El imperialismo de EE.UU. dólar por debajo y cañón de fusil por arriba, ha logrado, entre otros grandes objetivos, que mucha gente entienda que las camisas llevan los botones de adorno, y que lo que prima es la camiseta que va debajo. O que los pantalones “cagaos” hacen un tremendo juego con las gorras que los fabricantes se han equivocado al confeccionarlas, y las han hecho con la visera para atrás.
Pero al margen de estos grandes logros y algunos adictos devoradores de hamburguesas y patatas fritas ricas en sal, todos los demás imperios habidos, excepto el español, han logrado un cierto respeto intelectual, que los Usa, en momento alguno de su historia han logrado. Y no es porque el imperio Usa sea un imperio de contratas y contratados, porque ese suele haber sido el denominador común a todos los imperios, excepción, insisto, en el caso español, que los dos directores del mismo, clero y corona, en ese orden, ni en eso gastaron dinero.
En favor de los Usa juega el hecho que adornaron, y a lo mejor siguen adornando pero ahora con la reclusión domiciliaria no los vemos, nuestras calles de parejas de gente joven, que sin haces de leña, sin tribunales inquisitoriales, y sin determinar que todo el mundo está nadando en herejía, la muchachada Usa trató, y probablemente trata, de que los EE.UU. no solo son el país cuna de todo, sino que también, en nuestra ignorancia, no sabíamos que el mundo espiritual de los elegidos empezó por allí, y todo lo que nos han contado los orientales o los vaticanos, es una milonga campera.
Los herederos de la rama militar del Imperio Romano, son los ejércitos Usa, al servicio directo, sin intermediarios gubernamentales, de los Patricios Romanos, que ahora se denominan multinacionales. Y la rama espiritual del referido Imperio Romano, esa no han conseguido los Usa llevarse la sede al otro lado del mar, y se han tenido que unir en comandita, y no pisarse la manguera; Pero unos en el Vaticano y otros en Wall Street, aunque apacentando en los mismos pactos y esquilando los mismos rebaños.
España, el imperio español, no necesitó de contratar legiones de soldados extranjeros para ir a la conquista del imperio, porque el hecho de la contrata ya se dio en la más pura realidad, y los españoles fuimos en su día a hacer imperio por mandato y cuenta corriente del clero vaticano: la rama espiritual heredera del Imperio Romano, que dejó que los reyes español jugaran con la corona a ser o sentirse reyes y que mandaban en sus reinos.
Escribo de imperios, de dinero, de poder, de economía, porque está más que comprobado que en medio de una situación de mortalidad rara, extraña y novedosa, que nos está afectando a la humanidad entera, los parámetros en los que estamos dándole solución, fin y acabo a todo esto, lo estamos haciendo al modo y manera habitual como si el hombre siempre lleváramos razón, y la naturaleza, el planeta que nos da cobijo, no pasara de ser un puñado de nativos harapientos a los que enseñándoles unos cristalitos o hablándole de los sencillo y entendible que un patrono no es uno solo, sino tres en uno, se acojonan, y todos sus recursos y riquezas nos las ceden de buen grado o por la fuerza, supuesto que, después de todo, absolutamente todo lo que hay en el mundo es propiedad de los buenos: los imperialistas.
El final de todo lo que nos está pasando, es probable que no sea el final que le estamos dando las gentes. Y es muy probable que nada vuelva a ser como fue, porque como fue, no es garantía de otra cosa que no sea de un tremendo y un letal diferencial entre las gentes, que es probable que hay llegado a su límite final.
Y estemos echando cuentas al más soberbio estilo gilipolla imperial.
Salud y felicidad. Juan Eladio Palmis.
CIUDAD DE CIUDADANOS
Gente de la ciudad;
cortada por la gigante
tijera
del mismo sastre,
iguales,
parejas en insolidaridad.
Recreándose,
cada vez más,
en la crueldad.
Nada es nuevo.
La ciudad da ciudadanos
blancos, negros,
o amarillos,
pero siempre
ciudadanos.
El pueblo de pueblerinos:
blancos, negros,
o amarillos,
los da de pueblo,
y el pueblo es pueblo.
De generación
en generación
se trasmite;
para los ciudadanos,
la muerte,
si los pilla uniformados,
están dispuestos a morir
por el disparate
que sea.
En los pueblos
nadie quiere morirse
de la manera
uniformada
que sea.