El día en que Camilo se cortó la barba
Incómodo, en un arranque de protesta, ese mismo día entró a una barbería y se cortó su barba y su melena
Tania Díaz Castro, Cubanet
LA HABANA, Cuba – Como nadie es culpable hasta que no se demuestre lo contrario, nunca he creído a pies juntillas que a Camilo Cienfuegos lo mató la Revolución, a través de algún gran mandatario.
Pero hay hechos que llaman mucho la atención, ocurridos durante los meses que vivió “el héroe de Yaguajay”, a partir de enero de 1959, hasta desaparecer el 28 de octubre de ese año. Uno de ellos pudo ser cuando alguien de su confianza le dijo que en el gobierno se había desatado una lucha por el poder.
Luego lo comprobó, y afrontó situaciones que jamás le pasaron por la mente. El 16 de octubre, doce días antes de su desaparición física, Fidel Castro suprimía el Ministerio de Defensa según la Ley No. 599. A ese ministerio pertenecía el Ejército Rebelde, bajo el mando de Camilo. Después de esa orden, quedaba Raúl Castro como jefe máximo del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (MINFAR), según la Ley No. 600.
En aquellos momentos, ante el cambio brusco e inesperado para “el tercer hombre de la Revolución”, como le llamaban a Camilo, éste quedaba como un subordinado más al mando de Raúl Castro.
Nada fácil sería para el intrépido guerrillero acatar las primeras órdenes de Raúl, al ver que cientos de otros guerrilleros serranos, entre ellos hombres de su columna y algunos de su escolta, fueran licenciados y enviados a su lugar de origen. Mucho peor sería cumplir con la segunda decisión de Raúl, cuando ordenó que todos los rebeldes se cortaran el pelo y se afeitaran las barbas, pese a ser un símbolo de la guerra librada contra Batista.
Una anécdota es cierta, no porque la haya narrado el periodista Carlos Franqui en su libro, sino porque otros la han repetido: ocurrió cuando Camilo se presentó en el despacho de Raúl Castro para pedirle explicaciones sobre lo que estaba ocurriendo con los hombres de su guerrilla.
Fue una discusión violenta, típica de aquellos tiempos borrascosos. Raúl sacó su pistola ante los gritos de Camilo.
“Úsala pronto”, le dijo Camilo, “porque si no, te la voy a quitar”. Finalmente le quitó la pistola, la tiró al suelo y se marchó del lugar.
Por último, incómodo, en un arranque de protesta, ese mismo día entró a una barbería y se cortó su barba y su melena.
Carlos Franqui lo relata todo con pelos y señales. Recuerda que una tarde, frente a Fidel, Camilo exclamó: “Hay que escribir la historia, Fidel, porque un día tú estarás viejo y los viejos cuentan muchas mentiras, y no estará Camilo para decirte ‘vas mal, Fidel’”.
“¿Por qué nunca apareció flotando en el mar ni siquiera su sombrero de alas anchas?”, se pregunta Franqui, desconfiado.
Yo lo conocí un poco antes, a mis 19 años. Compartimos una mesa durante una cena en el Cabaret Tropicana. Aquel día, bien lo recuerdo, alguien me comentó, quejoso, que Camilo era punto fijo en ese lugar y que al final de la noche, ante los ojos de todos, se iba acompañado de las mujeres más bellas del cuerpo de baile de ese Cabaret.
La foto del grupo la guardé un tiempo. Ajena al valor que tendría hoy, me deshice de ella y sólo recorté y guardé la figura de Camilo, todavía con barba, cabellos largos y su sombrerón tejano de alas anchas.
Diez meses vivió Camilo, pudiéramos decir, de felicidad. Era, como se señaló en una “Mesa Redonda” del año 2000, no sólo un estratega militar, sino un hombre franco, optimista, siempre de buen humor, que vivió intensamente la vida, como si se le fuera a acabar temprano.
Jorge Enrique Mendoza, director de Granma durante veinte años, recordó unas palabras suyas: “Qué equivocados están los fatuos que se creen que los aplausos y los saludos del pueblo son para ellos. Yo contesto a todos con gran cariño, porque sé que no me saludan a mí sino a la Revolución”. Y Osmín Fernández, su jefe de despacho, recuerda que “luchó por la unidad, no sólo en sus más de cuarenta discursos, sino sobre todo en su accionar cotidiano”.
El “meteoro que fue Camilo” está en un lugar del mar, un lugar donde todavía no ha sido buscado. Algún día, estoy segura, lo encontrarán.