El turista español en Cuba y la mujer nueva: lo peor de ambos mundos

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Lo de Paco no son las mujeres, sino las computadoras. Él lo sabe. A sus 34 años trabaja en España impartiendo cursos de informática a niños, desempleados y estudiantes universitarios. Hace dos años, harto de contratos cortos e intermitentes, de la crisis económica y de todo el que le pregunta qué espera para formar una familia, se fue con dos amigos de vacaciones a Cuba.
Nada más llegar, el taxista que contrataron para que los moviera a diario por La Habana le presentó a una muchacha de tez oscura, menudita y alegre, diez años menor que él. Se enamoró nada más verla, pese a que era consciente de que la chica le superaba en millas recorridas. Con 24 años sacaba adelante, sola, a un hijo de dos años y medio. El padre de la criatura estaba en la cárcel.

Pasaron una semana, como dos tortolitos, recorriendo Cuba. Estuvieron en Cienfuegos, Trinidad y La Habana. Allí, de la mano, pasearon por el zoológico de 26, en Nuevo Vedado, y por el Parque del Almendares. El amor se le salía a Paco por los costados.
La semana pasó volando. Él regresó a España y no paraba de hablar de su chica. Estaba loco por ella. Le mandó un teléfono y empezó a llamarla a diario. El amor a distancia le estaba saliendo caro. Sobre todo porque la joven todos los días tenía un problema distinto. «Un día me llamó y me dijo que le mandara dinero urgente, que el niño estaba ingresado con zika en el Calixto García». El pobre Paco movió cielo y tierra hasta dar con la hermana médico de una cubana casada con un amigo suyo, que trabaja en el Calixto y ahí le cayó el primer cubo de agua fría: no había ningún paciente con zika en ese hospital. El dinero ya había salido hacia La Habana, pero era lo de menos. Paco quería saber la verdad y ella se la dijo entre lágrimas: era para comprarle una bicicleta a su hijo. Y a Paco le rompió el corazón. No se lo tuvo en cuenta.

Trabajó en todo lo que le ofrecieron, incluso en lo que no quería, y en seis meses reunió dinero para regresar a Cuba por un mes. Iba con todos los papeles listos para casarse con ella y llevarla cuanto antes para España. Al llegar la encontró con unos cuantos kilitos de más. «Creo que no debí mandarle tanto dinero, se lo comió todo», escribió por WhatsApp a un amigo. Pero la joven estaba igual de cariñosa. El primer día, para celebrar su llegada, la familia de la muchacha lo invitó a una fiesta multitudinaria en su barrio, ‘La Pamba’, que, por supuesto, pagó él. «Ahí me di cuenta de que en Cuba hay que compartirlo todo. Pero compartes tú, no puedes esperar que sea recíproco. Tienes que sentirte afortunado de pertenecer a una familia numerosa y ser uno de sus miembros. En España si comes en la casa de tu suegra, lo normal es que ella ponga la comida. Aquí lo normal es que tú lo pongas todo. Este ritmo no hay billetera que lo resista», volvió a escribir.
Pero la fiesta no fue el único gasto que tuvo Paco el día que llegó a La Habana. «Me pidió 100 CUC para comprarse una peluca». Pero lo que más le molestó es que todos los regalos que le llevó los repartió entre su familia. «No se quedó con nada. Ella mira por todos menos por la economía de la pareja. Al final, lo nuestro es lo de todos. Sacar una familia adelante con ella será imposible», volvió a escribir.
Pero Paco estaba enamorado y cuando se quiere como él la quería a ella, meterse la mano en el bolsillo se convirtió en un gesto demasiado frecuente. A la semana, no le quedaba ni un solo euro de los 2.000 que se había llevado en efectivo para pasarse un mes en Cuba. Había pagado por adelantado el alquiler de un piso en Nuevo Vedado, pero le daba vergüenza llamar tan pronto a sus padres para decirles que lo habían desplumado en 7 días.
Lo peor fue cuando ella se dio cuenta de que ya no había nada que ‘raspar’. Se fue. Desapareció. Se la tragó la tierra. Ni su madre ni su padre, que se morían de la vergüenza, sabían del paradero de la joven. Paco sólo volvió a saber de ella, meses después, tras el paso del huracán Irma por La Habana. La joven le escribió un mensaje de texto: «Si me recargas el teléfono, te dejo hablar conmigo».
Con el corazón roto y tres semanas sin dinero por delante en La Habana, Paco creyó que se moría. Fue entonces cuando descubrió que Cuba no es lo que él había vivido. Los vecinos de Nuevo Vedado, que lo veían llorando por los rincones, le subían un platico de comida a diario, incluso alguna cervecita hasta que le llegó dinero de España. «Se portaron muy bien conmigo. De diez. No habría sobrevivido sin ellos», cuenta a CiberCuba. Por eso, al regreso a España se acordó de los que dejó en la Isla, de la gente que le tendió la mano y hasta del taxista que lo llevó gratis al aeropuerto. En cuanto cobró, les mandó dinero.
Ahora ha conocido a otra chica cubana por Internet. «A la semana me pidió 40 dólares para pagar el alquiler. Se los mandé. Sé que me pueden desplumar de nuevo en Cuba, pero creo en el amor. Volveré de vacaciones».
fuente: Cibercuba

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