Los regeneracionistas sembraron sin quererlo el terreno para la desfiguración definitiva del pensamiento hispanista
El pensamiento hispanista produjo en América un despertar de la cultura global hispanoamericana, y arraigó un sentimiento de hermanamiento cultural que iría creciendo paulatinamente
En este artículo se pretende dar una panorámica lo más clara posible sobre la historia de la Hispanidad, con el objetivo de desterrar malos entendidos, interpretaciones incorrectas y datos desconocidos
Tercera y última parte del trabajo de Pedro García Guillén
Los tiempos actuales
Algunos miembros tardíos del regeneracionismo hispanista, encabezados por José María Salaverría, Zacarías de Vizcarra y Ernesto Giménez Caballero sembraron sin quererlo el terreno para una transformación y, a la postre, desfiguración definitiva del pensamiento hispanista. En un contexto marcado por el ascenso de los movimientos autocráticos europeos en las primeras décadas del siglo XX, una serie de autores como Antonio Vallejo-Nájera procedieron a una constante e irremediable contaminación del movimiento hispanista con tintes racistas, fascistas, neoimperialistas y xenófobos. Este proceso fue la puntilla definitiva del pensamiento auténticamente hispanista en España. Los últimos representantes como Ramiro de Maeztu o José Ortega y Gasset se diluyeron en los casi cuarenta años de dictadura franquista. Después de ésta, en España nadie volvería a hablar abiertamente del desarrollo intelectual de la Hispanidad como una realidad viva.
Paradójicamente, la Guerra Civil fue la última lancha de salvación del hispanismo. Una serie de intelectuales que mantuvieron en su pensamiento una herencia sana, democrática y liberal del hispanismo regeneracionista. Miembros de una auténtica Edad de Plata de las letras hispánicas emprendieron el camino del exilio antes, durante y después de la Guerra Civil Española (1936-1939), como Fernando de los Ríos, Joaquín Xirau, Eduardo Nicol, Américo Castro o Salvador de Madariaga. Con ellos, el pensamiento hispanista se trasladó a América, y allí se produjo un despertar de la cultura global hispanoamericana, y arraigó un sentimiento de hermanamiento cultural que iría creciendo paulatinamente. Autores hispanoamericanos como Eduardo Carranza, Mario Vargas Llosa o Carlos Fuentes son los herederos de esta semilla hispanista en el continente americano.
En los últimos años del siglo XX esta fecunda semilla germinó y cristalizó en iniciativas de gran importancia como las Cumbres Iberoamericanas o la Secretaría General Iberoamericana. Sin embargo, para seguir avanzando es necesario un Nuevo Hispanismo. Un hispanismo explícito, orgulloso y global; un hispanismo integrador, no segregador. Los pueblos hispanos necesitamos intensificar el hispanismo cultural para desbordarlo, superarlo y transformarlo en un hispanismo político. No imperialista y centralizado como en épocas pasadas, sino cooperativo y descentralizado, activo en todos y cada uno de sus pueblos constituyentes. Un hispanismo, al fin y al cabo, unido en la convicción de su propia grandeza y en la defensa de su posición preeminente en la cultura occidental, así como en el progreso de la cultura hispánica en los tiempo futuros.