Souvenirs de la E.S.B. Felipe Poey (1961-1963) y del Instituto de La Habana (1963-1969)

Foto: Pasillo del primer piso de la E.S.B. Felipe Poey.

París, 14 de mayo de 2020.

Querida Ofelia:

¿Te acuerdas de Lolita? Pues bien, estuvo aquí en París recientemente gracias a  nuestro amigo común Manolito, que nos había puesto en contacto. Lo pasamos muy bien paseando durante una semana y recordando los tiempos en que estuvimos juntos en la E.S.B. Felipe Poey, a la cual llamábamos La Anexa, en el Instituto de La Habana José Martí, al que se conocía como el Pre de La Habana y en el barrio de Centro Habana.

Ella vivía en un solar en la calle San Martín, a la que todos conocían como San José, y yo al doblar en Soledad, calle que no llevaba bien su nombre pues siempre estaba llena de gente y las broncas se sucedían a los rumbones o toques de santos, cuyos tambores retumbaban en toda la calle ante la desesperación de los “heroicos” miembros del C.D.R. Leopoldito Martínez: Fina y Miguel Ángel Dow , la familia Arranz al completo y Ramón Vázquez, éste último más conocido como “la lechuza lengua de trapo”. Ellos llamaban a la policía (la fiana), pero cuando ésta llegaba a la casa de Lolita, los policías se inclinaban ante los objetos de los ritos sincréticos afrocubanos y había hasta los que aprovechaban para hacerse un despojito, en lugar de llevarse a todos a la Estación de Policías como pretendían los “heroicos”.

Según mi prima Teresita, estos compañeros intransigentes solo podrían salvar el Alma si abjuraran el comunismo, se convirtieran al cristianismo y pidieran perdón a Dios. No sé si lo habrán hecho.

El hermano menor de Lolita se llamaba Luisito y su madre le advertía siempre que tuviera cuidado con las mujeres malas y la cochambre. A veces me encontraba en Santa María del Mar a Luisito, el cual no sé qué se pondría debajo de los testículos, para lucir en la ajustada trusa (bañador) un paquete enorme que hacía soñar a los gays y despertaba la admiración entre las chicas que iban en busca de aventuritas playeras. Solía terminar el día junto al puente de Boca Ciega “durmiendo la siesta”, como denominaba él sus performances sexuales dominicales. Como no siempre podía lograr subir a aquellas guaguas de La Estrella de Guanabo (que de estrellas no tenían nada), su madre, doña Agueda, al ver que eran las 9 de la noche y su retoño no llegaba, se ponía a rezar a San Expedito, Santa Rita y a San Judas Tadeo para que no le hubiera pasado nada. Solía decirle mientras ponía cara de Purgatorio: “Luisito, no me amargues la vida, no te enredes con una de esas lagartijas a la cual cualquiera le hace una barriga y después dice que es tuya (en aquella época no existían los análisis del ADN). Escápate por la tangente hijito”.

Lolita fue una vez conmigo hasta Caibarién, a casa de mi tío Claudito. Desde allí tomamos una lancha junto a unas diez personas rumbo a Cayo Conuco. El motor hacía un ruido parecido al de un helicóptero y el chorro de humo negro que despedía parecía casi igual al de aquellos trenes que cargados de caña de azúcar pasaban por el centro de Camajuaní rumbo al Central Fe (el cual perdió la Fe en 1959 al cambiar de nombre y posteriormente cerró como tantos otros).

Al bajar en la playita del cayo, el lanchero “muy amable” daba palmadas en los hombros a los chicos, pero al pasar Lolita, la que era monísima, se equivocó y la palmada fue a parar a la nalga derecha de la misma. Ella reaccionó dándole una estupenda bofetada mientras le decía: “¡Maricón, vete a tocarle el culo a tu madre!”  El lanchero, tonto como una sopa sin fideos, no reaccionó. Si ésto hubiese ocurrido hoy día en Francia, la pobre Lolita hubiera tenido que pagar una multa de más de mil euros por homofobia.

