“PERROS A QUIENES SE HAN ARRANCADO LOS DIENTES”
Así era como definían la élite española a los naturales de Las Indias. Me he limitado a ir recogiendo fragmentos de mi libro TACONAZO ESPAÑOL EN POPAYÁN Y CUBA, escrito hace como diez o doce años, de unas quinientas páginas. Por tanto, todo lo de más abajo es un “copiar y pegar”, que resulta largo para una opinión; pero, como es lógico nadie está obligado a leer. Tan solo he retocado alguna palabra intentando dar ilación a todo.
La sociedad criolla emergente en aquellas tierras, y centrándonos con preferencia en la gobernación de la ciudad blanca de Popayán a la que se irá a vivir para regir su gobierno político y militar en 1.807 don Miguel Tacón y Rosique, ya en aquellos años va a ser una ciudad posada, de paso en el camino que desde Cartagena de Indias, por Bogotá, conducía a Quito. Y la sociedad que se fue desarrollando en el caserío payanés estaba constituida por castellanos de los llamados de “algo”, aunque en realidad el “algo” lo cogieron robado en las Indias.
San Juan de Pasto, estará, como todas las ciudades de Las Indias, descaradamente hipotecada en lo financiero por una Iglesia católica que será la dueña al cien por cien de las instituciones de crédito, y casi lo mismo de los terrenos del término aptos o no para el cultivo, prestando a los pequeños agricultores y comerciantes a unos intereses abusivos, y friéndolos, junto con el poder civil, a impuestos, y tratando por todos sus poderosos medios de que reine la incultura y la superstición en las gentes de aquellas tierras. Al tiempo que cuando interese a la Iglesia, junto al poder civil, harán correr aquellas noticias que les vengan bien a ellos, aprovechándose de la incomunicación que un terreno abrupto pero riquísimo, donde sus gobernantes se han deshecho tradicionalmente en palabras de crear infraestructuras, pero nunca las han llevada a cabo de un modo efectivo, y las difundirán del modo y manera a como les venga en la gana de sus conveniencias.
Pero es curioso que pese a fuerzas que tiraban en oposición a la emancipación, salvando la isla que al respecto significó la ciudad de San Juan Pasto y los pastusos, de una incomprensible y supersticiosa fidelidad hacia una Corona que los tenía marginados, adelantándose los neogranadinos a la llamada ilustración del siglo dieciocho, los movimientos sociales comuneros, con sus montoneros y montoneras, agitarán aquellas tierras con el aire fresco de la renovación que significará sus inquietudes de ver con claridad por donde les venía el atraso y el mal a sus economías y vidas. Y porque pese a falta de comunicación oficial entre indianos y criollos, los hechos acaecidos en tiempos pretéritos, convertidos en una tradición oral, los tenían frescos y vivos, y el poder de los castilla y su número hacía muchos años que ya conocían que no era ilimitado como las hojas de los árboles en un bosque.
Será, por tanto, fruto de una explosión interna, de un afán intestino criollo de conocimiento, de donde brotará el interés necesario por conocer y entender las ciencias, junto a sus grandes posibilidades como tierra de recursos ilimitados, por donde el Nuevo Reino de Granada se abrirá su camino al conocimiento de las gentes. Y científicos de la talla de un Francisco José de Caldas, nacido en Popayán en 1.768, y asesinado por la espalda por orden del general español Morillo en Bogotá en 1816, a pesar de sus cuarenta y seis años de vida, creará una escuela, y dará pasos básicos científicos junto al gran gaditano, afincado en indias, José Celestino Mutis, el uno en la ciencia en general y particularmente en el avance de la hipsometría: medida de la altura mediante un termómetro y la temperatura a la que arranca a hervir el agua, y el otro será el padre de la botánica, los que aporten al conocimiento de las gentes cultas las posibilidades de aquellas tierras. Y la ciencia junto a los mitos, que primaran más que ella, ejercerán su atractivo hacia todos aquellos que por culpa de su analfabetismo solo se comunican por la tradición oral: el vehículo transmisor más frecuente en una España de campana, sotana y sacristía.
Y en lo referente al clero, por no querer ser extensos anotaremos lo que dice de él José de Caldas: “ La condescendencia de los prelados para con sus partidarios; esa codicia; esas propiedades, esa voluptuosidad, esos vestidos, esos gastos, esos desórdenes y esa corrupción completa que observamos en casi todos los individuos…” Y esto, dicho en boca de un hombre de ciencia, consecuente y honesto, que está hablando de la mala condición humana y el por qué de un grupo, de los poderosos, se apoyan siempre en el clero para cometer sus abusos, y le van otorgando esa antigüedad social al clero de la que presumen, como si obediente fuera a un buen hacer, y no a la real imposición que son allí y por donde pasan o se instalan.
