Alberto Méndez Castelló fue arrestado en Puerto Padre el viernes pasado.
Alberto Méndez Castelló fue arrestado en Puerto Padre el viernes pasado. Lo detuvieron por tenencia ilegal de armas de fuego. Así que, sin más datos, uno pensaría que al Sr. Méndez lo pescaron con un peligroso arsenal en su casa, con un alijo de ametralladoras o al menos con un rifle automático, un fusil de asalto digamos tipo Kaláshnikov, u otra máquina de matar por el estilo. Pero nada de eso. Lo que le ocuparon no fue un AK-47, sino una reliquia de la época de la chambelona insurgente cuya única relevancia actual sería, si acaso, el valor vintage de un antique museable.
Según relata el propio disidente, quien se declara amante de la cacería y el tiro deportivo, «una escopeta calibre .410 de 1911 es la prueba del supuesto delito». Pero, compañero represor o insomne seguroso, según se trate, ¿quién coño va a tomar por asalto la sede del Consejo de Estado con semejante antigualla, que apenas serviría para cazar codornices? Un poco más de seriedad, camaradas del aparato.
«Pa’ su escopeta», habría exclamado mi papá, como cuando el amigo Picundio entregó gratis su escopeta de cartuchos en el cuartel de las milicias para que no lo molestaran más con las periódicas inspecciones por tenencia de arma deportiva. «Total, si no hay dónde comprar cartuchos ni municiones, ni pellets ni perdigones, ni un carajo», se justificaba el aterrado Picundio, ya por lo menos libre del acoso de los inspectores.
Solo que la detención de Alberto Méndez deja chiquito el cuento de Picundio y hasta la misma historia de Ambrosio, aquel sevillano simplón que se metió a salteador de caminos y, según la leyenda, llevaba una carabina inservible que cargaba con semillas de cáñamo. Lo que le ha pasado a Méndez Castelló supera con creces la carabina de Ambrosio. ¡Pa’ su escopeta!, me digo yo también, igual que el viejo. ¿Hasta cuándo tanta salación?