Los vascongados y la restauración de España

-Por Carlos Fdez

Desde los balbuceos del Reino de Asturias con el matrimonio en el siglo VIII de la vascona Munia, de procedencia alavesa, con Fruela I, hasta su finalización en el siglo XV tomaron parte activa en la mayor parte de las campañas de la Reconquista, en el repoblamiento del territorio, y finalmente en la Conquista de América y de Asia.

Durante siglos los reyes de Castilla demandaron a los Señores de Vizcaya, sus vasallos (principalmente la Casa de Haro, castellana) que participasen en sus empresas de reconquista y de expansión hacia el sur. En agradecimiento a su esfuerzo bélico, los monarcas castellanos dispensaron numerosos cargos y honores a los nobles e hidalgos vascongados. Esta situación de vasallaje tan estrecho resultó finalmente en la incorporación por herencia del señorío a la propia Corona de Castilla.

Fue, por tanto, una región históricamente beneficiada y primada por Castilla, debido a dos factores de origen militar y estratégico determinantes, a saber: que eran territorios cuyos antiguos propietarios no habían perdido durante la invasión islámica
(lo que daba a sus habitantes la condición de hombres libres y poseedores de la tierra, de ahí su hidalguía universal, lo que les libraba de pagar impuestos de los productos de consumo dedicados a la manutención del territorio), y segundo: que al ser un territorio escaso en la producción de alimentos, y por tanto tendente por naturaleza a la emigraron de sus segundones, y al ser frontera con una potencia como era el Reino Francia, los monarcas castellanos se vieron en la necesidad de procurar el contento de estos vasallos, a los que les se les encargaba en el contrato vasallático (materializado formalmente en los fueros), la defensa de su propio territorio y, por tanto, de la frontera, a cambio de importantes exenciones fiscales.

No resulta extraño que esta relación tan estrecha continuase una vez reconquistada toda la península.

Por ejemplo, en la campaña con la que Fernando el Católico anexionaría finalmente Navarra, los alaveses enviaron 1.200 hombres y solicitaron el honor de tomar Estella, una de las ciudades más importantes del Reino de Navarra.

En el ejército del Duque de Alba que tomó Pamplona (sin resistencia por parte de sus defensores, en su mayoría beamonteses, afines a la unión con Castilla) se hallaban 1.500 alaveses y 3.500 guipuzcoanos.

La invasión francesa de ese mismo año en apoyo de la dinastía profrancesa destronada fue repelida por un ejército del que formaban parte 2.000 alaveses.

En 1513 la reina Juana de Castilla concederá a Guipúzcoa el honor de incorporar en su escudo doce cañones franceses pertenecientes a un ejército al servicio del rey de Navarra y que habían sido utilizados en el sitio de Pamplona. Representaban los conquistados por las tropas guipuzcoanas que colaboraron con su padre en las batallas de Belate y Elizondo de 1512 contra las tropas navarras y francesas. El privilegio fue concedido por la soberana en Medina del Campo, y aceptado por la Junta General de Motrico de ese mismo año.

En las Guerras de Italia el Gran Capitán continuó con esta tradición convocando a gran cantidad de vascongados, entre ellos: Pedro Navarro, Juan de Iza, Juan de Lazcano (fue el primero en el asalto de Montecasino en la Batalla del río Garellano). Destacaron también los capitanes Ochoa, Jordán de Arteaga o Martín Ruiz de Olaso.

En la famosa Batalla de las Navas de Tolosa (1212), Diego López de Haro, Señor de Vizcaya, conformó junto a sus vizcaínos la vanguardia del ejército de Castilla. Junto a él lucharon igualmente los alaveses comandados por Rodrigo de Mendarózqueta.

En la batalla de Aljubarrota (1385), Pedro González de Mendoza, Capitán General de los ejércitos de Castilla salvó la vida del rey Juan I. La Casa de Mendoza, de origen alavés, fue una de las casas nobiliarias más antiguas y poderosas del Reino de Castilla, junto a las también vascongadas casas de los Velasco, o los Salazar.