Y como sus manipuladores los inyectaron para ir detrás en favor de una Corte, de un rey de España, del que sólo sabían aquello que sus jefes le comunicaban, sin pararse a pensar por si solos, sin capacidad social de reflexión propia, le vinieron como anillo al dedo a gentes como el citado Tacón, que no le importaba cambiar vidas de seres humanos por frases rimbombantes, con tal de seguir al dedillo las páginas del manual del perfecto mando, pero tan sólo en aquellas páginas que hablan de la obligación de los demás. Y una vez más harán aparición las desafortunadas tres erres: razón, rezo y rey, que separarán a los pastusos de sus propias gentes, de sus propios paisanos, en defensa de alguien que, para mayor mofa, ni los apreciaba ni los consideraba en lo más mínimo ni como personas ni como compañeros de nada.
A gentes como el cartagenero de la Cartagena de España, Miguel Tacón y Rosique, neófito padre de un criollo, le vendrá muy bien que no se disponga de gente socialmente preparada, con cultura cívica suficiente para discernir ni política, ni incluso, económicamente les conviene. Porque nunca va a ser fácil de que de un día para otro, trescientos años de obediencia pasiva, de una absoluta sumisión a preceptos, leyes y gentes de fuera, se disipe como humo en un corto espacio de tiempo, máxime si no se tiene idea de casi nada que no sea el catecismo. Por eso, aunque una minoría social en las Indias sea consciente de lo que está pasando y pueda pasar, una inmensa mayoría se dejará llevar de un lado para otro en un principio, en los albores de todo, y en la medida que vaya transcurriendo el tiempo, aunque sea de un modo elemental ya se tendrán las ideas más claras, o bien porque ellos mismos las hayan reflexionado, o porque otros se las hagan hecho ver y entender.
A don Miguel Tacón Y Rosique le cabe el “honor” de haber sido el primer mandamás español en Indias de propiciar todos y cada uno de los ingredientes a añadir a la olla, que ya estaba casi dispuesta e hervir, en lo que se venía cociendo sobre la emancipación indiana. Y el concepto de “perros a quienes se han arrancado los dientes” con el que algunos, muchos, depravados mandamases españoles, definían y tenían conceptuado a nativos, esclavos, e incluso a criollos de poco rédito económico, para asombro de aquellos mal nacidos como personas, se les trucó su soberbia confianza y desprecio por las gentes antes enunciadas, y se quedaron con la boca abierta por el asombro que les causó que aquellos perros, según sus palabras, de pronto les nacieron los dientes, e iniciaron un proceso para comer ellos solos sin necesidad de que los mandamases españoles les tirasen sus migajas.
El poderoso virrey del Perú Abascal, nombra oficiales en distintos pueblos de su gobernación para que al frente de gentes armadas con lo que sea, marchen hacia Pasto, supuesto que los pastusos, por su proximidad a Quito, y porque se sienten más que dichosos con pertenecer en cuerpo y alma al rey de España, si realmente sabían quién era tal rey la mayoría de ellos, podían ser atacados y, lo que era peor, aunque muy difícil, contaminados por ideas novedosas, tan perversas, que iban contra natura de aquellas tierras que por ley divina estaban dispensadas en el mercado celestial para dominio y campeo de los españoles.
Tacón entendía y consideraba a la provincia de los Pastos, con su ciudad más principal y bulliciosa San Juan de Pasto, como la llave del reino. Pero como buen ladino – del que por cierto nada hemos encontrado escrito que nos diga que la altitud, las altas y frías tierras neogradinas por las que a veces tenía que cabalgar, le producían fatiga alguna a su pecho herido en el abordaje de su época de marino -, nunca les explicó, ni a los pastusos ni a los payaneses, a qué reino y rey hacía referencia cuando a veces manifestaba que había que defender y mantener inmarchito el espíritu pastuso.
Y es que el “espíritu” pastuso, en su realidad más palpables, radicaba en el interés “económico y honorífico” de Tacón y del cacique pastuso criollo, al parecer único jurisconsulto de la zona, licenciado en leyes por Salamanca que vivía en Pasto, poderoso terrateniente, amigo de Tacón, que entre ambos y otros caciques de menor peso económico que el que hemos indicado en primer lugar, Tomás Santacruz, dominaban el cotarro, unidos, como es natural todos ellos hechos un racimo, a la mano del clero. Y el dominio caciquil era tal que convirtieron a Pasto en un fortín realista español, cuya incomprensible adhesión a la Corona de España se mantuvo inquebrantable durante la friolera cantidad de quince años, es decir hasta 1.824.