Lolita y yo asistíamos al catecismo en la Iglesia de Monserrate- cuya Virgen del altar mayor no era la de Montserrat-, situada en Galiano y Concordia. Una señora muy beata nos metía tanto miedo con el Infierno y los pecados mortales, que le pusimos como apodo Nuestra Señora de las Angustias. Cada domingo teníamos que llevar un cuadernito en el cual después de asistir a la misa del padre Lobato, ella nos ponía un cuñito como prueba de que habíamos asistido, confesado y comulgado como Dios manda.  Nosotros nos sentábamos al fondo para ver quiénes no habían comulgado y por lo tanto serían condenados a las llamas eternas del Infierno por estar en pecado mortal.

Al salir de la iglesia íbamos a merendar a la acera de enfrente, al Café Quintana, en el cual trabajaba mi tío Renato, el cual era muy buena gente según todo el mundo. Si el viejo propietario gallego, que estaba siempre sentado frente a la caja contadora, no estaba, pues no pagábamos. A veces iba Lolita con su tía, una señora envidiosa solterona y amargada, quizás debido a que no había encontrado a alguien que le alegrara el cuerpo. Como hablábamos muy alto, según ella, por lo general nos decía: -Tengo una jaqueca horrorosa.

Hace poco Elizabeth, una amiga monja gala, quedó horrorizada cuando le dije que la última vez que me había confesado fue el 26 de octubre de 1974, el día antes de casarme en la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen, de la calle Infanta en La Habana. Le expliqué que como siempre sigo cometiendo los mismos pecadillos, confesarme para pedir perdón a Dios y después volver a cometer los mismos sería peor.

Elizabeth me prometió que ella iba a interceder ante El Señor para ayudarme a salir del Purgatorio, lo cual se lo agradeceré por la eternidad. Como no he matado, violado, traficado drogas, etc., ella considera que no iré a parar al Infierno.

Lolita y yo íbamos al cuarto de Mimí, la cual vivía con su madrina Conchita en un solar en la calle Zanja y San Francisco. Allí jugábamos al parchís, a las damas, a las damas chinas y a los palitos chinos. Otras veces íbamos a estudiar Física y Química, las cuales se me habían atragantado, a pesar de tener excelentes profesores. En Química a Medinilla y en Física a una señora muy delgada, de piel canela, que poseía un Chevrolet Impala, lo que le daba tremendo estilazo y también despertaba la admiración del alumnado del Pre. Tengo la impresión de que ésta última me había cogido un poco de tirria, pues veía infructuosos todos sus esfuerzos por hacerme amar la Física debido a mi falta de interés. Lo mío eran las Letras.

Me asombra que hoy día mi hijo sea catedrático en París de….¡Física y Química!

La joven profesora de Biología se ponía unos pulóveres ajustados, faldas cortas estrechas y gastaba taconazos, todo le sentaba fenomenal y provocaba que a más de uno de los chicos de la clase algún músculo se le alterase durante sus clases.

Con nosotros estudiaba Micheline, una canadiense que poseía buen pedigrí, era rubia y tenía ojos claros, por lo cual la elegimos como la Estrella del Instituto. Allá fuimos todos a la Ciudad Deportiva a aplaudirla, pero fue inútil, la eliminaron en la segunda vuelta.

Lolita me hizo recordar a dos chicas hermanas que vivían en la calle Espada, las cuales iban a uno de los baños de la Escuela de Agronomía, detrás de La Anexa, en la misma Quinta de los Molinos, todas las tardes. Allí se cambiaban de ropa, se pintaban, perfumaban, se levantaban las melenas y salían taconeando por la puertecita que daba al costado de lo que había sido la cascada de una exposición, casi enfrente a la Facultad de Letras. ¿Adónde irían? ¿A encontrarse con un príncipe diplomático árabe que las sacara del país en una alfombra mágica?

Otra chica salía todas las tardes hacia el Hotel Flamingo del Vedado a encontrarse con su novio marino mercante de Bulgaria, con el cual se casó poco después y terminó viviendo en aquella llamada República Hermana. Pero el matrimonio duró poco. Lo supe al encontrarla unos meses después en el hogar de nuestra condiscípula Adelita en la calle San Francisco.

