«Nada bueno resulta de llorar por aquello que ya se ha perdido, y si no, que se lo digan a los turcos tras la escandalosa derrota sufrida en Lepanto en la costa occidental de Grecia, allá por el año del Señor de 1571 en una de las más aciagas batallas de la historia, donde el pensamiento estratégico de los complacidos otomanos brilló por su ausencia y por el volumen de su arrogancia y autosuficiencia. A veces, saber demasiado puede resultar una agonía; y eso o algo parecido, fue lo que les sucedió a los anatolios, que llevaban repartiendo estopa de forma reiterada desde in illo tempore hasta que tropezaron con la horma de su zapato. En el recuerdo de todos pesaba como una lápida la trágica caída de Constantinopla un 29 de mayo del año 1453, un año fúnebre, donde probablemente se diera uno de los pasos de página más importantes por su mortífera huella en la historia conocida…»
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