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El legado de Eduardo Chibás

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El líder del Partido Ortodoxo, cuyo lema era “Vergüenza contra dinero”, prometía acabar con el latrocinio blandiendo una escoba simbólica que barrería con todos los males

«Cuba tiene reservado en la historia un grandioso destino, pero debe realizarlo», atronaba Eduardo Chibás con su voz chillona, entre mesiánico y regañón, durante su discurso suicida del 5 de agosto de 1951, conocido como «El último aldabonazo». La frase, a tono con el cubanísimo delirio de grandeza nacional, constituye una mezcla de megalomanía, teleología descabellada y nacionalismo primario, adobada con la demagogia mitinera y el histerismo populista.
El líder del Partido Ortodoxo, cuyo lema era “Vergüenza contra dinero”, prometía acabar con el latrocinio blandiendo una escoba simbólica que barrería con todos los males que aquejaban a un pequeño y joven país sumido en la corrupción (aunque, desde luego, no más corrupto que los demás países latinoamericanos o que la propia España de entonces y de ahora, donde hasta un concejal de un pueblecito puede volverse rico de la noche a la mañana en pleno siglo XXI).
Chibás no había podido demostrar sus graves acusaciones de malversación de fondos públicos contra el ministro de Educación Aureliano Sánchez Arango. De modo que reaccionó como el paranoico pillado en falta. O como el histérico que sobreactúa para desviar la atención y centrarse en su propia persona. En fin, que se pegó un tiro estando en antena para sobrecoger a una audiencia radiofónica ávida de sucesos impactantes.
Pero ¿por qué el líder ortodoxo, si de verdad quería suicidarse, se dio el tiro en la ingle al final de su alocución radial en vez de dispararse certeramente a la sien o directo al corazón? Aparentemente, Chibás tenía esperanzas de sobrevivir al intento de suicidio y resurgir del trance, vencedor de la muerte, como el mesías providencial. Sin embargo, aunque la herida no era de por sí mortal, se le presentaron complicaciones que le causaron una infección generalizada, o septicemia, con un desenlace fatal. Eddy Chibás falleció pues el 16 de agosto, al día siguiente de cumplir los 44 años, sin realmente alcanzar la madurez, que entre cubanos no suele llegar antes de los 45.
La gravedad del líder ‘carismático’ mantuvo once días en vilo al país de la siguaraya. Aseguran que más de un millón de personas asistieron a su sepelio en el capitalino cementerio de Colón. Dato que me parece tan inflado como el de los participantes en las concentraciones fidelistas, máxime si tenemos en cuenta que en la época la población habanera no llegaba al millón de habitantes. Con todo, y obviando la guerrita de cifras, su entierro fue sin duda una impresionante demostración de duelo popular.
El fallecimiento de Chibás fue otra muerte inútil. Incluso contraproducente. Su último aldabonazo de nada valió. O más bien, sirvió como un factor adicional para el ascenso político de un joven abogado sin pleito, alumno aventajado de Chibás pero más marrullero y truculento que el maestro.
Hoy por hoy, la famosa consigna chibasista, “Vergüenza contra dinero”, suena como una burla en una sociedad donde la gente no tiene ni dinero ni vergüenza. Y donde, por unos dólares, se vende el alma y hasta el fondillo.

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  1. Es fácil desde afuera cuestionar una sociedad que no ha podido romper barreras infranqueables…pero lo mas insólito que esa persona no ha tenido valores de justicia ni para su propia gente ya que un gran por ciento de esa sociedad sin dinero y sin vergüenza son dessedientes directos de españoles

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