Un español Manuel Daza, inventó una suerte de misiles cargados de explosivos y gases venenosos para destruir la flota estadounidense en 1898.
Marta Sofía Ruíz, El Confidencial
En el verano de 1898, una gran parte de los españoles recurría preocupado a los periódicos para conocer las últimas noticias sobre la Guerra de Cuba. En aquel momento, en pleno apogeo del conflicto que tanto marcaría a esa sociedad de finales del siglo XIX, se temía que los enfrentamientos llegaran a suelo peninsular mientras se soñaba con una victoria que, sin embargo, se alejaba un poco cada día.
Más allá de publicar novedades sobre la situación en Cuba, los diarios de la época también sirvieron de altavoz para un nuevo invento que se decía capaz de terminar con cualquier posible flota estadounidense que se acercara a las costas del país e, incluso, de cambiar los derroteros de la guerra.
El nombre del inventor, encumbrado en varios artículos, era Manuel Daza y Gómez; su creación, una especie de misil de fuerza destructora supuestamente capaz de aniquilar los barcos enemigos. De forma cónica y con aletas, este artefacto recibía el nombre de Tóxpiro —fuego venenoso—, ya que estaba cargado con gases tóxicos. Los dos principales diarios de Yecla, localidad murciana donde residía el inventor, estaban entusiasmados con el arma.
Tal y como recoge Gerardo Palao Poveda, experto en la figura de este visionario, en uno de sus artículos sobre Daza, estos periódicos describían esta suerte de misiles como un elemento clave para el conflicto. “Para acabar la destrucción de la escuadra americana, necesita solamente un exiguo gasto y pocos días. ¡Ojalá el invento, preocupación de España entera y en particular de Yecla, interesada más en ello por los vínculos de cariño que la unen con el célebre inventor, sea el hierro vengador de los marinos de Cavite y Santiago de Cuba!», se decía en La Voz de Yecla. «En el invento de Daza está cifrada toda la gloria de Yecla y de España…», sentenciaba si cabe más entusiasmado El Diario de Yecla.
El 22 de junio de 1898, la revista Blanco y Negro entrevistaba al hermano del ingeniero y aportaba varios datos sobre el artefacto bélico. Según el redactor, la base del invento estaba en la electricidad y tenía como ventaja con respecto a los cañones que no contaba con un número limitado de tiros. Los proyectiles podrían ser de todos los calibres, “desde el mayor hasta el de fusil”. Y respecto a la forma, Luis Gabaldón, autor del texto, lo describía como “un proyectil cónico, aéreo, cargado de materiales explosivos y con unas aletas, disparándose eléctricamente desde el aparato especial donde se aloja”.
El mismo artículo contaba que el invento había sido presentado casi un año antes del comienzo de la guerra ante el Ministro de Guerra, quien quedó impactado y ordenó que se le concedieran a Daza todas las facilidades para su construcción y para las distintas pruebas. Se definía además al inventor como «un hombre dedicado a la ciencia, a la mecánica, que ni conoce otras ocupaciones, ni tiene mayores recreos que los que le proporcionan los libros de estudio”.
En julio de 1989, el Diario de Yecla recogía los resultados de una de las pruebas del Tóxpiro, llevada a cabo en Cádiz. Durante la misma, se colocaron en una barcaza dos caballos, cuatro mulas y dos bueyes. Después se disparó el Tóxpiro, desde unos 500 metros de distancia, y cayó a unos 30 metros de la embarcación en la que se encontraban los animales. Al acercarse transcurrido un rato, los presentes pudieron observar que los animales estaban muertos, pero sus cuerpos intactos, por lo que los periodistas dedujeron que el invento debía contener «un gas deletéreo, denso y difusible».
Después de algunas pruebas más en otras localizaciones, llegó el momento de su examen final en Madrid. Sin embargo, esta demostración no tuvo el éxito esperado. Además, la guerra de Cuba terminó y, con ella, el interés de periódicos y ciudadanos por el invento que estaba supuestamente llamado a cambiar su curso.
No sería, sin embargo, el fin de la historia de Tóxpiro y su murciano inventor. Tras retirarse a su taller para intentar mejorarlo, Daza volvería a la carga en 1901 con varias pruebas más y respaldado por la prensa y la atención de personajes tan destacados como Azorín. Precisamente sería el periodista y escritor de la Generación del 98, cuyo padre era yeclano, uno de los testigos de la última gran demostración del aparato. “Incansable, con la fe ardorosa de un creyente y la ingenuidad de un sabio… obstinado e ingenuo minuto tras minuto, día tras día, año tras año, recluido en su taller, afanoso del problema irresuelto, no sosiega», narraría Azorín en un artículo que publicó antes de las pruebas.
Por desgracia para Daza, en los lanzamientos de ese día el Tóxpiro solo consiguió avanzar unos 100 metros en los casos en los que no retrocedió o estalló al poco tiempo en el aire. Los intentos del día siguiente tampoco fueron mucho mejor, y el inventor solo fue capaz de hacer que sus proyectiles avanzaran entre 200 y 300 metros, siempre con desviaciones. Aunque Daza afirmó entonces que la idea funcionaba, pero que eran necesarios más medios para seguir investigando y construir modelos más perfectos, los periodistas informaron de su fracaso y su intento de misil se convirtió en una chanza tanto para la prensa como para sus paisanos de Yecla.
Inmortalizado en la novela ‘La Voluntad’ de Azorín como el inventor Quijano —”quizás viese en Manuel Daza un nuevo Quijote, hidalgo y soñador, dispuesto a enfrentarse él sólo al gigante norteamericano”, explica Palao Poveda—, el Tóxpiro que no llegó a ser no fue su única aportación. Antes ya había fabricado un molino de vapor, una bomba hidráulica, un bastón eléctrico, una sonda buscadora de corrientes subterráneas y había experimentado con distintos métodos de trabajo y de abastecimiento de energía en Yecla, la localidad murciana en la que residió buena parte de su vida y que en los últimos años ha hecho distintos esfuerzos por recuperar la memoria del inventor.
“Es indudable que Manuel Daza y Gómez era un adelantado a su época. Su fábrica es una clara muestra de que sus ideas tenían una base científica y técnica, pues apuesta decididamente por la máquina de vapor, impone el método de trabajo ‘en cascada’ consiguiendo abaratar costes, se preocupa por autoabastecerse de energía (un problema no resuelto en la actualidad) y no duda en instalar nuevas industrias, como la de extracción de aceites”, explica Poveda.
“Creo que, considerándolo como industrial, se le puede calificar de modélico. Su faceta de inventor va unida al fracaso del invento, pero este hecho apenas resta importancia a dos realidades: el trabajar con gases tóxicos de su invención y el basar la propulsión de su Tóxpiro en los mismos principios que los actuales cohetes”, añade.
Un inventor aupado y derribado por los medios que intentó crear un arma con tecnología del siglo XX cuyos proyectiles no llegaron a despegar. Si lo hubieran hecho a tiempo, la historia de España sería tal vez muy diferente.