conocido a varios periodistas importantes. Fue locuaz, insisto. No así los otros que me negaron el saludo, o sea, se hicieron los entretenidos para no saludarme. Al instante les pusieron al día de los temas que se habían tratado con anterioridad y según percibí ellos habían visto la última parte de mi entrevista en las pantallas del cubículo de maquillaje.
Me quedé para apreciar la entrevista con ellos desde la pantalla de la televisión situada en el camerino de invitados. Transcurrió bien, sin nada interesante ni nuevo a decir verdad, pero eran jóvenes y se veían atrevidos. Casi al finalizar la entrevista, y sin que viniera a cuento, el que iba de hasta ese instante un poco arrogante, cuyo nombre es un ramo de pronombres: Yotuel, por Yo Tú Él, retomó la palabra e insistió, totalmente transformado, en que tenía que aclarar algo (sin que viniera a cuento, ni nadie se lo preguntara).
-Quiero dejar claro que eso que ha dicho la invitada anterior sobre la infancia en Cuba es mentira. Los niños somos felices en Cuba -el «somos» estaba demasiado lejano y fuera de lugar para un tarajallúo semejante, pero me dije que era bastante lógico, porque el ‘hombre nuevo’ cagonio es como un Peter Pan del subdesarrollo, un enano mental del Tercer Mundo, que sólo se acuerda de que es adulto cuando tiene que dañar con un pingazo a una mujer, y continuó-: Por ejemplo, es mentira que en Cuba los niños no tengan leche para tomar, ni que se la prohiban a los siete años. En Cuba tenemos leche suficiente para beber, y es gratis, y si no ¿cómo explicarían ustedes que yo luzca esta dentadura?
Sonrió enseñando la cajetilla a todo dar. El público aplaudió imbuido por los carteles que así se lo ordenaban. A mí me dio tanta vergüenza, sí, más pena que ira, aunque esto último también, que abracé a Gloria Fuertes, y le hice un gesto definitivo a la agente de prensa en señal de que nos largábamos de aquella pesadilla.
Me juré que nunca más iría a una cosa parecida sin informarme primero con quién compartiría plató.
Esa es la historia que les debía en relación a ‘Orishas’ y al tal Yotuel, quienes al parecer ahora han cambiado respecto a la tiranía, o eso desean dejar entrever. Sería interesante que alguien les haga la misma pregunta, y analizar su respuesta actual.
Nunca más compré uno de sus discos, y jamás he ido a ver una película cuya música sea de su autoría o interpretación.. Cuando he entrado al cine, sin saberlo, al oírlos, he salido de la sala como ‘juan que se despetronca’.
Otro día contaré una anécdota parecida con Carlos Varela, el de la manzana en la cabeza, protagonizada por ambos en una radio de Barcelona.
Bah con pinga y cepillo.
Zoé Valdés.