Al teniente Bonet, hecho prisionero por los insurrectos se le ofreció la libertad, si la aceptaba obligándose con palabra de honor a no volver a tomar las armas contra ellos, durante la presente contienda.
La oferta fue rechazada con la debida indignación, y en consecuencia le sentenciaron a muerte en consejo de guerra.
Él mismo mandó el piquete encargado de su ejecución, deteniéndose momentos antes de ella a instruir a los soldados de que se componía, sin jactancia y con la serenidad y el temple de alma de los héroes.
Hecho esto, dio la voz de preparen, la de apunten y luego la de retiren; y como algunos de los cabecillas lo mirasen con cierta desconfianza, les dijo, volviéndose a ellos, con la misma tranquilidad que si se tratase de una simple broma: «Señores, no se apuren, que no se perderá la santa causa porque yo viva tres segundos más o menos.»
Sin más palabra, pronunció la terrible de ¡fuego! que le dejó sin vida.
Estos hechos los refieren los insurrectos a cuantas personas los ignoran; y al recordarlos, no pueden menos de confesar que los españoles saben morir. Tienen la buena cualidad de no desvirtuar el proceder de aquellos de sus enemigos que saben mostrarse grandes en los momentos supremos de la vida.
Valentía del soldado español
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