Cada vez se hace más evidente que el problema sobre la eficacia (o no) de la asociación de la hidroxicloroquina y de la azitromicina para combatir la Covid-19, ha dejado de ser un debate científico para convertirse en otro de los apasionados y disparatados debates políticos de nuestra época.

Los responsables de este desaguisado son los mismos que desde hace casi cuatro años están haciendo todo lo posible para dinamitar la presidencia de Donald Trump, y de ser posible, evitar su reelección el próximo noviembre.

Sin ánimo de echar leña al fuego del complotismo, es imposible no rendirse a las evidencias que van acumulándose cada día sobre este tema en concreto. La arrogancia de la progresía occidental que, en nombre de su superioridad moral, se cree todo permitido, la ha llevado actuar de la manera criminal para salirse con la suya. La diferencia con otras épocas es que hoy la prensa no puede imponer su visión a la opinión pública, la que, gracias a las redes sociales, accede no sin crecientes dificultades, a otras fuentes de información.

Por supuesto, para mantener el monopolio informativo, los medios rendidos al marxismo cultural desde los años cincuenta del pasado siglo, primero en Estados Unidos y luego en el resto de Occidente, se organizan en dos direcciones para intentar salvar el chiringuito. La primera, es la de crear dispositivos de “control”, cuyo objetivo principal es el de luchar contra las «falsas» informaciones de la red, oponiéndolas a otras «debidamente» acreditadas por el propio sistema. La segunda, es la de incluir en el aparato legislativo de las democracias, leyes liberticidas que sirvan para que las asociaciones, o a los particulares denunciantes consigan su objetivo: cerrar el medio o acallar la voz disidente. A este jueguito indecente se prestan las redes sociales, que como Facebook y Twiter no dudan en cerrar sin miramientos las cuentas de las voces discordantes.

En caso de denuncia, cualquiera puede hacerlo de forma anónima, se cierra la cuenta de una escritora como Zoé Valdés, sin que la afectada pueda apelar la decisión. Otros perfiles con muchos más seguidores, o las cuentas sociales de portales alternativos corren cada día la misma suerte. Hasta ahora no había pasado nada. Sin embargo, calificar de falsa información un mensaje de D. Trump a sus seguidores, ha sido una transgresión que parece va a costar muy cara a Twiter. La prueba de que arde la cabaña es que Marc Zuckerberg, que ha hecho lo imposible por enredar la pita de la censura, no ha tardado en declarar que Facebook no podía ser el “arbitro de la verdad”, dejando que su camarada Jack Dorsey encare solito las consecuencias de sus buenas obras.

Lo que ha ocurrido con la hidroxicloroquina es una réplica en el campo de la medicina, de lo que venimos observando todos los días en el terreno de la ideología; claro, con una diferencia de bulto: la inacción de la autoridades médicas en Occidente, particularmente en Francia y en España, ha costado la vida a miles de personas que podrían haberse salvado de no haberse obstaculizado (por los mismos protagonistas del encierro de casi todo el planeta), el tratamiento, barato y disponible, preconizado por Donald Trump hace un par de meses, inspirado por los trabajos del infectólogo francés Didier Raoult.

La hora de la justicia llegará. Es pronto todavía para deslindar responsabilidades, pero sin tener una bola mágica ni un modelo matemático predictivo (como el que anuncio millones de muertos por la Covid-19), podemos concluir sin temor a equivocarnos que van a saltar las cabezas de los responsables, empezando por la del director de la Organización Mundial de la Salud, y, siguiendo en ese orden, la de los ministros de salud de los países que se han opuesto al tratamiento, escudados en estudios sin bases científicas sólidas, para terminar con las autoridades médicas que, al servicio de los laboratorios farmacéuticos, los ampararon.