Tanto en La Anexa como en el Instituo tuvimos que lidiar con la “compañera” Conchita, verdadera inquisidora roja, la cual entregó una carta al director del Instituto, donde me acusaba de gusano y pedía mi expulsión del centro en nombre de la U.J.C. (Unión de Jóvenes Comunistas). Lo supe gracias a una persona que junto al chino Chan, trabajaba en la secretaría. ¿Dónde estará ahora la compañera Conchita?

Una noche fui con Lolita al Salón Mambí de Tropicana, pero encontramos que era un sitio muy hortera para nuestro gusto y no estuvimos ni media hora en él, a pesar de habernos encontrado con José.

José (alias Papito) quería ligar a Lolita, pero ella no le hacía ningún caso, ya que tenía fama de depredador, pues al ser alto, rubio, de ojos verdes y con la billetera bien fornida – se dedicaba a estafar a las ancianitas que habían quedado solas en Cuba, cambiándoles por comida los objetos de valor que poseían y que después él vendía a diplomáticos-. Él la invitaba a los mejores restaurantes de la ciudad: Las Ruinas, El 1830, La Torre, etc., pero ella le respondía: – “No estoy pa’ti, no me alquilo ni me vendo por un plato de comida. ¡Te equivocaste rubio!”

La policía hizo un registro en el apartamento de Papito y su hermana (ya sus padres habían partido hacia los EE.UU.) y decomisaron todo lo que encontraron, así que ambos se quedaron como Adán y Eva antes de ser expulsados del Paraíso. A partir de aquel día, Papito organizaba “motivitos” en su apartamento de la calle San Miguel, en los cuales su hermana hacía estriptís con la música de Patricia de Pérez Prado, imitando la célebre escena del filme La Dolce Vita, pero como no había estola de piel, resolvieron gracias a la pobre tía Eulalia (la cual era incolora, inodora e insípida), la que le confeccionó una, con una vieja frazada. Se tomaban mojitos con aguardiente y azúcar prieta y se comían bocaditos pequeños que Papito “resolvía” con un panadero de La Cristina de la calle San José. Fueron denunciados por una “heroica” compañera del C.D.R. y no les quedó más remedio que arriar bandera.

Lolita tenía un primo llamado Pedrito, muy serio, muy trabajador, madrugaba para ir al trabajo como si fuera una monja de clausura convocada para rezar por nuestras Almas. Se volvió muy militante, era la oveja roja de la familia, parece que comenzó a padecer del Síndrome de Estocolmo. Si a alguien se le iba un comentario no políticamente correcto, él se quedaba calladito como Tutankamón en su cámara funeraria.

Comenzó a trabajar en el Ministerio del Azúcar en relaciones públicas, pero tuvo la suerte de caer con una jefa que comenzó a enseñarle las relaciones púbicas, lo cual provocó que se espabilara. Lolita me contó que después en Miami se dedicó al márquetin y se hizo gurú de una secta y en sus sermones le salen hasta berridos castrenses como ¡Aaaaart!¡Aleluya brother!

Lolita gracias a las redes sociales logró encontrar a Papito, el mismo que “tanto le gustaban las mulatas en La Habana”- cito sus palabras-, ahora es: aporófobo, xenófobo, homófobo, facha y, se proclama supremacista blanco…¿Y tu abuela dónde está?

Después de llegar por el éxodo de El Mariel, en un santiamén se hizo rico. Nadie sabe cómo. Cambia el auto cada año, vive en un “ghetto” cercado con una entrada sola vigilada. Cuenta que vivía desde que nació en Miramar. Su casa da a un canal donde tiene anclado el yate. ¡Quién te ha visto y quién te ve! Pero su barriga ha aumentado de volumen al mismo tiempo que su cuenta bancaria y el cadenón de oro del cual cuelga una Santa Bárbara con rubí en la copa y esmeraldas en los ojos, apenas se ve cuando pasa alrededor de su voluminoso cuello de cerdo.

Una amiga común le dijo a Carmita sin preámbulos ni circunloquios: “Es mejor no darle nunca la espalda, pues cuando menos te lo esperas te clava el cuchillo, es un pobre diablo traicionero, maleducado y repugnante. Para él las mujeres son objetos y…creo que algún día saldrá del armario, pues ahora vive con dos criados jóvenes a los que hace vestir como a los romanos de las películas de Hollywood.”

