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Ya no nos entendemos

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José Gabriel Barrenechea.

En Cuba la culpa siempre la tenemos los de abajo.

Somos radicalmente indisciplinados, una y otra vez nos negamos a comportarnos a la manera en que nuestros sabios, y toda bondad, dirigentes, quisieran que nos comportáramos. Traicionamos así ese esfuerzo y sacrificio que cada día los vemos hacer en el NTV, reunidos en la sala refrigerada del Consejo de Ministros, mientras en el pantry, una puerta más allá los espera la primera de una serie de suculentas meriendas, todo para decidir lo mejor para el país y su gente.

Si accediésemos a convertirnos en tornillos que ocupan en silencio su lugar en el Gran Engranaje Revolucionario, o en peones que se dejan conducir por el tablero nacional bajo el desinteresado arbitrio de la mente maestra superior, todo sin duda ya estaría solucionado y el “porvenir luminoso” garantizado.

Más el asunto es que no somos peones, sino personas; y como las mentes maestras no viven como esas personas que somos, no pueden entendernos. En consecuencia, sus propuestas, planes, proyectos, sus buenas intenciones, cuando las hay, no tienen que ver nada con nuestra realidad. Por lo que en la mayoría de las situaciones nos vemos obligados a escapar por la línea de menor resistencia entre lo que quisieran los mandantes, y lo que nuestra dura realidad nos permite.

Porque ciertamente si alguna vez tras 1959 nos hubiéramos comportado como peones, y hubiésemos cumplido al 100% lo que deseaban las mentes maestras, no habríamos tardado en dar con nuestros huesos en el cementerio.

Cada mañana el Doctor Durán fanático de clausuras -recordemos la de los pacientes con SIDA, que promovió a principios de los 80- nos regaña por indisciplinados.

Cada mañana el Doctor Durán, tras desayunar mejor que el cubano promedio, observa preocupado la indisciplina de los habaneros. Como buen integrante de la élite dirigente, el Doctor Durán ya ni sabe que rutas de guagua debería abordar, apretado y sudoroso en la multitud, para ir a su oficina climatizada, si su auto se le rompiera. Tampoco comparte el Doctor Durán esa preocupación ansiosa de la mayoría de esos habaneros que ve pasar desde su auto: no ya el infectarse con la Plaga, sino que esa infección los agarré con las defensas bajas tras pasar tres varas de hambre. Esa preocupación que ahora mantiene a los habaneros de cola en cola, como dicen antes los mantenía Fidel Castro de victoria en victoria.

Para el Doctor Durán, Diacaner, Raúl Castro, Ramiro Valdés, Torres Iríbar, el ministro de industria con hablar de guapo de barrio, sus familiares y en general ese por ciento de la población cubana que integra la nobleza revolucionaria -en fin, están allá arriba, en el Parnaso Revolucionario, porque son buenos y nobles, ¿o no?- la Plaga regresa porque el pueblo, bajo, se va a la Playa, sin coronel, o hace fiestas, o juega dominó en las esquinas. No porque tenga que verse obligado a usar un sistema de transporte público de capacidad muy por debajo de la necesidad de una urbe de 2 millones de habitantes; no porque se aglomere en el trabajo de acumular, cual ardillas, alimentos y artículos de aseo para ese invierno de recursos en que ya vivimos, y que todos presentimos empeorará en los próximos meses; no porque la aglomeración de familias en las viviendas de una ciudad tugurizada lancé a ese pueblo a la esquina, o a cualquier parte, a respirar un poco de aire no viciado y sin las tensiones de la proximidad física continuada, en un espacio físico limitado al que rara vez refresca un equipo acondicionador de aire…

En fin, que ya no soporto ver y escuchar a este noble señor regañarnos cada mañana desde una circunstancia de privilegio, la cual ni de lejos comparto. Porque, en fin, ellos, los de arriba, y nosotros, los de abajo, ya no nos entendemos.

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