Las gentes, al dicho popular español, sabemos más que los “ratones coloraos”; que, será casualidad, pero la valiente Caperucita, iba vestida de rojo, y lo rojo, incluso en política, es vida, inquietud, inconformidad con la injustica, y empuje social para que reine la paz entre la gente.
Dice una de las poetas y escritora más capaz y más de nuestra hora, afincada en Andalucía, en Los Pedroches, Raquel Gil Espejo, que “al final nos será concedida la eternidad…No así a nuestras propiedades, a nuestra morada, que quedará abandonada…”
Lo que dice la escritora poeta o la poeta escritora, es una verdad que en la ciencia “roja”, que parece como si de un modo y proceder infuso se introdujera en las gentes cuyo grado de egoísmo no alcanza los “ismos” tan tremendos de todas las sectas, sean de pistola o de santerías, es la verdad del barquero, que a las niñas bonitas no le cobraba billete de cruzar el río, esperanzado en otros cobros.
Méjico está luchando con la palabra y el razonamiento exponiendo la necesidad perentoria de que la educación, el conocimiento, la ciencia, no la vistan con túnica religiosa alguna; entre muchas otras cosas, porque son gente que no ha conseguido evitar un solo gramo de hambre y miseria en el mundo; o evitar una sola guerra, y, por el contrario, en su avariento acaparar quieren estar en la enseñanza, controlar el conocimiento, con un objetivo nunca logrado de que el “saber de los ratones sea azul”; asunto imposible porque el conservadurismo necesita la esclavitud y el pobre con la mano abierta pidiendo limosna a la puerta de la iglesia.
La hipoteca que se ejercen sobre la enseñanza en el mundo de habla española encabezada por España las sectas religiosas, tienen unas connotaciones tan sumamente negativas, que ya en el origen pretenden, en el bien temprano de los egoísmos humanos, que los ricos o los que aparentan serlo, se relacionen entre ellos en colegios diferentes, da igual que sean muy o poco creyentes, el caso básico es que no se mezclen con el resto de los niños que visten con la bandera de la pobreza, que tan necesarios son a la hora de hacer marcar las grandes virtudes diferenciales de los colegios de elite, con las escuelas nacionales.
En España, desde un partido socialista que es la mejor derecha conservadora que tiene la casposa derecha española, se potenció al máximo posible y al no posible, lo de la enseñanza concertada, no desde el punto de vista que alegaron “que allí donde el Estado no podía llegar, llegaban desinteresados el clero con su dinero” sino con una realidad muchísimo más triste y muchísimo más onerosa para las arcas del estado, porque los conciertos, si sumamos en España el valor real de los que nos cuesta en dinero público los conciertos en la enseñanza, se podrían mantener con holgura, dignidad y hasta lujo de enseres TODA la enseñanza pública.
La transformación pacífica sobre la enseñanza, para que sea pública, nacional y laica, totalmente gratuita con una severa prohibición de que algún centro pueda cobrar en concepto de matricula una tasa, con lo cual se quitan los barrigueos diferenciales, y que se está llevando en la actualidad en los Estados Unidos Mejicanos sin utilizar el Mauser de Doroteo Arango, nombre en realidad de Pancho Villa, líder y jefe natural de la División del Norte, es un hecho que tiene que estar en el objetivo prioritario de todo el mundo de habla española.
En España como no hemos conocido nada más que fuegos fatuos de gobiernos “rojos” desde que todo el fascismo mundial a una acabó con los hermosos y breves meses republicanos de Azaña, el colegio bien temprano en la vida de nuestros niños, establece unas diferencias sociales que se agudizaran todavía mucho más con el paso de los años de la gente.
Pero es curioso que los “ratones coloraos” ninguno tiene procedencia de los colegios religiosos.
Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.
POR LA BOQUERA
Boquera de agua
salitrosa,
la que había sacado,
dando vueltas,
el burrico de la aceña,
tal y como lo hicieron
sus antepasados,
burros y burras,
sin tener en cuenta
ni preñados
ni partos.
A muchos
de aquellos antepasados
del burrico de la aceña,
les hablaron dándoles
órdenes
otros hombres
un pelín más oscuros
y tostados
que estábamos
entonces,
que hablaban otras lenguas
como más fuertes
que arrastran mucho
las erres
y los sonidos guturales.
Por eso,
el tío aceñero
decía que su borrico
entendía
el moro.
Y ese fue el único
encargo
que le hizo
de cómo se dice
so y arre
en moro,
a uno de la pesquera
que se iban a por el atún
por Agadir en Marruecos.
Tiempos aquellos sin prisas,
sin ganas de juntar
muchas cosas
porque luego vienen
los de siempre
y te las roban.
Tiempos que no había
casi de nada,
pero cosas
como Franco y los curas,
sobraban,
junto a los retales
de la guerra civil,
que todavía
por los campos
en los árboles destrozados,
se notaba.
Eran,
en mucha parte,
tiempos felices,
porque la gente
no le tenía miedo
a trabajar,
y no quería saber nada
de patria ni de cielos
ni de cualquier otra monserga,
solo querían trabajo
y aprender en la escuela,
y ver correr
el agua salobre
sacada por un burrico
que entendía el moro,
correr por la boquera.