No vamos a poner una lista de los estudios observacionales que defienden el uso del cóctel medicamentoso preconizado por Donald Trump, que no tiene reparos en declarar que se toma las pastillas de cloroquina como caramelos para evitar el contagio (otro de las ventajas de la molécula harto probada en India, Argelia, Senegal, Brasil y otros países), solo vamos a comentar el último avatar de la polémica que opone a dos pesos pesados de la medicina: Oxford y Yale.

Ayer, Harvey A. Risch, un destacado e indiscutido infectólo de la Universidad de Oxford publicó un estudio que concluye sobre la eficacia de la asociación de las dos moléculas en el tratamiento de la Covid-19. Sus conclusiones son inapelables:

El científico afirma que cinco estudios, incluidos dos ensayos clínicos controlados, han demostrado que la hidroxicloroquina + azitromicina utilizadas como tratamiento ambulatorio (o sea en fase precoz n.d.t) se ha utilizado como estándar de atención en más de 300.000 adultos mayores con multimorbilidades, muchos de ellos diagnosticados con enfermedades cardíacas, y dado que la mortalidad estimada es de menos del 20%, o sea, que fallecen 9 personas entre 100,000; para el Sr. Rich, (que contrapone esta estadística a la de los 10.000 estadounidenses que mueren cada semana), no cabe la menor duda “estos medicamentos deben estar ampliamente disponibles y deberán ser promovidos de inmediato para que los médicos los receten”.

«I conclude that HCQ + AZ and HCQ + doxycycline, preferably with zinc can be this outpatient treatment, at least until we find or add something better, whether that could be remdesivir or something else. It is our obligation not to stand by, just “carefully watching,” as the old and infirm and inner city of us are killed by this disease and our economy is destroyed by it and we have nothing to offer except high-mortality hospital treatment. We have a solution, imperfect, to attempt to deal with the disease. We have to let physicians employing good clinical judgement use it and informed patients choose it. There is a small chance that it may not work. But the urgency demands that we at least start to take that risk and evaluate what happens, and if our situation does not improve we can stop it, but we will know that we did everything that we could instead of sitting by and letting hundreds of thousands die because we did not have the courage to act according to our rational calculations.«

Es evidente que las conclusiones de Oxford se oponen a las de The Lancet conocidas esta misma semana. Las mismas fueron difundidas ampliamente por la prensa francesa, y han servido para que las autoridades sanitarias galas prohíban el uso de la hidroxicloroquina en menos de 24 horas; a pesar de que, desde su publicación, numerosos especialistas, incluyendo a Didier Raoult, destacaran su dudosa metodología y los conflictos de interés de sus autores.

Otros estudios vendrán, porque las autoridades médicas de muchos países como España, han declarado que no abandonarán la molécula, a pesar de las recomendaciones de la OMS y The Lancet, sin olvidar que los profesionales de la salud de todo el mundo no han esperado por los resultados de los estudios clínicos contrastados para curar a sus pacientes que morían asfixiados como moscas en los hospitales sin respiradores con la única medicina de la que disponían en aquel momento.

Llevar un combate político al terreno de la medicina, donde la mayoría de los galenos todavía se rigen por un código ético que no depende de lo políticamente correcto, muestra no solo que le progresía internacional ha perdido el sentido de la realidad, sino que se ha vuelto completamente loca. Se puede presionar a escritores a periodistas que dependen del sistema o de las subvenciones para sobrevivir, pero esas presiones resultan inútiles (por el momento al menos) contra las profesiones liberales que, como la medicina o la abogacía, todavía quedan al margen de la influencia del Estado.

Veremos por cuanto tiempo resisten todavía.

Por el momento ningún medio de prensa (de los que esta semana difundieron las falaciosas conclusiones de The Lancet) ha dicho pío sobre este nuevo estudio que, hunde si es que todavía hace falta, a los detractores del tratamiento. Tampoco se ha hablado en Francia hoy de la carta que ha hecho llegar a The Lancet, Richard Horton, editor de la propia revista que, junto a 100 investigadores británicos ha desmontado en un inusitado ejercicio de decencia intelectual, punto por punto, el fraudulento artículo.

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