En la batalla de Toro fue decisiva la infantería vascongada que tomó al asalto las aceñas de Herreros. En esta toma destacó el vizcaíno Pedro Avendaño.

En la Guerra de Granada participaron un gran número de alaveses bajo el mando de Diego Martínez de Álava.

También los encontramos como altos funcionarios, como Juan de Berastegui, que fue diplomático en Londres en tiempos de Enrique IV.

Los Reyes Católicos también nombraron embajadores a varios de ellos: Juan de Gamboa a Inglaterra, Pedro de Ayala a Escocia, Diego López de Haro en Roma, etc.

La flota de Galicia había sido el germen de la flota de Castilla (creada para defenderse de vikingos y moros por orden del obispo de Santiago, Diego Gelmirez en el año 1100).

A éstos se les unieron después los puertos y naves de Cantabria, y posteriormente las de Vizcaya y Guipúzcoa, gracias a que los reyes remodelaron sus puertos, de humilde origen pesquero, actualizándolos también para la guerra, y de donde saldrían en los siglos siguientes las mejores naves de la época desde los astilleros de Pasajes, Guetaria, Bermeo, Abando, Asúa, etc.

Con el objetivo de obtener mayor salida al mar, Castilla promovió una ambiciosa reestructuración del territorio en las provincias vascongadas. La fundación de un total de 24 villas, impulsó la primacía de Vizcaya y de Guipúzcoa en los siglos siguientes.

Los reyes castellanos vieron claro el potencial marítimo de levantar villas con sus respectivas defensas militares en la zona. Entre los años 1203 y 1237, los reyes Alfonso VIII y Fernando III impulsaron el establecimiento de cuatro villas costeras –Fuenterrabía, Guetaria, Motrico y Zarauz– que en el futuro se revelaron cruciales para la presencia marítima del Reino de Castilla en el Cantábrico, en sus guerras con Francia y con Inglaterra, y posteriormente en el comercio con América y Asia.

En 1475 participaron en la guerra sucesoria a favor de Isabel la Católica contra Juana la Beltraneja, enfrentándose a la flota luso-genovesa. Participaron tres naves vascongadas: la Gaviota, Salazar y Zumaya. Además de esto vencieron y saquearon durante décadas las costas de Francia y de Inglaterra, en lo que sería el germen de la practica corsaria de los siglos siguientes, con San Sebastián como puerto corsario por excelencia, al tener preparadas prácticamente todas las naves amarradas a su resguardado puerto para esta lucrativa actividad.

En la Reconquista las flotas de estas villas estuvieron presentes, entre otras, en las siguientes compañas:

La conquista de Tarifa (1329)

El socorro de Algeciras (1339)

En la batalla del Estrecho (1407)

La expedición contra Ceuta (1412)

El bloqueo de Granada (1483)

El sitio de Málaga por mar y tierra (1487)

En el año 1480 salió del Abra de Bilbao una flota vizcaína para custodiar las costas de Granada y el paso del Estrecho. Iban comandadas por: Juan de Lazcano, García López de Arriarán, Juan de Arbolancha, y el General de la Marina de Lequeitio e Iñigo de Arteta.

En la Conquista de Sevilla, destacó Palegrin de Iranzu, de Irún.

Una vez finalizada la Guerra de Granada fue el capitán Artieta el encargado de trasladar a África al rey Boabdil y a los suyos. Para esa misión la Corona confiaba en la flota vascongada, conscientes de que Boabdil sería asistido como “sus antecesores de gloriosa memoria”.

En los siglos siguientes llegarían las conquistas de Perú, Filipinas, etc, y el surgimiento de figuras tan importantes como Blas de Lezo, Elcano, Legazpi, Urdaneta, Churruca, o San Ignacio de Lozoya.

Ya en siglo XVII nos encontramos con este poema de Don Diego de Carbajal, Señor de Jodar, Capitán gene-
ral de Guipúzcoa y Alcaide de Fuenterrabía:

«¡O Vizcaya Cantabriana,
Acedemia de Guerreros,
Origen de Cavalleros,
Donde toda España mana!»

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