El ejército pastuso, al igual que los demás ejércitos de aquel inicio neogranadino de pensar por sí mismo como tierra y lugar, estaba constituido por campesinos e indios en su mayor parte. Y una prueba palpable de que era un ejército dominado por los caciques y sus familiares, todos bendecidos por el clero, era que el de Pasto que se enfrentó a los quiteños en Funes, de los dieciséis oficiales que mandaban las tropas, diez eran parientes directos del dicho Tomás de Santacruz, y los restantes indirectos. Por lo que más que defender los Pastos de la posible revolución quiteña, si lo de Quito fue una revolución, su lucha consistió en la defensa de las fincas de los terratenientes contra un posible poder que se estableciera, en el cual el pueblo, las gentes del común, tuviesen, aunque pesara poco, el voto de su opinión, que para gentes como Santacruz y Tacón como más guapos están las gentes de la calle son calladas y trabajando para ellos sin desmayo.
Por tanto, Las Indias, Las Américas, fue todo un rosario de negras cuendas que, al final, como siempre suele ocurrir, los que más ajenos vivían a todas estas normas de “civilizado cumplimiento”: los indios, los originarios, vieron con estupor como en sus tierras de nacimiento, en las de su propiedad por los siglos y milenios, se convirtieron en unos meros inquilinos, siempre molestos para los que llegaban y los arrinconaban en las peores tierras, o los obligaban a que se buscaran la vida sin salir de lo intrincado de la selva.
Por tanto, los patianos eran “hijos de los tiempos coloniales”, es decir que era como un grupo étnico que racialmente se agrupaban en gentes de piel de color negroide, descendientes de los esclavos negros africanos que entraron en aquellos territorios por Cartagena llevados hasta allí por los terratenientes esclavistas, con el tiempo se fueron mezclando con los nativos originales del lugar, con otros ya mulatos, con blancos y con cualquier otro color o raza como ocurrió en toda la extensa tierra indiana, y el pastiano, por tanto, sólo tuvo de diferencial que en su proverbial aislamiento por falta de buenas comunicaciones, la presencia entre ellos de un clero que todo lo que tenía de fanático probablemente lo superaba en incultura, dio como resultado una zona habitada por gentes del color llamados zambos, con la paradoja de una obediencia sin preguntas, y unos odios a su vez también sin necesidad de preguntar nada al respecto del por qué de su profundo nacimiento.
“En la ciudad de Pasto, a 23 de noviembre de 1.811, El Excemo. Sr. Dr. Dn. Joaquin Caicedo y Cuero, Abogado de las extinguidas Audiencias del Reyno, que el fanatismo de algunos eclesiásticos ignorantes, la seducción y la fuerza habían obligado a este honrado y virtuoso pueblo a seguir las banderas del despotismo y sujetarse a un gobernador como don Miguel Tacón, que sin autoridad legítima y llevado por su desmedida ambición y orgullo, quería no sólo dominar esta Provincia sino todo el Reyno, ERIGIRSE EN VIRREY Y LUEGO ASPIRAR A LA SOBERANÍA, valiéndose del candor de unos, de la iniquidad, de otros y del fanatismo de muchos para oprimir a todos y por el terrorismo sujetarlos a una autoridad la más quimérica y abusiva; creyó que la dulzura y suavidad, propios del carácter americano, bastarían para desengañar a estas gentes obcecadas que han trabajado bajo una piedad mal entendida…
Los patianos a Tacón lo llamaban “su amo”, y el ex gobernador de Popayán se aprovechó sin límites de aquel servilismo primitivo de ellos, no hacia su persona porque Tacón, tal y como lo expresa la crónica no tuvo arista alguna de líder, sino que se sirvió del clero y los caciques para ponerlos de su lado en defensa de sus interese particulares, que nada tenían que ver, como es natural, ni con la religión, ni con el rey, ni con cualquier otra monserga al respecto. Y que del mismo modo los patianos estuvieron incondicionales del lado de “España”, para desesperación de los neogranadinos, en los difíciles días que corrieron desde los años de 1.811, a 1.815, bien pudo haber sido al contrario. Pero lo que si fue algo perdurable que quizás se mantenga vivo hasta nuestra actualidad, es que aquella primera y malhadada forma de vida de hacerlos poco menos, a muchos de ellos, verdaderos salteadores de caminos, enseñándoles las formas de lucha de guerrilla, que se cuajó por aquellos hermosos y feraces parajes como una forma de vida en una minoría de ellos que todavía, bajo diversas formas, perdura. Y es probable, por tanto, que estemos ante el nacimiento guerrillero colombiano.
Diez meses y cinco días perduró la “independencia” de Pasto desde que las fuerzas quiteñas unidas a las federadas del Cauca comandadas por el brigadier Joaquín Caicedo y Cuero entraron en la ciudad. Los quiteños, al mando de Montufar, no sin discusiones y tensas reuniones, llegaron a un acuerdo económico con las tropas allí reunidas de la parte del tesoro que quedaba en Pasto y que Tacón no pudo llevárselo todo, aunque lo intentó.
Nota actual.- Sigo pensando que la emancipación americana, fue una reacción suave ante una acción en extremo cruel de una España, con su clero a la cabeza, cruel e inculta en grado sumo. Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.