La Habana no olvida, ni perdona a los esclavos que escapan y, sobre todo, desprecia a los mansos.
Los Gurrieles, por Carlos Cabrera Pérez
Instalados ya en la magua dura, los Gurrieles sacaron una bandera cubana, la noche del triunfo de los Astros, al que Yulieski contribuyó de manera notable.
Una reacción más de nuestra emocionalidad desmesurada, pero con un agravante, el joven pelotero cobra de un equipo norteamericano de Grandes Ligas y esa circunstancia -por legislación cubana- le impide competir por Cuba en torneos internacionales y en la Serie del Caribe, como sí hacen peloteros de otras naciones.
Me alegran los éxitos de Yulieski -como me alegran los éxitos de todos los cubanos en cualquier parte del mundo -pero me aflige su relatividad moral, que lo lleva a despreciar a Houston y a su fanaticada, en una noche histórica.
Ya me imagino que los gusañeros y los patrioteros se rasgarán la vestiduras porque solo se trata de un pequeño gesto, de nuestra bandera, ah, la bandera cubana. No chicos, no, fue un gesto calculado y medido y los adultos debían saber que sus actos tienen consecuencias.
Los Gurrieles han elegido, allá ellos con sus vidas y sus frijolitos negros. La Habana no olvida, ni perdona a los esclavos que escapan y, sobre todo, desprecia a los mansos.
Ya me imagino que los gusañeros y los patrioteros se rasgarán la vestiduras porque solo se trata de un pequeño gesto, de nuestra bandera, ah, la bandera cubana. No chicos, no, fue un gesto calculado y medido y los adultos debían saber que sus actos tienen consecuencias.
Los Gurrieles han elegido, allá ellos con sus vidas y sus frijolitos negros. La Habana no olvida, ni perdona a los esclavos que escapan y, sobre todo, desprecia a los mansos.