En La Anexa tuvimos a magníficos profesores: Blanca Vila en Geografía, Belkys Soriano en Español, Elier en Matemáticas, su esposa –de la cual no recordamos el nombre- en Música, Masique Landeta (sácate la careta) y Fabio Péncil en Física. Recordamos infinidad de anécdotas de aquellos tres años pasados juntos.

En el Instituto tuvimos a la Dra. Romeo en Inglés, Valdivia (siempre vestido con trajes de petronio) en Historia y a su esposa Muñeca (él la llamaba así delante de todos) en Geografía, la Dra. Dopico en Español, etc.

 Casi todos fueron expulsados de la enseñanza al aplicarse el tristemente célebre “Plan Plancha”, para eliminar a los profesores que no fueran capaces de crear “al hombre nuevo”. ¡Qué disparate!

Un mediodía caminábamos por la calle Obispo rumbo al F.W. Woolworth para almorzar, cuando encontramos a un señor que parecía salido de un filme de los años cuarenta: traje cruzado Príncipe de Gales, corbata, sombrero de ala ancha, guapo como Arturo de Córdoba o Clark Gable. Parecía un actor de película neorrealista italiana. Se trataba de don Anselmo, el padre de Lolita. Ella me lo presentó y me quedé impresionado. Nos invitó a almorzar en El Floridita, al cual él iba cada día. Recuerdo el enchilado de langostas digno de tres estrellas en la Guide Michelin. Su conversación fue muy agradable, se interesó por nuestros estudios y lo que pensábamos estudiar en el futuro.

La buena impresión que me había causado se esfumó cuando mi amiga me contó que su madre le había pedido el divorcio a don Anselmo a causa de ser: mujeriego, holgazán y jugador. Según su madre, todo era culpa de un trauma de la infancia, pues la madre de don Anselmo había sido arrebatada a su madre por haberla parido en México, sin marido reconocido ante Dios. La niña había estado en un orfanato de las monjas Adoradoras Esclavas del Santísimo Sacramento, hasta que éstas habían encontrado a una familia rica y cristiana, como Dios manda, para que la adoptara. Don Anselmo nunca logró conocer a su abuela ni a nadie de su familia biológica salvo a su propia madre.

¡Ay Lolita! ¡Cuántos recuerdos!

Lolita conoció en La Habana al hijo de un diplomático suizo que según ella, tenía cara de publicidad de gafas y cuerpo de modelo de trusas (bañadores). La boda fue por todo lo alto en La Habana, con productos de la Diplotienda. El regalo más original fue el de una amiga, la que logró que un artista le esculpiera una Virgen de la Caridad del Cobre, pero que le puso la cara de Pocahontas, como a todos los rostros que esculpía; era su especialidad.  Se casaron y se fueron a vivir a Londres. Pero no pasó mucho tiempo antes de que ella descubriera que su esposo recién estrenado iba a locales gays y la engañaba con un tal Nino. Lolita divorció y tomó el camino de Miami. Estimo que para los cubanos…“Todos los caminos conducen a Miami”.

Salía del restaurante Versailles de la calle 8, cuando se le acercó un español muy bien parecido que le dijo: “Guapa… ¡te invito a esperar el anochecer en mi ático!” A ella le agradó el piropo, pero se hizo la que no lo había escuchado y se dirigió hacia su auto. El Sr. insistió y se pusieron a conversar. La invitó ir a Madrid “a respirar aire contaminado”. Ella aceptó. Él le presentó a su familia. Un año después se casaron y ahora viven entre Miami y Madrid.

Lo único que no le agrada, es que cuando su suegra que es muy evangélica la visita, se pasa el día cantando salmos evangélicos y cuando se sienta en el butacón cierra los ojos, entrelaza las manos a la altura del pecho como si fuera una monja de clausura en el refectorio y hay que mantener el silencio total en toda la casa.

Nos despedimos en el aeropuerto Charles de Gaulle, con la promesa de volvernos a ver en Miami, París o Madrid.

Un gran abrazo desde estas lejanas tierras allende los mares,

Félix José Hernández.

 Nota bene: Esta crónica aparece en mi libro «Memorias de Exilio». 370 páginas. Les Éditions du Net, 2019.  ISBN: 978-2-312-06902-9

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